Hay personas que viajan para escapar, y otras —las menos— que viajan para encontrarse. Estrella Ortego pertenece a esa segunda estirpe: la de los espíritus que escuchan la llamada del horizonte y responden sin miedo. Fundadora de Ratpanat Luxury & Adventure, su vida es una cartografía de emociones, de cielos africanos y amaneceres que enseñan más que cualquier universidad. Entre Valladolid y el Serengeti, entre el café de cada mañana y el rugido de un león al amanecer, Ortego ha construido un modo de entender el lujo donde lo esencial —el silencio, la mirada, el respeto— desplaza al oropel. Su empresa no es solo una agencia de viajes, sino una declaración de principios: explorar con propósito, viajar para transformar. En esta conversación para Essencemag, Estrella nos habla del África que la hizo valiente, de la tribu que ha creado a su alrededor y de la certeza, tan simple como luminosa, de que el tiempo no se mide en relojes, sino en instantes que nos cambian para siempre.

Estrella habla de horizontes infinitos, de tribus que trascienden los mapas, de mujeres que transforman su destino y de ese fuego, Olengoti, que sigue encendido —como un símbolo— en el corazón de África y en el suyo propio.

¿Qué significa para usted la palabra “aventura”?
La aventura tiene un significado muy importante para mí, ya que forma parte de nuestra marca, Luxury & Adventure. Aventura es escuchar una voz interior que te invita a ir más allá de lo conocido. Es la emoción de poner un pie en un lugar nuevo y dejar que el cerebro y el corazón se abran a las emociones, a lo inesperado, a la belleza, a miles de inputs nuevos y sensaciones que te produce vivir algo totalmente nuevo.

¿Recuerda el momento exacto en que nació Ratpanat, casi como una intuición o un salto al vacío?
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. En medio de un viaje por África, rodeada de horizontes infinitos y noches estrelladas, sentí que lo que yo buscaba no existía todavía. Había hecho safaris en camiones básicos recorriendo el continente y en viajes más organizados, pero siempre me faltaba algo: emoción, cuidado por los detalles, un guion o hilo conductor invisible que hiciera de cada instante una experiencia única. En ese momento supe que mi camino estaba allí. No fue un salto al vacío, fue más bien lanzarme a un sueño con la certeza de que ese sueño me estaba esperando.

África parece ser más que un destino en su vida, casi un espejo. ¿Qué le devuelve cada vez que vuelve allí?
África me devuelve autenticidad. Allí no hay disfraces ni artificios solo naturaleza en estado puro, miradas que hablan más que las palabras y silencios que enseñan más que cualquier libro. Cada vez que regreso, siento que me devuelve la mejor versión de mí misma. Me recuerda que lo esencial nunca es material, que la vida es un instante, y que la belleza se encuentra en lo imperfecto y lo real.

¿Qué siente cuando ve un amanecer en la sabana y lo compara con el amanecer del día a día en Valladolid?
El amanecer en la sabana es un ritual cósmico: primero los sonidos de la noche se van apagando, después los colores tiñen el horizonte de unos colores indescriptibles y, finalmente, el despertar de la vida salvaje. Es imposible contemplarlo sin sentir que formas parte de algo inmenso, primitivo y sagrado.

En Valladolid, en cambio, el amanecer es cercano, humano: la luz que entra por la ventana, el café humeante, el murmullo de una ciudad que despierta despacio. Uno me recuerda de dónde vengo; el otro me señala hacia dónde quiero seguir yendo. Valladolid me da raíces, África me da alas.

El lujo en sus viajes no es dorado ni rimbombante, sino silencioso, esencial. ¿Cómo se redefine el lujo cuando uno está bajo las estrellas africanas?
El lujo verdadero no brilla, se siente. En África, lujo es cenar en una mesa perfectamente dispuesta, con copas de cristal y manteles preciosos hechos a mano, mientras la sabana se convierte en telón de fondo. Es dormir en una tienda en mitad del Serengueti, rodeado de sonidos salvajes, pero con la calma de sentirse cuidado, es amanecer con esa luz única y ver a lo lejos cebras y gacelas pastando tranquilamente. Es tomar una cerveza sentado alrededor de un fuego de campamento en mitad del Serengeti mientras un masai te cuenta sus tradiciones y mirar un cielo cubierto de millones de estrellas y entender que la grandeza está en lo esencial. Ese es el lujo que permanece en la memoria para siempre.

¿Ha habido un encuentro en África, con una persona o con un animal, que le haya marcado para siempre?
Sí, muchos. Recuerdo a una mujer masái en Ngorongoro que perdió a su hijo por falta de asistencia médica. Su historia me atravesó completamente y entendí que Ratpanat no podía limitarse a mostrar África como un destino turístico, también tenía que devolverle algo. Ese día nació en mí la necesidad de unir viajes con acción social y así lo hemos hecho. Y también recuerdo la primera vez que un gorila me miró a los ojos en Uganda. No hizo falta más que unos segundos: su mirada me enseñó que todos los seres compartimos la misma esencia.

