Hay libros que despiertan, no solo la mente, sino también la conciencia. Tu cerebro está inflamado, de Elena Garrido, es uno de ellos. En un momento en que la fatiga, la ansiedad y la “niebla mental” se han convertido en compañeros silenciosos de una generación hiperconectada, Garrido propone detenerse, mirar hacia dentro y escuchar al cuerpo. Nutricionista funcional y especialista en psiconeuroinmunoendocrinología —esa palabra casi impronunciable que une mente, sistema nervioso y emociones—, Garrido traza un mapa íntimo entre lo que comemos, lo que sentimos y cómo pensamos.
Conversar con ella es como abrir las ventanas de una habitación cargada: habla con claridad, sin dogmas, con una mezcla de ciencia y sentido común que reconcilia la salud con la vida real. En ESSENCEmag, charlamos con Elena sobre inflamación cerebral, descanso, dopamina y esa búsqueda —tan contemporánea— del equilibrio entre el cuerpo y el alma.
Elena, ¿cuándo y cómo nace la idea de este libro?
La idea de este libro nació de algo muy personal. Yo ya convivía con varios diagnósticos —Hashimoto, gastritis autoinmune, espondilitis anquilosante, lupus, endometriosis, adenomiosis y síndrome de ovario poliquístico (SOP)— y, aunque entendía cada enfermedad por separado, sentía que nadie lograba conectar todo lo que me pasaba. Cansancio extremo, niebla mental, ansiedad, problemas digestivos… era evidente que había algo más profundo detrás.
Por eso decidí estudiar nutrición y PsicoNeuroInmunoEndocrinología (PNIE), buscando entender cómo se relacionaban el sistema nervioso, el inmunitario, las hormonas y el metabolismo. Y fue precisamente al trabajar con pacientes cuando empecé a ver el patrón repetirse una y otra vez: síntomas distintos, causas diferentes, pero una misma raíz común —la neuroinflamación—, ese estado de inflamación silenciosa que altera la claridad mental, el ánimo, las hormonas y la energía.
En realidad, el libro nació de ahí: de mi experiencia y de las historias reales que veo cada día. Porque entender la neuroinflamación no solo cambia la forma de abordar una enfermedad, cambia la manera en la que uno se entiende a sí mismo.
¿Por qué hablar de la inflamación del cerebro y no de otro tema de salud?
Porque la inflamación del cerebro es, probablemente, una de las piezas más olvidadas y, al mismo tiempo, más determinantes de la salud. Llevamos años hablando de inflamación intestinal o de inflamación general, pero muy poco de lo que ocurre en el sistema nervioso, que es quien coordina todo lo demás.
Cuando el cerebro está inflamado, no solo pensamos peor o tenemos niebla mental: cambia la forma en la que dormimos, digerimos, gestionamos el estrés, sentimos placer o regulamos las hormonas. Es decir, afecta absolutamente a todo.
En mis pacientes —y en mí misma— he visto cómo la neuroinflamación puede estar detrás de la ansiedad, la fatiga crónica, el dolor, los desequilibrios hormonales e incluso la dificultad para disfrutar de la vida. Por eso quise hablar de este tema. Porque cuando entendemos que muchos de nuestros síntomas físicos y emocionales parten del cerebro, dejamos de tratar cada parte del cuerpo por separado y empezamos a trabajar desde la raíz. Y ese cambio de mirada lo cambia todo: ya no es solo cuidar la salud, sino recuperar la claridad, la energía y la conexión con uno mismo.
¿Qué señales cotidianas nos pueden avisar de que “el cerebro está inflamado”?
Hay muchas señales cotidianas que pueden avisarnos de que el cerebro está inflamado, aunque no siempre las relacionamos con ello. La más común es la niebla mental: esa sensación de estar “desconectada”, de que te cuesta concentrarte o recordar cosas sencillas. Pero también puede manifestarse como cansancio constante, aunque duermas bien, cambios de humor sin motivo aparente, ansiedad, dificultad para tomar decisiones, o incluso una baja tolerancia al estrés o al ruido.
En el cuerpo, la neuroinflamación también se deja sentir: digestiones lentas, hinchazón, dolores musculares o articulares, reglas más dolorosas o alteraciones del sueño. Son síntomas muy diferentes, pero todos tienen algo en común: el sistema nervioso está sobrecargado y ya no consigue regular al resto. Por eso en consulta suelo decir que cuando la cabeza va más rápido que el cuerpo, o el cuerpo no responde a lo que la mente quiere, hay que sospechar del cerebro.
Y la buena noticia es que, una vez se detecta, es reversible. El cerebro puede desinflamarse, recuperar su ritmo y volver a funcionar con claridad, pero para eso hay que escucharlo a tiempo.
¿Es un problema solo médico o también de estilo de vida?
Es un problema médico, sí, pero sobre todo de estilo de vida. La neuroinflamación no aparece de repente: se gesta día a día con el estrés crónico, la falta de sueño reparador, la alimentación ultraprocesada y rica en azúcares, la exposición constante a pantallas o radiación, y la sobrecarga de tóxicos ambientales. Todo eso mantiene activado al sistema inmunitario del cerebro, que acaba funcionando como si viviera en una amenaza constante.
