Por Marc Doménech

El arte de narrar es para algunos escritores escribir desde la urgencia del presente. Otros, sin embargo, ejercen su bella profesión desde una cámara interior donde el tiempo se aquieta y las ideas adquieren forma, peso y respiración. La literatura de Miguel Aranguren no busca la consigna fácil. Asemejo narrar a algo así como un acto de resistencia silenciosa frente a un mundo que ha confundido velocidad con profundidad.

A propósito de Toros para antitaurinos, su libro más reciente, el autor nos invita a atravesar no solo el territorio de la tauromaquia, sino también el de la creación literaria entendida como contemplación, como disciplina y como forma de libertad. Aranguren nos embarca en un viaje por los mecanismos íntimos del narrador: por qué escribe, desde dónde escribe y qué permanece cuando el ruido se apaga. En esta conversación Aranguren habla de escritura, de memoria, de ritual y de belleza.

PREGUNTA: ¿Qué necesidad íntima le empuja a contar historias en un mundo saturado de ruido?
RESPUESTA: Publiqué mi primera novela en 1990, por lo que soy testigo privilegiado de los cambios de hábitos lectores a lo largo de los últimos treinta y cinco años, en los que, ¿quién puede dudarlo?, nuestro mundo se ha ido poblando de mucho más ruido (ya veníamos de un tiempo ruidoso, conviene recordar), no solo acústico, sino visual. Vivimos atrapados en una cárcel de noticias que nos caen en tromba y sin descanso, en una pedrea de estímulos -esas llamadas de atención tan invasivas de los mensajes de WhatsApp, de las redes sociales- que son pellizcos de monja que nos impiden concentrarnos y nos alejan de la contemplación, que cada día debería ser un momento obligado y sagrado. Por si fuera poco, nos envolvemos los oídos con músicas a todo volumen. 
La suma de estos elementos nos conduce a un desinterés por todo aquello que no tenga que ver con ese espacio de golpeteo constante, que nos aísla de los demás y nos acaba provocando un enfermizo desinterés por lo que puedan contar, por ejemplo, las ficciones, compañeras de viaje de la humanidad (primero de forma oral, en familia o en comunidad; después, tras la invención de la imprenta, de manera seriada y expansiva). 
A pesar de todo, el ser humano no puede vivir ajeno a la narración. Necesita contar historias y necesita que se las cuenten, porque si no la vida se acabaría convirtiendo en un caminar hacia precipicio del absurdo. Naceríamos únicamente para un deprimente producir, atesorar y consumir. En mi caso, este narrar es una necesidad diaria, porque entiendo cada jornada como una búsqueda de historias a las que sumar ficción, que puedan conquistar la atención del lector, al que le brindo la oportunidad de acompañarme en semejante viaje por el mundo y por el tiempo.

P. ¿Cómo detecta que una idea merece convertirse en libro y no solo en una reflexión pasajera?
R. Una novela es una colección de reflexiones que protagonizan nuestros personajes. Por tanto, una sola idea o propósito no son suficientes para construir un proyecto narrativo de cierta envergadura. Sí es cierto que, en mi caso, parto de una preocupación -te enumero algún ejemplo a partir de mis libros: la búsqueda de las raíces personales; la superación de los obstáculos para cumplir una misión vital; el papel que juega la familia en momentos de grave crisis social; el rechazo a la Revelación; el anhelo de la felicidad; el reconocimiento de los héroes…- que ejerce como columna que sostiene la trama, un camino ancho por el que avanza la historia, un destino hacia el que se dirige la intención del autor y el desarrollo del texto literario.

“Tengo la sensación de que, a estas alturas, lo polémico es aquello que a nuestros abuelos les parecía razonable, incluso recomendable.”

