Por Marc Doménech

“Sevilla tuvo que ser,
con su lunita plateada…”

Versa la copla que dibuja una ciudad casi mítica, suspendida entre la nostalgia y el deseo. Esa Sevilla distorsionada por el filtro del turismo para que llegue pulcra, perfecta e ilusionante a sus millones de visitantes. Qué pena. Una Sevilla soñada, perfecta, hecha de luna, patios y silencios. Pero esa Sevilla -la que vive en la canción y en tantos imaginarios- no es exactamente la que dibuja Javier Navarro (ni la real). Él la rompe en fragmentos, en símbolos superpuestos, en capas que se contradicen y se abrazan.

Porque Sevilla puede ser una melodía antigua, sí, la típica postal o una simple lista en la que tachar monumentos, pero se queda en las ramas, si no en las hojas. Es también una ciudad contemporánea que pide ser pensada, revisada, cuestionada. Y ahí, en ese choque entre mito y realidad, es donde Javier levanta su trazo: un lenguaje visual que no retrata lo que fue, ni siquiera lo que es, sino lo que permanece escondido entre sus calles.

Arquitecto, ilustrador y observador incansable, Javier desmonta y recompone Sevilla como quien arma un puzle nuevo cada día. Su particular manera de mirar la ciudad llamó incluso la atención de marcas internacionales: fue su proyecto Sevilla Dibujada el que llevó a 7UP a contactar con él para ilustrar sus campañas de Feria, confiando en su capacidad para reinterpretar la identidad sevillana desde un lugar distinto, actual, pero profundamente local.

Esta conversación con Navarro -creador de Sevilla Dibujada y con un extenso currículo de trabajos y colaboraciones- es una invitación a mirar Sevilla desde otro lugar: sin tópicos, sin filtros, sin luna plateada… o quizás con ella, pero entendida de una manera distinta.

PREGUNTA: Cuando dibujas Sevilla, ¿la dibujas como es, como fue o como sueñas que sea?
RESPUESTA: No busco representar ninguno de esos tiempos. Dibujo formas, símbolos, iconos, que, superpuestos, muestran una ciudad que está en mi cabeza, pero sin vocación temporal ni figurativa. Es más un plano caótico de recuerdos, como si un espejo se hubiese roto.

P. Cuando piensas en Sevilla, ¿qué es para ti? ¿Una mujer, la Giralda, una plaza, un aroma…?
R. No es nada de eso: es una ciudad compleja y con muchos deberes pendientes a la hora de quitarse de encima la losa de lo tópico y lo típico. Su potencial contemporáneo es inmenso. Así lo vieron John Cage, Jean Cocteau o Aldo Rossi, entre otros tantos. 
Aunque se proyecte la idea de que sus tradiciones son muy antiguas e inmóviles, ocurre justo todo lo contrario: son altamente contemporáneas y con una capacidad de adaptación al momento y al contexto reservada a muy pocas ciudades. Si no lo fueran, ya habrían muerto.
Por eso, no es ni una mujer, ni la Giralda, ni una plaza, ni azahar: es una urbe moderna, abierta y creativa que debe avanzar en ser más habitable y más justa. Solo la idea de que en ella se concentren los cinco barrios más pobres de España ya nos indica el camino de trabajo.

P. ¿Puede uno enamorarse de una ciudad?
R. Por supuesto. Como lo puede hacer de un libro, de una película, de un momento, de una rutina. Las ciudades son todo eso a la vez. Pero si uno se enamora solo de su sombra, de su reflejo, de “toda ella”, como si fuese una amante o un amor platónico, tiene un problema, porque en la idealización está el demonio.

P. ¿Sevilla es comparable a cualquier otra cosa del mundo, o es inabarcable en sí misma?
R. Sevilla es comparable a muchas otras ciudades: las hay incluso más bonitas y especiales. La belleza onírica de Venecia, la inmensidad de Tokio (incluso con su fealdad) o el mestizaje de esos restos romanos sustentando actuales casas populares en la cercana Santiponce. Tiene singularidades magníficas, pero también mucha literatura a su alrededor que, sin perspectiva, puede llevarnos al error de sumarle adjetivos —“única, irrepetible, excelsa”— que se alejan bastante de la realidad. Sevilla es muy bonita, pero también muy poco agraciada. Basta alejarse menos de un kilómetro del antiguo cerco de la muralla para recorrer los estragos de una ciudad no planificada y de los nulos escrúpulos del desarrollismo.

