Caminar, hoy, es un gesto casi subversivo. Andar sin meta, sin cronómetro, sin la ansiedad de llegar antes que nadie, se ha convertido en una forma discreta de resistencia. En Andar por andar, Adriana Herreros propone precisamente eso: devolver al paseo su potencia intelectual, emocional y política en una época que ha hecho de la velocidad una obligación moral y de la productividad una medida de valor. Caminar no para avanzar, sino para entender. No para optimizar, sino para habitar.

Escrito —como define la propia editorial— a zancada corta y mirada larga, el libro recupera el paseo como práctica cotidiana, libre y atenta. Un caminar que devuelve al cuerpo su inteligencia y a la ciudad su escala humana. Herreros reivindica el “paseo radical”, improductivo y sin finalidad utilitaria, como un modo de pensar mejor, de ordenar la mente y de reconciliarse con lo cercano. Un gesto humilde que, sin embargo, cuestiona el prestigio de la prisa y la lógica del rendimiento permanente.

A lo largo de sus páginas, el andar se despliega en múltiples capas: íntima y pública, sensorial y política. Caminar para observar, para escuchar conversaciones ajenas, para notar las sombras, los ritmos y las grietas de la ciudad. Caminar para aligerar la mente y abrir ideas nuevas. Caminar como forma de atención serena en un mundo saturado de estímulos. El cuerpo decide el ritmo y el pensamiento se acomoda a ese tempo lento, más humano, más legible.

Pero Andar por andar también es un libro cívico. Herreros sitúa el paseo en el centro de debates urgentes: el urbanismo con perspectiva humana, la salud mental, el derecho a la ciudad y el feminismo caminante. Desde la Marcha del Sufragio Femenino de 1913 hasta las protestas contemporáneas, caminar aparece como acto colectivo capaz de alterar el orden establecido. Andar juntas, ocupar el espacio público, hacerlo seguro, verde y habitable, se convierte en una forma de empoderamiento y de ciudadanía activa.

Entre referencias al arte, la psicogeografía y la performance urbana —de los situacionistas a Marina Abramović—, Herreros propone cartografiar la ciudad desde la subjetividad del peatón, construir mapas emocionales que revelen memorias olvidadas y abran nuevas formas de diálogo con el entorno. Una ética del caminar que no produce bienes medibles, pero sí algo más valioso: experiencias, pensamiento, comunidad.

Andar por andar es, en definitiva, un refugio. Un libro que no corre hacia ninguna meta fija, que celebra la deriva como forma de conocimiento y que recuerda que la calle puede volver a ser de todos si la habitamos con tiempo. En esta entrevista, Adriana Herreros habla del paseo como práctica cotidiana, como acto político y como una manera —calma, obstinada y profundamente contemporánea— de vivir mejor.

Adriana, tu libro plantea que caminar sin prisa puede ser una forma de pensar mejor.
¿Qué es lo primero que cambia en nuestra percepción del mundo cuando caminamos sin un destino concreto?

Al caminar, probablemente porque nos relaja, nos distiende, nos calma, percibimos de forma más lúcida lo que nos rodea. El paseo nos incita a la reflexión, nos alienta a profundizar.

Además, al andar, el cuerpo se calibra con la tierra y el paso se convierte en la unidad de medida del desplazamiento y de la forma en la que se aprecia el mundo. A dimensión humana. Menos veloz. Ralentizada y detallada.

Hablas de dos modos de caminar: el conectado y el ensimismado.
¿Cómo podemos equilibrar ambos en nuestra vida cotidiana para encontrar sentido y creatividad?

Sí, son dos modos teóricos, ideales, no se encuentran separados o de forma exclusiva en nuestra aproximación al camino, en nuestros vagabundeos. Podemos deambular algunos días para tomarle la medida a lo que acontece e intentar desentrañarlo; para conocerlo casi todo y albergar conocimiento crítico y verdadero. Y otros días, o en diferentes épocas vitales, podemos caminar sin apremio, de forma abstraída, con recogimiento, al margen de las exigencias del ahora mismo, consiguiendo cierta serenidad.

El paseo como gesto político y disruptivo es un concepto fascinante.
¿Cuál ha sido la inspiración histórica que más te ha impactado para incluirlo en el libro?

Bueno, a mí me ha interesado siempre, mucho, la historia del movimiento de las mujeres, en su diferentes olas, en aras de obtener derechos y la igualdad. Así que me resulta muy relevante esa Procesión del Sufragio Femenino, el primer desfile –a pie, claro– sufragista que se celebró en Washington D. C, el 3 de marzo de 1913. Donde ocho mil mujeres tomaron la ciudad y transitaron a pie, unidas, infatigables, al unísono, por Pennsylvania Avenue con el objetivo de conseguir el derecho al voto.