P. Como creador, ¿qué le atrae del territorio en el que conviven lo simbólico, lo ritual y lo polémico?
R. Tengo la sensación –uno nunca es buen juez de sí mismo– de que mi estilo y mis obras no son simbólicas, sino cristalinas: sé lo que quiero que el lector experimente al leerlas, sin necesidad de que tenga que hacer complicadas filigranas a partir de un texto erudito. No; lo mío es la claridad a la hora de ofrecer una historia que avanza, aunque en algún momento pueda hacer uso de algún guiño que precise cierta clarividencia por parte de quien me lee. Todo es mucho más sencillo de lo que parece: las narraciones viven a nuestro alrededor y el escritor tiene que atraparlas, reinterpretarlas y dotarlas de una belleza formal, porque no basta escribir por escribir. 
Respecto al ritual, considero que el autor tiene que superar ciertos miedos: al silencio creativo; a la tensión sostenida durante tiempo (a veces son años) que exige la composición de una novela; a la obligación de sentarse a escribir todos los días, con ganas o sin ellas; a la inquietud respecto a si el público entenderá sus intenciones, y a la calidad del texto en aquel que va cumpliendo años de profesión.
Y lo polémico… Tengo la sensación de que, a estas alturas, lo polémico es aquello que a nuestros abuelos les parecía razonable, incluso recomendable. Abrir las puertas al escándalo, por ejemplo, ya no es rompedor. Al contrario, abrirlas a la tradición (Dios, familia, amistad, estabilidad afectiva…)  se me antoja escribir contracorriente, una novedad, una provocación para todos aquellos gurús culturales que llevan muchas décadas tratando de cosificar al ser humano y vaciarlo de sentido.
Por poner un ejemplo, mi último libro, Toros para antitaurinos (ed. Homolegens), no deja de reunir polémica, escándalo, ruptura y provocación, pues viene a demostrar que la tauromaquia es un tesoro artístico de primer orden, ligado de manera inseparable a todas las manifestaciones culturales. Además, la Fiesta de los toros es una escuela de vida y brinda el escenario perfecto para una comprometida representación de la trascendencia del hombre. Cierto es que, en este caso, he combinado la narración -en cinco relatos que son cinco novelas breves- con una explicación pormenorizada de todos los elementos que pueden aparecer en una tarde de toros.

P. ¿Qué espacio físico necesita para escribir? ¿Hay una arquitectura que favorece su creatividad?
R. Necesito, en primer lugar, mi viejo ordenador, cansado del golpeteo febril de mis dedos sobre sus teclas. No me gusta cambiar de medios tecnológicos sino exprimirlos hasta que saquen la bandera blanca. Además, mi escritorio, una mesa inglesa de despacho que fue el regalo de bodas por parte de mis suegros. También un diccionario y otros libros de consulta. A ser posible, un ambiente de silencio, aunque hace años terminé por acostumbrarme a escribir entre los juegos de mis cuatro hijos y los ladridos de un perro que no soportaba el timbre de la puerta ni el de los teléfonos. Por último, tengo la fortuna de sentarme frente a un gran ventanal que se abre a un paisaje de cipreses. Soy muy afortunado. 

P. ¿Recuerda el instante en que nació Toros para antitaurinos?
R. Nació la primera vez que acudí a una plaza de toros, que fue la de Las Ventas, cuando tenía ocho o nueve años. Fue descubrir aquel universo sensorial y auténtico cuando comenzó a germinar el deseo de contarlo. En aquel momento, claro, desconocía que me convertiría en escritor. Más adelante, desde que publiqué mi primera novela, entendí que debía tantas horas de felicidad a la tauromaquia que tenía que corresponderla. Primero fue el dibujo, la pintura; después, alguna aparición fugaz en varias novelas; por último, cuando llegó el momento indicado, este libro en el que he podido volcar todo mi conocimiento de cada uno de los ejes de la Fiesta: el toro, la tarde de toros, el rejoneo, las tauromaquias populares y un buen puñado de anexos. Creo que quien quiera saber de este espectáculo debería leer Toros para antitaurinos, como igualmente creo que quien ya sabe de toros se sorprenderá de todo lo que aún le faltaba por conocer, razón por la que le invito a bucear en el libro.

