Barco las Culebras es una bodega boutique con alma familiar, creada por Víctor Alonso, propietario y fundador del proyecto, a base de constancia, trabajo silencioso y una fe casi obstinada en la tierra. Un legado levantado desde Pesquera de Duero por una generación que entendió la viña como compromiso diario y que hoy cede el testigo a sus hijos, no como ruptura, sino como continuidad natural.

La figura de Víctor Alonso sigue muy presente en el día a día de la bodega: acompaña cada vendimia, cada decisión y cada duda, recordando siempre los valores con los que empezó todo —respeto por el origen, paciencia y honestidad—. Esa transmisión de conocimiento entre generaciones es la columna vertebral de un proyecto que mira al futuro sin perder su raíz. Hoy hablamos con Enrique Alonso, su hijo, que está al frente de este legado de historia y sabor que alegra las mesas y hace feliz las sobremesas.

Enclavada a 900 metros de altitud, dentro de la Denominación de Origen Ribera del Duero, Bodega Barco las Culebras elabora exclusivamente vinos de autor con Tempranillo 100%, la variedad histórica de la familia. Vinos nacidos de viñedos propios y trabajados de manera artesanal, donde cada botella es un reflejo fiel del terruño y del saber heredado.

El corazón del proyecto late en Finca Llano Santiago, un pago familiar que ha marcado la identidad de la bodega durante décadas. Viñas asentadas sobre suelos calizos y arcillosos, cuidadosamente orientadas para favorecer un cultivo natural y garantizar una uva de máxima calidad. De ahí surgen producciones limitadas, vendimiadas a mano y criadas en un equilibrio preciso de barricas francesas y americanas, buscando siempre elegancia, carácter y expresión varietal.

El resultado son vinos sinceros, de entrada suave, estructura redonda y acidez equilibrada, con aromas a frutos rojos y notas tropicales que hablan del lugar del que proceden y de la historia que los sostiene. En Barco las Culebras, el vino no se fabrica: se hereda, se cuida y se deja hablar.

¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de tu padre en la viña y cómo te sigue acompañando hoy en cada vendimia?

Mi mejor recuerdo es de cuando era pequeño y acompañaba a mi padre, Víctor Alonso, los fines de semana. Mientras él trabajaba en la finca, yo aprovechaba para ayudarle con alguna tarea sencilla. En verano también pasábamos muchas horas juntos allí. Esos momentos son mis primeros recuerdos de la viña y marcaron mi relación con este proyecto.
Hoy mi padre sigue siendo la voz de la experiencia: cuando tengo una duda, acudo a él. Su criterio, su calma y su forma de mirar la tierra siguen guiándome en cada vendimia.

¿Qué enseñanza suya se ha convertido en brújula para ti, incluso en los momentos más complejos?

Su enseñanza clave fue la constancia: trabajar cada día, hacer seguimiento y mantener la fuerza de voluntad. Me transmitió que el proyecto se construye paso a paso, con disciplina, y que incluso en los momentos difíciles hay que levantarse y seguir adelante. Esa filosofía sigue siendo mi brújula.

Finca Llano Santiago es el corazón emocional del proyecto. ¿Qué tiene ese pago que no tenga ningún otro?

Es una finca excepcional porque nace directamente de nuestra historia familiar. Durante años fue cereal y más tarde, con la visión de mi padre, se convirtió en viña.
Ese cambio marcó el rumbo de todo.
El apego emocional es enorme: es un pago que sentimos como parte de nuestra identidad. Su suelo, su altitud y la calidad de la uva que produce lo convierten en un lugar único que da vinos con carácter propio y muy personal.

Trabajáis exclusivamente con Tempranillo 100%. ¿Qué os enamora de esta variedad y qué rasgos propios adquiere en vuestro pago?

Nos enamora su capacidad para transmitir el territorio. En nuestra finca, el Tempranillo desarrolla una complejidad especial: es afrutado, con estructura y preparado para vinos de larga duración.
Es una variedad que ha llevado a Ribera del Duero hasta donde está, y queremos ser fieles a ella. El suelo y la altitud aportan un sello único que distingue claramente nuestros vinos.