Vivimos en ciudades aceleradas, con estrés y sobreestimulación constante.
¿Cómo crees que el simple acto de andar puede revertir esta sensación y mejorar nuestra salud mental?

El novelista y ensayista escocés Robert Louis Stevenson decía que «aquel que verdaderamente pertenece a la hermandad caminante no pasea a la búsqueda de lo pintoresco, sino de ciertos agradables estados de ánimo: la esperanza y la energía con las que comienza la marcha en la mañana, así como la paz y la saciedad espiritual del descanso de la noche». Los mejores estados de ánimo posibles. Yo digo en el libro también, y lo defiendo, que el garbeo ensimismado otorga, ante todo, la dicha de la serenidad. Y esto es algo que revierte, sin duda, en una mejor salud. Mental, también.

“Andar por andar” también aborda el urbanismo con perspectiva humana.
Desde tu experiencia, ¿qué pequeñas intervenciones en la ciudad pueden transformar la experiencia del peatón de manera significativa?

Sí, las calles, las aceras, el estado de salud de nuestra ciudad tiene una enorme implicación en el devenir ciudadano, una gran influencia en nuestras vidas. Algo bastante sencillo y no muy costoso de implementar –muchas ciudades actuales nos muestran la senda– sería reverdecer el paisaje urbano. Diseñar ciudades naturalizadas, más verdes, más sostenibles y saludables. Y es que está en juego la salud de todos los habitantes. Ciudades con menos emisiones y más absorciones. Aboguemos por el derecho a la ciudad verde.

El feminismo caminante es un hilo importante en tu obra.
¿Qué cambios crees que son urgentes para que las mujeres puedan ocupar la vía pública con seguridad y libertad?

Leía hace unos días sobre Viena y sobre un gran cambio en diseño y planificación de la ciudad que han llevado a cabo recientemente. Y básicamente, lo que han hecho ha sido incorporar la perspectiva de género en el análisis y el diseño urbano. De esa manera se han visibilizado que las necesidades urbanas de las mujeres difieren de las de los hombres. Esto les ha llevado a revaluar sus modelos previos y a tomar otras decisiones: han ampliado las aceras, los cruces peatonales, mejorado el alumbrado público, también, han desarrollado acciones para que los parques sean más accesibles para las niñas.
La ciudad tiene que ser segura y funcionar también para las mujeres.

Tu libro propone mapear la ciudad desde la subjetividad del peatón.
¿Podrías contarnos un ejemplo de cómo un paseo puede convertirse en una experiencia artística o performativa?

Más que convertirse es que algunos paseos lo son: son manifestaciones, intervenciones artísticas.

En el ensayo hablo, por ejemplo, de la primera vez que los artistas quedaron a pasear. De ese momento en el que el acto de andar se experimentó en la realidad como una forma de intervención y de superación del arte convencional. Fue en París, a principios del siglo XX. Un día especialmente lluvioso, los dadaístas quedaron en uno de los edificios religiosos más antiguos de la ciudad para realizar una incursión urbana a pie por los lugares más insulsos y banales de la capital. Era su manera de desacralizar el arte y vincularlo con la vida cotidiana.

En la práctica diaria, cómo animarías a alguien que nunca ha caminado sin prisa a adoptar el “paseo radical” que propones en el libro?

Yo animo a caminar, siempre que se pueda, como modo de desplazamiento habitual. Pasear la ciudad o los senderos como práctica cotidiana, usual, diaria. Como forma de desentrañar el ahora mismo y como modo de disfrutar de lo que nos rodea. Además, es una actividad sencilla y gratuita. Combo imbatible.

El caminar como refugio y como resistencia tiene una dimensión íntima y otra colectiva.
¿Qué efectos has observado cuando grupos de personas caminan juntas sin objetivo más que habitar la ciudad?

Cuando caminas la ciudad con otras personas, también cuando lo haces en solitario, te vinculas al territorio, te implicas en lo que acontece. Se genera empatía, cohesión social, y es mucho más difícil que las preocupaciones de las vecinas te sean indiferentes. Devienes en ciudadana.

Por último, una pregunta ESSENCEmag:
Si tuvieras que elegir un solo lugar para caminar y reflexionar, qué ciudad o paisaje elegirías y por qué?

A mí me gusta pasear a la orilla de cualquier río. Caminar entre sauces, entre chopos, a la vera de cualquier río y seguir los caminos del agua. Siempre que visito un sitio nuevo, busco cualquier arroyo, cualquier riachuelo para recorrerlo. A pie.

Más sobre el libro aquí.

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