Por Marc Doménech
Fundar una editorial hoy es un gesto de resistencia; hacerlo desde la tauromaquia, una declaración de principios. En un tiempo donde la lectura compite con el ruido y la inmediatez dicta el pulso de lo cultural, El Paseíllo camina al revés del mundo. Pero solo lo parece, su éxito dice lo contrario.
David González Romero y Fernando González Viñas no necesitaban complicarse la vida creando una editorial especializada en tauromaquia. Pero lo hicieron. No por nostalgia ni por rebeldía, sino porque siguen creyendo que los libros pueden explicar una parte esencial de la cultura española que suele mirarse de reojo o con prejuicio. Uno, editor curtido al frente de El Paseo; el otro, historiador, escritor y traductor de una sensibilidad tan barroca como lúcida. En su caso, los toros son una puerta para hablar de arte, de lenguaje, de historia y de una cierta manera de mirar el mundo.
Desde Sevilla y Córdoba, El Paseíllo ha ido construyendo en apenas unos años un catálogo que combina clasicismo y ruptura: reediciones imprescindibles —Historia del toreo de Néstor Luján—, voces nuevas como la de Robert Ryan, o ensayos que buscan repensar el rito desde la contemporaneidad, como Por qué Morante de Paco Aguado. Todo con un cuidado formal casi artesanal: portadas que evocan ruedos cenitales, papel offset que invita al tacto y una idea de belleza que rehúye la nostalgia para mirar de frente al presente.
Conversamos con sus fundadores sobre el sentido de editar en la era digital, el tiempo como materia viva, la estética como acto de resistencia y la cultura taurina como espejo —a veces incómodo, siempre revelador— de lo español. Suya es la palabra.
PREGUNTA: El nombre El Paseíllo tiene un perfume muy español, casi ceremonial. ¿Cómo nació la idea de llamarse así y qué simbolismo queríais encerrar en él?
DAVID: Realmente, la idea original era crear una colección taurina dentro de la editorial El Paseo, que comando yo desde 2016. Entonces se cruzó Fernando, con el que me une una gran amistad y muchos trabajos literarios y editoriales: entre ellos, las traducciones del alemán, su propia obra creativa y taurina, y ese maravilloso capricho que es la revista Boletín de Loterías y Toros, que se hace en Córdoba desde hace 30 años, y no pude decir que no. Entonces le dimos forma con un equipo sensacional que nos acompaña desde hace tres años, conformado por Elisa Romero y Nieves Corrado. Y ya tienen ustedes un Paseíllo bien ordenado.
P. Fundar una editorial en tiempos digitales es casi un acto de fe. ¿Fue valentía, romanticismo o pura necesidad de contar?
FERNANDO: A mí me resulta irresistible todo ejercicio que suponga crear, ya sea algo físico —un libro— como metafísico —la idea detrás de editar solamente libros de tauromaquia—. Cuando David me propone crear El Paseíllo, es como si me propusiera que acompañemos a Dante en su periplo por el Infierno. Y ya sabemos que, en la Divina Comedia, detrás del Infierno llega el Purgatorio y, finalmente, el Paraíso. Y en esas andamos: en contar qué tal nos va por el Infierno, en crear, en contar los toros desde nuestro punto de vista, que es como contarte a ti mismo.
D. Yo no tengo un concepto idealizado de lo que es mi oficio y vocación; simplemente ya no sé hacer otra cosa, sea de cualquier tema o de toros. Es cierto que editar temas taurinos tiene un componente añadido de exposición de uno mismo y de comunión con los demás, porque lo taurino, y todo lo que lo rodea, tiene un componente muy especial, poco mediado, muy directo y vivencial. Lo que no sé es si eso es bueno para la parte no tan agradable de este tema, pero que no puedes perder de vista. Si no logramos ser sostenibles, por mucho que me gusten los toros, se impondría mi alma de editor y no de aficionado. Por suerte, la gente lo está acogiendo muy bien y nosotros estamos haciendo una propuesta que creo que actualiza y es alimenticia para el público interesado.
P. ¿Cuál es vuestra definición de un buen libro? ¿Qué debe tener para que El Paseíllo le abra sus puertas?
F. Creo que un aspecto fundamental está siendo la originalidad: libros que nos den nuevos puntos de vista, ya sea desde el objetivo o desde la manera de contar las cosas. Como ejemplo pondría, en el primer caso, Las cien mejores poesías taurinas, de Andrés Amorós, una selección que es además un verdadero tratado de la lírica española desde Gonzalo de Berceo; y, en el segundo caso, el libro de Robert Ryan, Capas de olvido, de un lenguaje envolvente y lírico. Tenemos ensayo, novela, biografía e incluso una línea de “clásicos”: obras pasadas que nos parecen imprescindibles. Es decir, las puertas de esta casa están muy abiertas.