P. Es un título provocador: ¿qué arquitectura conceptual sostiene este libro y qué vacío cultural aspira a llenar?
R. La Fiesta vive un momento inmejorable. Los protagonistas del espectáculo (ganaderos, toreros, empresarios y aficionados) hemos sido perseguidos, denigrados, acusados de torturar animales, tildados de asesinos… Lo más grave ha sido el apoyo que todos estos bárbaros han tenido por parte de los poderes públicos, que se han negado a defender lo que por ley es una actividad declarada Bien Cultural, reglamentada y elegida por ciudadanos libres. Esta persecución ha tenido, sin embargo, unos efectos no esperados: la juventud ha reaccionado, en un golpe de rebeldía, porque no consiente que los representantes públicos impongan lo que se puede o no se puede hacer, lo que debe o no debe gustar. “¡Ya está bien!” han proclamado, y en un gesto de admirable libertad llenan las plazas de toros, donde su gesto de independencia se está completando, además, con las ganas de saber más de un universo que les apasiona. 
Respecto al título, es un guiño a la libertad. ¿Por qué un antitaurino no va a poder convertirse en aficionado a los toros? Como en todas las disciplinas, el conocimiento es fundamental para despertar el asombro. Con quienes berrean sin querer racionalizar su opción (que, por cierto, es respetable siempre que se ejerza sin violencia verbal o física), es imposible llegar a un entendimiento, pero entre los que se declaran antitaurinos, por supuesto, hay personas estupendas con las que sí es posible mantener una conversación e, incluso, a las que es posible invitar a que lean el libro. Si después de hacerlo siguen reacios a la tauromaquia, solo me queda quitarme el sombrero en un gesto de admiración, porque han conocido sus mimbres, su fuerza artística, el heroísmo del torero y el amor a la conservación de la biodiversidad y del mundo rural.

“Conmover es un paso más, el definitivo, para hacer del indiferente una persona curiosa, del curioso un espectador, del espectador un aficionado. El toreo tiene una espiritualidad que nos trasciende, que llega a comunicarnos con la Eternidad”.

P. ¿Qué peso tiene la memoria personal frente a la investigación documental en esta obra?
R. Los aficionados nos alimentamos de los recuerdos, y no necesariamente de tardes de toros que han pasado a la historia por el éxito de los actuantes, sino de momentos, instantes, en los que hemos sentido el chispazo que provoca la belleza unida a la emoción: una serie de capotazos, la forma con la que un picador echa la vara, un par de banderillas, un muletazo, una estocada y la torería en la liturgia de la lidia por parte de cualquier hombre de luces.

P. A la hora de hablar de la tauromaquia, ¿cuál fue la mayor complicación: explicar, comprender o conmover?
R. Explicar es sencillo porque consiste en describir con honestidad lo que perciben los sentidos. Hacer comprender conlleva el reto de desconocer el nivel de sensibilidad artística que tiene cada lector. En todo caso, una plaza de toros es un caleidoscopio de la sociedad, pues ningún espectador es igual a otro. La masa ruge en “¡olés!” con una sola voz. Conmover es un paso más, el definitivo, para hacer del indiferente una persona curiosa, del curioso un espectador, del espectador un aficionado. El toreo tiene una espiritualidad que nos trasciende, que llega a comunicarnos con la Eternidad.

P. ¿Cuál fue el mayor reto narrativo al escribir sobre un tema que genera adhesiones absolutas y rechazos totales?
R. Toros para antitaurinos ofrece cinco relatos que me han hecho disfrutar de mi condición de novelista. He huido de los tópicos, de lo esperable, de todo aquello que justifica el repudio que manifiestan algunos intelectuales ante lo que sucede en el ruedo. Rechazar el tópico -esa España cañí, de película meliflua en blanco y negro y de postal para turistas nórdicos- te exige narrar desde la honestidad: mis personajes disfrutan y padecen situaciones lógicas respecto al tipo de vida que han escogido, y las cuento sin que me importen los apriorismos que producen esas adhesiones absolutas y esos rechazos totales. Es decir, hay situaciones ligadas a la tauromaquia que me seducen y otras que me repelen, y soy capaz de escribirlas en el contexto de una ficción literaria.

“No vivo mi afición como una resistencia sino como un regalo que no hubiese tenido si hubiera nacido y vivido, por ejemplo, en Alemania o en Nigeria”.

P. ¿Cómo se puede contar la verdad de un mundo tan cargado de ruido mediático sin caer en la defensa militante?
R. La defensa militante es propia de quien vive en la trinchera, y a mí las guerras me repulsan, porque exigen la proclama, la imposición, el odio, la muerte y el rechazo al diálogo. Por eso respeto a todo aquel que ante los toros muestra desinterés y hasta una sana hostilidad, porque tiene todo el derecho. Dicho lo cual, si hacemos un análisis objetivo de la cuestión, el ruido lo provocan los antitaurinos (muchas veces es más que ruido), mientras los taurinos acudimos a la plaza sin otra pretensión que disfrutar de un espectáculo en el que nadie suele perder los papeles básicos de la educación.

