Sandro Albaladejo habla con la serenidad de quien ha aprendido que la elegancia no es un destello fugaz sino un pulso largo, constante, casi una forma de fe. Al frente de Carmina, la histórica firma mallorquina de zapatos artesanales, Sandro ha heredado no sólo el legado de una familia entregada al oficio sino también la misión de proyectarlo hacia un mundo donde lo digital y lo global parecen devorar lo pausado. Él, sin embargo, defiende la belleza de lo bien hecho, del cuero que respira, de la horma que abraza el pie como un traje a medida. Conversar con él es entrar en un territorio donde la moda se convierte en cultura y la tradición, lejos de ser lastre, se revela como la materia más noble con la que mirar el futuro. Esta entrevista es, pues, un paseo entre la memoria y la modernidad, con la voz de Sandro como guía.
— Sandro, ¿quién es usted cuando nadie lo está mirando?— Cuando paseas solo por la fábrica vacía, ¿en qué piensas?
Cuando se acaba la jornada laboral, y los artesanos ya se han marchado a sus casas, me gusta bajar a la fábrica y revisar la producción, es cuando más tranquilo puedo estar viendo como avanzan los diferentes modelos en todas las etapas del proceso productivo. Junto a mis hermanos podemos ver tranquilamente como está funcionando la fábrica a la vez que proponemos ideas para seguir mejorando.
— ¿Carmina estuvo alguna vez en peligro?
Como toda empresa familiar centenaria hemos pasado por momentos de mucha exigencia. De hecho, la propia creación de Carmina en 1997 fue una respuesta a una etapa complicada del sector: mis padres entendieron que nuestra industria necesitaba reinventarse para sobrevivir, y ahí nació la marca tal y como la conocemos hoy.
Más que pensar en el riesgo de desaparecer, en casa siempre hemos vivido con la idea de adaptarnos sin perder nuestra esencia. Eso ha significado redundar solamente en producciones de máxima calidad abriéndonos a mercados internacionales con una marca potente, además hemos desarrollado tecnologías que nos permiten estar a la vanguardia de la personalización o “bespoke”.
Así que, si me preguntas, no diría que Carmina estuvo en peligro, sino que supo leer los momentos difíciles como oportunidades para reforzar su identidad y salir más fuerte.
— Carmina no es solo una marca, es un legado. ¿Qué peso tiene esa herencia en tus decisiones diarias?
En Carmina la herencia lo es todo. No es solo un recuerdo, es la guía de cada decisión que tomamos en el día a día. Crecimos rodeados de diseños, de pieles y de conversaciones sobre zapatos; sin darnos cuenta, nuestra trayectoria ya estaba marcada por esa tradición familiar. Eso nos obliga a ser fieles a los orígenes: a mantener las producción artesanal en Inca, Mallorca, a trabajar con las mejores pieles, a cuidar la durabilidad del producto y alejarnos de modas pasajeras que para nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia. Nuestro objetivo nunca ha sido fabricar más, sino fabricar mejor. Esa filosofía es la que nos permite crecer poco a poco, de manera coherente y especializada.
La herencia también nos recuerda que no basta con conservar, hay que innovar sin perder la esencia. Por eso hemos desarrollado servicios como el ‘Carmina Re-Crafted’, que devuelve la vida a zapatos de hace diez o quince años, o el “Bespoke” donde con tecnología 3D creamos zapatos a medida para nuestros clientes. En definitiva, ese legado es una gran ayuda para cada paso que damos, dentro y fuera del taller, intentamos siempre respetar el camino recorrido por generaciones anteriores.
— ¿Recuerdas el primer par de zapatos que marcó un antes y un después en tu vida?
Desde muy joven calcé zapatos hechos en la fábrica, recuerdo especialmente los pares que me fabricaba mi padre utilizando hormas de señora ya que no disponían de moldes de caballero tan pequeños y los náuticos de colores que nos hacían para el verano. Después, ya durante mis estudios universitarios, recuerdo mis chukkas boots en ante marrón, al empezar a trabajar calcé unos doble hebillas en box calf marrón, los derbies negros de mi boda, hay tantos…
— ¿Cómo manejas la tensión entre la tradición artesana y las exigencias del mercado moderno?
Para nosotros no existe una gran tensión entre tradición y modernidad, porque nuestra esencia sigue intacta. Seguimos fabricando en Mallorca con artesanos locales y con las mejores pieles disponibles a nivel mundial, manteniendo las técnicas de siempre, como el cosido Goodyear. Lo que ha cambiado es el contexto: hoy el cliente busca tradición, pero también confort, sostenibilidad y personalización.