D. Sí, sí, las puertas están muy abiertas, pero el verdadero termómetro es la aportación. Si evaluamos libros del pasado o propuestas actuales, es fundamental que supongan aportaciones, no recuentos, sermones o diatribas que no salen de lo mismo. Por ejemplo, ahora, con lo de Morante, se escribe cada cosa… incluso se publicarán libros y se harán actos consolatorios; pero si no has leído el libro de Paco Aguado —nuestra edición de su Por qué Morante— ya estás tardando, porque ahí se dicen cosas muy bien dichas, explicadas, y que te ponen en claro lo grande que ha sido y por qué será leyenda del toreo.
Fernando: “Nuestro desafío es que ese libro comprado por impulso sea irresistible, que grite desde la portada y diga: ¡léeme ya!”
P. ¿Qué lugar ocupa la estética —la edición, la portada, el tacto del papel— dentro de vuestra filosofía editorial?
F. Los toros han sido siempre un ejercicio vanguardista, por mucho que algún ignorante los asocie a lo pasado y casposo. Las formas de la corrida actual, la consideración de que el torero es un artista, la plaza como lugar de acontecimiento y encuentro social… eso nace al mismo tiempo que el ferrocarril y el cine. Bajo esa premisa de contemporaneidad y vanguardia, le dijimos a nuestra diseñadora —Elisa— que hiciese un ejercicio rompedor, vanguardista, contemporáneo, o como se quiera llamar, no enquistarse en unas formas ya pasadas. De ahí nacen nuestras portadas, en cuyo centro, reconocible como un ruedo visto desde una perspectiva cenital, domina y a la vez centra la imagen. En cuanto al papel, cuidamos mucho los detalles e imprimimos en offset, algo que parece irse perdiendo.
D. Desde el principio tuvimos claro que nuestros libros no se podían parecer a lo que existía, que más que tradicional o antiguo era convencional. Creo que hemos creado en poco tiempo un aspecto distintivo e inimitable. No vamos por el lado del libro-objeto: queremos que sean libros cómodos para leer y atractivos visualmente, pero muy accesibles. Teníamos esas ideas muy claras, y el papel de Elisa Romero ahí, como traductora visual, ha sido verdaderamente especial.

P. Muchos dicen que el público ya no lee como antes. ¿Lo veis como un desafío o como una oportunidad para reinventar la forma de narrar?
F. El aficionado a los toros es (somos) un espécimen singular. Somos muy fetichistas: conservamos cualquier entrada o papel que nos den en la plaza, y a veces compramos libros que están en nuestra estantería años hasta que, al fin, llega el momento de leerlos. Nuestro desafío es que ese libro, comprado a veces por impulso, sea irresistible, que grite desde la portada y diga: “¡Léeme ya!”. Si alguna vez llegamos al mundo apocalíptico sin libros, al estilo de Fahrenheit 451, contrataremos pregoneros para que vayan por las calles narrando la vida y amoríos de Paquiro.
D. Esta cantinela forma parte de la modernidad y de la querella entre antiguos y modernos… Que si Edad de Oro, que si esto se acaba… Pero ese es un discurso muy de hegemonía burguesa, que quiere construir, en el fondo, una idea de aristocracia. Los toros, en sí, tampoco han podido librarse de ese discurso, pero mantienen un sustrato no clasista ni hegemónico que les da su fuerza y hace que, aun pareciendo anacrónicos, no lo sean, porque se actualizan constantemente. Es un hecho anacronista, que no es lo mismo. Con la lectura pasa lo mismo. El hecho de leer es ya casi un hecho biológico, hereditario. Tenemos incorporada la lectura como forma de aprehensión del conocimiento, y eso creo que es imbatible. La luz de las pantallas no es la luz del papel, que llama a la concentración. Y no nos engañemos: una sociedad donde la mitad de la población lee con cierta frecuencia es un milagro en la historia de la humanidad; la constante ha sido siempre peor. La Ilustración, como el toreo, tiene mucho de engaño…
P. Si el catálogo de El Paseíllo fuera una plaza, ¿qué toreros literarios desfilarían por vuestro albero? ¿Qué autores os inspiran?
F. Tenemos la suerte de tener en nuestro catálogo a autores contemporáneos como Paco Aguado, que, libro que escribe, se convierte en un clásico instantáneo. Pero también con autores como Néstor Luján, cuya Historia del toreo es la referencia, la imprescindible, o —esto es primicia— la obra taurina reunida de Fernando Savater, Todos mis toros, que saldrá en noviembre. Creo, por tanto, que tenemos carteles para plazas de primera. Luego hay por ahí una serie de nombres que han escrito de toros y que, a mí en particular, me gustaría editar algún día: Gómez de la Serna o Wenceslao Fernández Flórez, por ejemplo.