P. Que un autor publique un libro así hoy es casi un acto de resistencia. ¿Lo vivió como tal o como una expresión natural de su pensamiento?
R. Me lo he pasado fenomenal. Entre otras cosas, porque he escrito buena parte de la experiencia que estoy atesorando desde que acompaño al torero Ruiz Muñoz, tanto en el trato humano, como en su preparación en el campo y sus actuaciones en la plaza. Él me enseña la grandeza del sacrificio por cumplir un sueño, me habla de las emociones que solo sienten quienes se ponen delante de un toro, de la finura de espíritu que se precisa para transformar la fuerza bruta de un animal peligrosísimo en caricia.
No vivo mi afición como una resistencia sino como un regalo que no hubiese tenido si hubiera nacido y vivido, por ejemplo, en Alemania o en Nigeria. Es un disfrute tener una pasión que te hace valorar la libertad y te convierte en mejor persona, pues frente al heroísmo del torero y al cuidado celoso del ganadero por sus animales solo cabe la admiración, el respeto y el agradecimiento, tres virtudes muy necesarias para ser feliz.

P. Más allá del libro, ¿qué representa la tauromaquia como metáfora para su pensamiento literario?
R. De alguna manera, el toreo no sirve para nada, lo que es la esencia del arte, que va dirigido al espíritu y no a lo material. Las bellas artes subliman al ser humano, le hacen pensar en la inmortalidad, lo sacan del hoy y el ahora para enfrentarle a lo eterno, que es nuestro destino. Con la literatura ocurre algo parecido, pero de una manera pegada al suelo, sobre todo la narrativa, en donde apenas cabe la abstracción (un pase natural es un movimiento abstracto al que es difícil dar una explicación; una novela es la transcripción estilística de una historia, con la que somos capaces de construir personajes, lugares, tiempos y acciones, es decir, materia paralela).

P. ¿Qué conversación cultural cree que abre este libro más allá del debate taurino?
R. La tauromaquia es un arte que se aborda desde todas las demás artes. Uno entra en una plaza y está accediendo a un recinto objetivamente bello, con su sello histórico y su ejemplo de arquitectura popular, como populares son todos los oficios artesanos relacionados con el ejercicio del toreo. La temática taurina brilla en la música clásica, la ópera, la zarzuela y esas marchas que llamamos pasodobles; en la pintura y la escultura; en la danza; en el cine, la poesía y la narrativa. El toreo aporta una riqueza verbal extraordinaria, así como un modo pausado de observar el mundo, pues lo taurino exige que hagamos las cosas despacio, muy despacio. 

P. ¿Qué aprendió Miguel Aranguren de Miguel Aranguren al escribir este libro?
R. Sobre todo, que el conocimiento de la tauromaquia parece no tener límites. Es inabarcable. Al comenzar estaba seguro de que mi nivel de conocimiento era alto. Al terminar, estoy seguro de que me queda mucho por aprender.

P. ¿Qué le gustaría estar explorando como escritor que aún no haya tocado?
R. Me va a faltar vida para escribir todo lo que deseo. Los novelistas buscamos al hombre en todas sus coordenadas, y como la variedad del individuo y sus circunstancias es total, me asusta pensar en todo aquello que no voy a dejar en el tintero.

La aproximación a la tauromaquia de Miguel Aranguren revela una mirada literaria que huye del eslogan y se instala en el matiz, en la experiencia, en la emoción que solo surge cuando el tiempo se ralentiza.

Toros para antitaurinos se confirma como una obra que dialoga con la tradición sin nostalgia y con el presente sin miedo, y esta entrevista como un testimonio de coherencia creativa. Aranguren nos recuerda que escribir sigue siendo una forma de hospitalidad: ofrecerle al lector un espacio donde pensar, sentir y, quizá, reconciliarse con aquello que aún no comprende del todo.

Fotos: cedidas por Miguel Aranguren

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