La tecnología nos ha permitido dar un paso más sin perder autenticidad. Ahora tenemos mayor precisión, más variedad de hormas y diseños, y una trazabilidad de materiales que antes era impensable. No hablamos de un estilo conservador, sino atemporal: no reinventamos por reinventar, pero actualizamos constantemente hormas, patrones y materiales para perfeccionar nuestras colecciones masculinas y femeninas.
Como comentado anteriormente un ejemplo claro es nuestro proyecto más reciente, Bespoke by Carmina. A través de un escáner 3D y un software desarrollado internamente durante dos años, ofrecemos a nuestros clientes zapatos completamente a medida. Para mí, eso es la prueba de que tradición e innovación pueden convivir y reforzarse mutuamente.
En cuanto a la parte comercial desde 2016 venimos desarrollando nuestro canal digital hasta el punto de representar actualmente más de un tercio de las ventas de la compañía.
— En un mundo tan rápido, ¿por qué seguir apostando por lo hecho a mano?
Cuando compramos un par de Carmina no se trata de un producto de consumo rápido, sino de una inversión en calidad, confort y durabilidad. Un zapato artesanal transmite tradición y excelencia, y se convierte en un compañero de largo recorrido con el que se llega a crear una complicidad con el paso del tiempo. Además, después de los años se puede disponer del servicio de “Carmina Recrafted”, donde le otorgamos una segunda vida a los zapatos, fomentando un consumo más sostenible y consciente.
— ¿Cómo describirías el olor de una fábrica de Carmina al amanecer?
Si te soy sincero, después de tantos años, desgraciadamente, ya no soy capaz de percibir ese olor, pero por lo que dicen las personas que vienen a visitarnos sienten un maravilloso olor a cuero.
— ¿Qué significa la palabra “lujo” para Carmina?
Para nosotros, el lujo no tiene que ver con ostentación ni con logotipos exagerados. El lujo en Carmina es sinónimo de autenticidad, de artesanía y de respeto por los materiales y por el tiempo que requiere hacer bien las cosas. Es el valor de un zapato que está pensado para durar diez, quince o veinte años, que incluso puede rehacerse y seguir acompañando a quien lo lleva.
Nuestro lujo está en la honestidad del producto: pieles seleccionadas de las mejores tenerías del mundo, un cosido Goodyear que garantiza resistencia, y un proceso artesanal que heredamos de generaciones anteriores. Lujo es también la coherencia de mantenernos fieles a lo que somos, sin regirnos por modas efímeras, y al mismo tiempo saber innovar de manera responsable.
En definitiva, para Carmina el lujo es ofrecer a cada cliente un producto con alma, que une tradición, calidad y durabilidad, y que transmite la historia de quienes lo han hecho posible desde la isla de Mallorca.
— ¿Cuál ha sido el cliente o pedido más inusual que han tenido en Carmina?
Hemos calzado a muchísima gente famosa en todas nuestras tiendas y a través de nuestro site carminashoemaker.com. Nos hizo especial ilusión calzar a Woody Allen y Colin Firth en Magic in the Moonlight. También fabricamos cada temporada una colección de zapatos super especiales para la organización de Nueva Orleans Black Men of Labor que se dedica a preservar la cultura del jazz, especialmente sus raíces afroamericanas, y a promover oportunidades económicas para los jóvenes a través de la música.
— Si no fueras zapatero, ¿a qué te dedicarías?
Si te soy sincero nunca me lo he planteado; al salir del colegio, desde niño, siempre estuve por la fábrica así que supongo que sin saberlo nuestro futuro estaba ligado a la empresa familiar, algo de lo que nos sentimos muy orgullosos. En todo caso, si no hubiera existido la fábrica supongo que, viviendo en Mallorca, estaría ligado al sector turístico.
— ¿Qué te preocupa más: perder la esencia o perder cuota de mercado?
Desde mi punto de vista ambas van ligadas, desde hace años hemos entendido que cuanto más invertimos en calidad y en perfeccionar la esencia de la casa más ventas conseguimos en nuestras tiendas, con indepencia del precio. No tendría sentido buscar cuotas de mercado desarrollando productos más económicos o enfocados a nichos más voluminosos, no es nuestra especialidad y ya no podríamos hacerlo en nuestra fábrica de Mallorca con nuestro equipo de artesanos.
— ¿Qué has aprendido del fracaso?
Vivimos el final de la época dorada del calzado en Baleares en la década de los 80/90, el sector no se reconvirtió lo que acabó en un fracaso colectivo, a partir de ahí, en Carmina, aprendimos que solo podíamos sobrevivir transitando hacia producciones de altísima calidad avaladas por una marca y distribuyendo principalmente en tiendas propias; 30 años después estamos presentes con tiendas propias en Palma, Madrid, Barcelona, París, Nueva york, San Francisco y estamos abriendo en Luxemburgo, Londres y Tokio para el próximo otoño.