D. Déjame que hable de Alameda, Sureda, imprescindibles para la historia evolutiva del toreo. Y te añado eso que hemos hablado mucho los dos: esa cosa del taurino que dice “como yo me ponga” y acaba con el cuadro. Eso me encanta. Al calor de ese apasionamiento salen cosas estupendas. Ahora tenemos a un químico jienense, especialista en aguas residuales, que se ha marcado un libro muy necesario sobre Chicuelo, que será una referencia, os lo puedo asegurar. A mí ese tipo de iniciativas, muy taurinas, me emocionan…
David: “Los toros sí son expresión nacional, sí; si son expresión nacionalista, no.”
P. ¿Qué papel juega la cultura española —su arte, su lenguaje, su teatralidad— en la identidad de la editorial?
F. Dentro de la cultura española, los toros son la mayor muestra de la idiosincrasia de este país desde prácticamente la Edad Media. Para mí, como historiador, son un compendio de expresión de una sociedad pocas veces dócil. Editar libros de toros es, en el fondo, explicar la sociedad española y, en ese aspecto, sí, es explicar su arte, su lenguaje y su teatralidad, y sus contradicciones.
D. Los toros son un terreno muy especial, porque desarrollaron una fórmula singular y muy temprana para canalizar las apetencias secularizadas de una sociedad ociosa cuando esta estaba apareciendo, en los siglos XVII y XVIII, algo normalmente reservado a la música y al teatro. Pero ese peso histórico ha sido omitido sistemáticamente, quizás por un prejuicio antinacionalista, que es igualmente nacionalista. Los toros, si son expresión nacional, sí; si son expresión nacionalista, no. Tocar el himno nacional por sistema en los toros nunca ha sido necesario, y en muchas épocas ha sido hasta contraproducente. Los Borbones siempre le tuvieron miedo a las corridas. Si ahora se toca y se grita “¡Viva el Rey!”, se hace a trágala, en plan nacionalista, y a mí eso me sobra y me choca mucho: me parece que empequeñece algo único.

P. Fundar una editorial también es construir una casa para las voces de otros. ¿Qué buscáis en un autor cuando decidís acompañarlo en ese camino?
F. Repito lo que ya dije: originalidad, a lo que añado que haya una aportación que al lector le haga decir que ha salido enriquecido de la lectura. También ponemos mucho énfasis en libros que expliquen las claves de esto que llamamos tauromaquia y, en ese sentido, el ensayo siempre ha sido muy importante en la bibliografía taurina. De ahí que valoremos libros que venden menos pero aportan mucho, como Montesquieu en el ruedo, de González Troyano.
D. Con los autores nos gusta ser muy honestos: no taparles la realidad, decirles hasta dónde podemos llegar y que se comprometan con nosotros. Eso suele dar buen resultado a la escala de lo que estamos haciendo: un sello especializado en una especialidad muy especial.
P. En la era de lo fugaz, vosotros apostáis por lo que permanece. ¿Qué significa para vosotros la palabra “tiempo”?
F. En la primera edición de la Tauromaquia de Pepe-Hillo, este aparece vestido de luces y con un reloj en la mano. En un país de impuntuales como es España, los toros comienzan siempre a la hora exacta, y hay un enorme reloj en las plazas que es como una espada de Damocles. El diestro tiene también un número limitado de minutos para desarrollar la faena. En los toros, el tiempo es una amenaza constante, una señal de la finitud, tanto de los toros que van a morir como de nosotros. Como nada es eterno, nos bastaría, creo yo, con que nuestros libros sean leídos por los herederos de aquellos que los compraron. Si alguno resiste más, significaría que algo hemos hecho bien.
D. Yo no puedo responder a eso más que con la sensación final en una corrida. Sales cansado, ahíto, después de tres horas en las que has vivido el tiempo segundo a segundo, sin impasses… Ni los Nibelungos de Wagner me dejan de tan dulce bajona.
P. ¿Cómo imagináis el futuro de El Paseíllo? ¿Más arena, más luces, o quizá una nueva forma de salir al ruedo editorial?
F. A menos que David diga lo contrario, somos muy budistas en El Paseíllo: no esperamos nada, no ambicionamos nada, más allá de hacer las cosas bien y que los lectores nos identifiquen y confíen en nuestros libros. Pero, puestos a pedir, que el proyecto nos permitiese publicar más títulos al año significaría que hay interés por el tema y, sobre todo, que hay lectores.
D. Budistas no sé, protestantes seguro que no. La justificación tiene que ser por la obra hecha. Si dejamos diez o doce imprescindibles en toda biblioteca taurina que se precie, y no nos arruinamos, sea. Y si alguien nos recuerda, que sea con libros, cariño y barreras de gañote, y no por nuestra fe.
P. Y para terminar, si este proyecto fuera una faena, ¿en qué momento del paseíllo creéis que estáis ahora?
F. Creo que seguimos intentando llevar el toro al caballo; eso sí, con un galleo del bu, es decir, del modo más elegante posible.
D. Fernando es la parte optimista, ya se ve. Yo me veo todavía pidiendo una oportunidad, que nos anuncien en algún cartel…