Ratpanat no es solo una agencia de viajes, es un relato vital. ¿Qué historia quería contar al fundarla?
Quería contar la historia de que viajar puede ser mucho más que turismo puede ser transformación. Nuestro ADN como compañía está formado en gran parte por la palabra respeto. Ratpanat es un puente entre culturas, una invitación a descubrir África con la calma del lujo y el respeto absoluto por la tierra y las comunidades locales. Mi relato siempre ha sido el mismo: un safari no termina al volver a casa, sino que se queda contigo, es una experiencia vital, como un recuerdo vivo que cambia tu forma de ver el mundo.

¿En qué momento decidió que además de mostrar África, había que devolverle algo, por ejemplo, con proyectos médicos o sociales?
Fue tras la pandemia, en un momento en que la empresa estaba en plena madurez. Habíamos perdido trabajadores locales por diagnósticos equivocados, y esa injusticia me dolió profundamente. Entonces comenzamos a pensar la manera de llevar una sanidad de calidad y accesible a África, a buscar proyectos sólidos con trayectoria, capacidad y conocimiento del terreno. Tras unos meses, nos unimos a la Fundación Recover y a la Fundación Elena Barraquer y hemos organizado diferentes campañas sanitarias en Tanzania durante estos últimos años tanto quirúrgicas, pediátricas, ginecológicas y de oftalmología. Por ejemplo, con la Fundación Elena Barraquer realizamos trescientas cirugías de cataratas en una semana.  Ver a una persona recuperar la vista después de años de oscuridad no se puede describir. Hoy sé que cada viaje con Ratpanat es también una oportunidad de salvar vidas y nuestros viajeros lo hacen posible con su reserva, de la que destinamos una cantidad a proyectos de la Acción Social Ratpanat.

¿Cómo se enfrenta una mujer española, en los años noventa, al reto de emprender en un sector tan competitivo y a la vez tan masculino?
Con pasión, convicción y mucho trabajo. Nunca me planteé si el turismo era un terreno de hombres o de mujeres, pensé en lo que yo podía aportar. He aprendido a liderar desde la empatía y a demostrar que otra manera de hacer empresa es posible. Y lo más gratificante es ver hoy a mujeres africanas liderando equipos en nuestros campamentos, mujeres que han pasado de la vulnerabilidad a convertirse en referentes de sus comunidades.

¿Qué significa la palabra “tribu” en su vida, más allá del término africano?
Para mí, tribu es pertenencia. Es saber que formas parte de algo que te trasciende. Mi tribu es mi familia, mi equipo, mis viajeros, y también las comunidades que nos reciben con los brazos abiertos en África. Ratpanat no es una empresa tradicional es una tribu unida por una misma forma de mirar el mundo, por la pasión de viajar con propósito.

¿Qué le enseña el silencio de la sabana que no podría enseñarle ninguna universidad?
El silencio de la sabana es un maestro. Te enseña paciencia, respeto, humildad. Te recuerda que eres un invitado en la naturaleza, que no controlas nada y que, a veces, la mejor respuesta es simplemente escuchar. Ninguna universidad puede dar esa lección: es un aprendizaje que solo llega cuando el viento y los animales son tus profesores.

El tiempo pasa diferente en África. ¿Ha cambiado su manera de medir el tiempo desde que vive entre vuelos y campamentos?
Sí, por completo. En África el tiempo no se mide en relojes, sino en momentos: una puesta de sol, un nacimiento, un fuego encendido al caer la noche. Allí aprendí que el tiempo no es una línea, es un círculo. Y que lo importante no es la cantidad, sino la intensidad con la que se vive cada instante.

¿Se siente más exploradora, empresaria o narradora de mundos?
Me siento un poco de las tres. Exploradora porque sigo buscando horizontes nuevos sin parar, empresaria porque lidero un proyecto sólido que da trabajo y oportunidades a muchas familias y narradora porque mi pasión es contar África. En el fondo, Ratpanat es eso: la unión de la exploración, la gestión y el relato.

¿Cuál es el recuerdo más frágil, más secreto, que guarda de todos sus viajes?Uno de los recuerdos más íntimos y significativos que guardo ocurrió en el Masái Mara, después de tres días de ceremonias tradicionales con la comunidad masái, justo tras la firma del acuerdo por la tierra donde más adelante se levantaría nuestro campamento. Al atardecer, me acerqué al fuego del poblado, donde estaba sentado un anciano masái. Comenzó a hablarme en maa, su lengua, que yo no comprendía. Poco después, un joven masái se unió al grupo y, por suerte, pudo traducirme al inglés lo que el anciano decía. Se refería a mi reloj: le parecía bonito. Pero luego añadió algo que me marcó profundamente. Dijo: “Yo no tengo reloj… pero sí tengo el tiempo.”

Desde entonces, esa frase se convirtió en una máxima en mi vida.

De hecho, el nombre de nuestro campamento rinde homenaje a ese momento: Olengoti, que en lengua masái significa el fuego del poblado, ese lugar simbólico donde la tribu se reúne para discutir asuntos importantes.

Y después de todo lo recorrido, ¿qué le queda aún por soñar?
Sueño con seguir creando experiencias que dejen huella, con abrir nuevas rutas, pero mi mayor sueño es que cada vez más personas entiendan que viajar no es solo un lujo personal, sino también una forma de transformar el mundo. Que cada safari Ratpanat sea un viaje inolvidable para quien lo vive, y a la vez un acto de amor hacia África y su gente.

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