P. ¿Qué rincón de Sevilla te pide siempre ser dibujado?
R. No creo en los rincones, ni en la ciudad como fondo de escena, sino como una realidad tridimensional en constante huida hacia adelante. No es una representación teatral: es el propio tiempo huyendo hacia adelante. Puede decir mucho más un zócalo desconchado de cualquier calle perdida o un peluche de Curro desgastado que una imagen de la Catedral entera.

P. ¿Qué cuentan tus trazos que no pueden contar tus palabras?
R. Cosas diferentes. Son dos alfabetos distintos: el del ojo y el de la lengua.

“Mis dibujos no buscan ser realistas, ni figurativos ni enciclopédicos. Es una Sevilla tan personal como distorsionada.”

P. ¿Qué te inspira realmente: Sevilla misma, su gente, sus rincones, su manera de vivir?
R. Los espacios que habitamos codifican nuestra óptica y nuestra manera de ver el mundo. Que se lo digan a John Berger. Por eso sé que, si hubiera nacido en otro lugar -qué sé yo… en Toledo o en Toulouse-, no dibujaría las cosas que dibujo. Tampoco si no me hubiera ido y vuelto varias veces. Me ha tocado Sevilla, y de ella todo me inspira, porque es todo eso a la vez.


P. No solo dibujas la ciudad, también su idiosincrasia. ¿Para quién dibujas, en realidad? ¿Para los sevillanos, para ti mismo, para quien mira desde fuera?
R. Mis dibujos parten sin ninguna pretensión concreta: muchas veces para ocupar viajes en tren, en avión, tardes del tan necesario aburrimiento. No tienen vocación de trascendencia, por lo que no dibujo para nadie. Ni siquiera para mí.

P. Dibujar Sevilla, ¿es también una forma de cuidarla, de protegerla frente al olvido o la especulación?
R. El dibujo puede llegar a ser un buen instrumento para alertar de ciertas amenazas: el turismo de masas, la especulación inmobiliaria, el intento de ciertas élites por apropiarse de los símbolos populares… Aquí tenemos la suerte de contar con una red de ilustradores brillantes que, además, están comprometidos con esas causas. Yo reconozco que no dibujo con vocación aleccionadora ni trascendental, aunque sí política. Somos animales pensantes y sociales; por eso, lo que se dibuja -una mera traducción de lo que pensamos- siempre esconde una idea: un discurso, una construcción social.

P. ¿Crees que la Sevilla que dibujas se parece a la Sevilla vivida por quienes la habitan?
R. No lo creo. Sería imposible representar las rutinas, penurias o alegrías de quienes la habitan. Y la ciudad de cada uno se construye así, poco a poco, con los sedimentos de la tierra. Mis dibujos no buscan ser realistas, ni figurativos ni enciclopédicos. Es una Sevilla tan personal como distorsionada.

P. Sevilla es mucha Sevilla… ¿realmente tiene tanta personalidad?
R. La tiene. Y que así siga siendo.

P. Siempre digo que Sevilla esconde mucho: puedes venir a visitarla y marcharte sin haberla conocido… ¿cómo la mostrarías a un amigo que viene por primera vez?
R. Siempre he envidiado a quienes no la conocen todavía, porque esa primera vez determina totalmente la relación que luego se tiene con ella. A pesar de las segundas oportunidades, empezar con buen pie es crucial —me acuerdo de la primera vez que pisé Venecia, sin mapa, y la recorrí como quien se mete en un laberinto—. Pienso que quizás la detestaría, o tal vez me quedaría aquí a vivir. Pero cuando vengo con amigos intento recetarles eso mismo: pasearla y recorrerla sin la necesidad de tachar sitios de una lista prefabricada.

“Evitar realidades incómodas solo las perpetúa. No evitaría nada. Ni siquiera el estadio Benito Villamarín.”