Producís vinos de autor. ¿Qué significa para ti “autor”?

“Autor” significa diferenciación, personalidad y cuidado extremo. Es intervenir en cada detalle del proceso para que el vino tenga exactamente el carácter que buscamos.
Para mí, es una forma de asumir responsabilidad: que el resultado final refleje nuestra intención y respeto por la uva.

¿Con qué vino te identificas más y por qué?

Durante muchos años me identifiqué especialmente con el Reserva, porque era el vino que compartía en meriendas con amigos o en comidas largas y eventos familiares. Hoy disfruto más del Roble: es un vino más social, más de charla y de encuentros espontáneos.
Ese cambio refleja cómo entiendo el vino: acompañar momentos reales, adaptarse a cada etapa de la vida.

¿Qué influye más en la personalidad tan característica de vuestros vinos?

La clave está en la uva y en el terreno. Al ser siempre la misma uva, del mismo pago, los vinos conservan una estructura muy reconocible.
Ese carácter procedente del suelo y la altitud se mantiene cosecha tras cosecha, generando una identidad clara que hace que el cliente sea muy fiel.

¿Qué significa para ti la sinceridad en un vino?

Sinceridad es respetar el origen: garantizar que la uva procede del mismo pago, mantener el Tempranillo 100% y cuidar cada paso en bodega sin traicionar el estilo de la finca.
Es hacer un vino que hable tal cual es, sin artificios ni atajos.

¿Cómo encontrasteis el equilibrio entre barrica francesa y americana?

Ha sido un proceso de años, basado en prueba y error. Catamos añada tras añada para entender qué tostados y qué barricas encajan mejor con nuestra uva.
Ahora vemos que la barrica americana se adapta especialmente bien: aporta un toque tostado y una armonía que buscamos para equilibrar estructura y fruta. Seguimos afinando cada campaña.

¿Qué recuerdo te evocan los aromas de vuestros vinos?

Me llevan a mi infancia, cuando mi padre elaboraba vino en la bodega pequeña. Yo metía el dedo en las pipas y probaba el vino joven, casi a escondidas.
Ese olor a fermentación, a fruta viva, se me quedó grabado. Cada vez que huelo nuestros vinos vuelven esos recuerdos.

¿Qué ha significado el relevo generacional en la bodega?

Supone una mezcla de responsabilidad y motivación. Siento el peso de mantener vivo un proyecto que nace del esfuerzo de una generación entera, pero también la ilusión de aportar mi visión y seguir evolucionando sin perder nuestras raíces familiares.

¿Qué papel juega el tiempo en vuestra forma de entender el vino?

El tiempo lo es todo: en la viña, en la maduración y en la crianza. Nada que merezca la pena se puede acelerar.
Defendemos lo que crece despacio porque creemos que el vino necesita reposo, reflexión y paciencia para expresar su verdadero carácter.

¿Qué aporta Pesquera de Duero a vuestros vinos?

Su altitud, su clima y sus suelos marcan profundamente la uva. La zona tiene una personalidad muy definida que se traslada directamente a nuestros vinos en forma de estructura, frescura y equilibrio.
Pesquera no es solo un origen, es parte del alma de Barco las Culebras.

¿Cuál sería el momento perfecto para disfrutar uno de vuestros vinos?

El Reserva encaja en comidas largas, reuniones familiares o encuentros donde el vino acompañe una conversación pausada.
El Roble es ideal para momentos más informales: una tarde de charla, un picoteo, un rato de amigos. Cada vino tiene su propia escena.

¿Qué sueño te gustaría cumplir con Barco las Culebras en los próximos años?

Que el proyecto siga creciendo sin perder su esencia: que la finca, la historia familiar y la personalidad de nuestros vinos permanezcan intactas.
Mi sueño es que Barco las Culebras llegue más lejos, pero siempre siendo fiel a quienes somos.

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