Durante medio siglo, mientras los focos iluminaban la tribuna y las cámaras buscaban gestos, Ana Rivero permanecía justo a los pies del poder, inclinada sobre sus cuadernos, convirtiendo la palabra en acta, el ruido en texto y la historia en registro. A 190 palabras por minuto, sin adjetivos añadidos ni opiniones, escribió lo que otros dijeron: desde los últimos estertores del franquismo hasta la crispación actual, desde la proclamación de Juan Carlos I hasta la jura de la Constitución por la princesa Leonor, desde el temblor del 23-F hasta las investiduras de siete presidentes del Gobierno.
Ana Rivero es la mujer que más legislaturas ha completado en el Congreso de los Diputados, aunque nunca subió a la tribuna. Su lugar estaba más abajo, en la mesa de taquígrafos, ese territorio silencioso y decisivo donde se fija lo que queda. Su libro Luz y taquígrafa no es un Diario de Sesiones, pero sí una memoria íntima de la democracia española vista desde dentro, desde la escucha, desde un oficio que se resiste a desaparecer y que ha sido también un espacio de conquista femenina.
Hablamos con ella sobre palabras, silencios, oratorias memorables, portazos, lágrimas y sobre lo que significa haber sido, durante cincuenta años, el puente entre lo que sucede y lo que se lee.
Ana, ¿cuántos secretos, resoplidos y frases que nunca llegaron al Diario de Sesiones se han quedado atrapados entre tus cuadernos?
Muchos, muchísimos. Con más de tres mil diputados intervinientes a lo largo de cincuenta años de profesión, hay muchos secretos que no puedo contar.
¿Recuerdas cuál fue la primera palabra que taquigrafiaste en el Congreso… y la última?
Mis primeras palabras fueron: “Señores procuradores…”. Estábamos en 1975, con Cortes franquistas y con procuradores.
Mi última frase fue: “Muchas gracias, señoras y señores diputados”.
Si la política española fuera un sonido, ¿sería el de una máquina de escribir, un aplauso o un portazo?
En 1978 sería un aplauso.
En 2025 sería un portazo.
¿Quién ha tenido la oratoria más hipnótica —o más peligrosa para tus dedos—: Suárez, Felipe, Aznar… o algún diputado inesperado?
Adolfo Suárez y Felipe González.
¿Ha habido algún momento en que hayas querido levantarte de la mesa y aplaudir, o más bien esconderte debajo de ella?
Sí. En la comparecencia de Pilar Manjón, entonces presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, en la Comisión de Investigación del 11-M, cuando explicó cómo había muerto su hijo en el atentado. Se me caían las lágrimas.
Dices que eres “el puente entre lo que sucede y lo que se lee”. ¿Alguna vez sentiste que ese puente se tambaleaba?
Nunca.
Medio siglo transcribiendo historia… ¿qué palabra repetirías mil veces sin aburrirte y cuál borrarías para siempre?
Repetiría: “Muchas gracias”.
Borraría: “Fascista” y “rojo”.
¿Cuántos litros de café, cuántos bolígrafos y cuántas anécdotas caben en cincuenta años de taquigrafía?
Café, poco, porque me pone nerviosa.
Bolígrafos, muchísimos.
Anécdotas, un montón, muchas de las cuales aparecen en nuestro libro Luz y taquígrafa.
Ahora que ya no tienes que taquigrafiar a nadie, ¿a quién te gustaría escuchar despacio, sin prisas, solo por placer?
Ahora que me he jubilado ya no quiero escuchar a ningún político.
Lo único que quiero es que me escuchen en mis entrevistas.
(Risas).