P. ¿Qué lugar de Sevilla dibujarías para alguien que nunca ha estado aquí, como carta de presentación de la ciudad?
R. Un plano topográfico del Bajo Guadalquivir, con el Aljarafe a un lado, los Alcores al otro y la desembocadura en Sanlúcar.

P. Tampoco todo es perfecto y precioso, ¿no? ¿Qué Sevilla no dibujarías nunca, por respeto, por pudor o por rebeldía?
R. Evitar realidades incómodas solo las perpetúa. No evitaría nada. Ni siquiera el estadio Benito Villamarín.

P. Existe una problemática que no podemos evadir: hotel, hotel, hotel… ¿te preocupa el futuro de la ciudad? ¿Os van a dejar algo a los sevillanos?
R. Es un problema gravísimo y global, y para solucionarlo deben estar implicadas todas las administraciones, desde el Estado al Ayuntamiento, con el papel responsable -y por ahora connivente- de la Junta de Andalucía. Sin la implicación de todos, lo que quedará de ella será nada, y sus habitantes se habrán tenido que trasladar al Aljarafe, a Dos Hermanas, a Alcalá… La falta de liderazgo y de compromiso de sus últimos gobernantes ha hecho escurrir el bulto con el discurso de la economía, y ahora el problema es mucho más difícil de gestionar. O exigimos un giro de timón o nos convertiremos en un fósil urbano.

P. ¿Hay algún dibujo tuyo que sientas como confesión personal más que como retrato de la ciudad?
R. No existe solo uno, porque todos son confesiones personales. Con la mayoría de los bodegones en los que aparecen símbolos, hermandades, colores o libros recibo comentarios de ausencias y presencias que algunas personas consideran inexplicables. La clave está ahí: no buscan representar científica ni enciclopédicamente Sevilla, sino una ciudad íntima, personal.

P. Una ciudad enseña mucho… ¿qué has aprendido de Sevilla que nunca hubieras aprendido de otro modo?
R. Tal vez sería menos tolerante, más estrecho de mente, seguramente más “sieso”. Aunque es imposible saberlo, porque ser sevillano ha determinado mi forma de ser.

P. ¿Qué parte de tu infancia o tu biografía se cuela siempre, aunque no quieras, en tus dibujos?
R. Mi día a día en la periferia -en el Aljarafe, esa otra Sevilla- hizo que los paseos por el centro se convirtiesen en exploraciones muy preciadas, como quien empieza un viaje hacia lo desconocido. Fui desvelando Sevilla poco a poco, en fragmentos que solo se unieron cuando crecí. Al principio era solo un puzle. Creo que ese proceso se cuela siempre en mis dibujos: son eso, trozos superpuestos.

P. Si pudieras regalarle a Sevilla un dibujo imposible, ¿cuál sería?
R. Me hubiese encantado que Rothko la hubiese retratado: uno de esos Untitled de azul intenso y matices grisáceos.

P. ¿Qué sueño te queda por cumplir?
R. Muchos. Entre ellos, llegar a ver una Sevilla desacomplejada y valiente.

Con Navarro entiendes que esta ciudad no solo se dibuja: también educa, instruye, modela la personalidad. De todas las ciudades se aprende algo; Sevilla enseña de un modo particular. Sus adoquines recuerdan que existen caminos bonitos, pero no llanos. Los azulejos bajo los balcones hablan de generosidad: que hay que regalar belleza, aunque tú no la disfrutes.

Sevilla es su reloj, tiene sus tiempos. Enseña que hay momentos que deben esperar, ritmos que se respetan porque ordenan la vida. Y en este mundo de locos y prisa, los sevillanos nos llevan la ventaja.

Javier Navarro no dibuja una Sevilla cómoda; dibuja una Sevilla real, viva, incómoda cuando debe serlo y luminosa cuando quiere. Su obra recuerda que la ciudad no es un decorado, sino un espacio que se piensa, se disputa y se imagina. Y quizá, al mirarla con su trazo, entendamos que el verdadero desafío no es retratar Sevilla, sino aprender a verla.

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