Por supuesto, hay situaciones médicas que influyen —como las enfermedades autoinmunes, las infecciones crónicas o los desequilibrios hormonales—, pero incluso en esos casos, si damos al cuerpo los hábitos para los que está diseñado, puede mejorar muchísimo. Nuestro cuerpo reacciona mal ante la vida moderna porque no está hecho para vivir encerrado, sin movimiento, sin descanso real y con luz artificial las 24 horas. Somos mamíferos, y seguimos necesitando lo mismo que siempre: movimiento, sol, sueño profundo, conexión y alimentos reales.
Por eso en el libro hablo de volver a la biología, no a las modas. Porque cuando entendemos que el cuerpo no se equivoca, sino que solo está respondiendo a un entorno que no le corresponde, dejamos de pelear con él y empezamos a acompañarlo a recuperar su equilibrio.
¿Qué papel juega la alimentación en este proceso?
La alimentación tiene un papel enorme, porque es el lenguaje con el que el cuerpo se comunica cada día. Todo lo que comemos influye en la inflamación, en la microbiota intestinal y en cómo responde el cerebro.
Cuando la dieta es rica en azúcares, harinas refinadas, aceites vegetales
proinflamatorios y ultraprocesados, los niveles de glucosa se disparan, el sistema inmunitario se activa y el cerebro empieza a inflamarse. Esto no solo afecta al estado de ánimo o la energía, sino también a la claridad mental y la estabilidad hormonal. Por el contrario, una alimentación antiinflamatoria, rica en proteínas de calidad, verduras, frutas enteras, grasas saludables y alimentos reales, ayuda a estabilizar la glucosa, reducir el estrés oxidativo y calmar al sistema nervioso.
Pero también es importante entender que no existe una dieta universal: si detrás hay problemas digestivos, disbiosis intestinal, infecciones latentes o exposición a tóxicos, hay que personalizarla. En esos casos, la alimentación es la base, pero necesitamos actuar sobre la causa.
Al final, el cerebro necesita energía estable y micronutrientes de calidad para funcionar bien. Y eso no se consigue con fuerza de voluntad, sino comiendo como un mamífero, no como un producto de la vida moderna: comida real, descanso y ritmos naturales.
¿Podemos “desinflamar” el cerebro desde casa, sin medicamentos?
Sí, absolutamente. Podemos empezar a desinflamar el cerebro desde casa, sin necesidad de medicamentos, aunque eso no significa hacerlo “a ciegas”. Lo importante es entender que el cuerpo se repara cuando le damos las condiciones adecuadas, y esas condiciones sí están en nuestras manos.
Algunos hábitos con un impacto enorme son:
– Dormir bien y en las horas adecuadas, respetando los ritmos circadianos. El sueño profundo es el momento en el que el cerebro se limpia a través de sistema glinfático, eliminando desechos y reduciendo la neuroinflamación.
– Mover el cuerpo a diario, sin sobreentrenar pero con regularidad. El
movimiento activa la circulación cerebral, mejora la sensibilidad a la insulina y estimula el BDNF, una proteína que protege las neuronas
– Estabilizar la glucosa, evitando picos de azúcar y combinando proteína, grasa saludable y fibra en cada comida.
– Exponerse a la luz natural durante el día y reducir la luz artificial por la noche, para que el cerebro recupere su ciclo natural de actividad y descanso.
– Reducir la exposición a tóxicos (plásticos, productos de limpieza agresivos, radiación innecesaria, cosmética con disruptores endocrinos) y optar por opciones más naturales.
– Practicar respiración profunda o pausas conscientes, que activan el nervio vago y ayudan al sistema nervioso a salir del modo alerta.
Todo esto no sustituye la ayuda médica cuando hace falta, pero muchas veces es el punto de inflexión que permite que el cuerpo empiece a equilibrarse.
En el fondo, no se trata de hacer más, sino de hacer diferente: de volver a los hábitos para los que nuestra biología está diseñada. Y cuando eso ocurre, el cerebro responde.
Siempre.
¿Qué mito sobre el cerebro te apetecía desterrar en estas páginas?
El mito que más me apetecía desterrar es la idea de que el cerebro es algo fijo, que se deteriora con el tiempo y que poco podemos hacer para cambiarlo. Es justo al contrario. El cerebro es un órgano vivo, dinámico, en constante comunicación con todo el cuerpo, y tiene una capacidad enorme de recuperación y regeneración
cuando le damos lo que necesita.
Durante mucho tiempo nos hicieron creer que si había ansiedad, depresión, falta de concentración o fatiga mental, el problema estaba solo “en la cabeza”. Pero hoy sabemos que el cerebro también se inflama, se oxida y responde a los mismos factores que cualquier otro órgano. La diferencia es que cuando se inflama, todo lo demás se desregula: las hormonas, la digestión, el sueño, el ánimo…
Otro mito importante es creer que los fármacos o suplementos son la única vía para “arreglarlo”. En realidad, los pilares más poderosos son los que parecen más simples: comer limpio y proporcionado a nuestra vida y actividad, dormir, moverse, respirar y reducir el estrés. Son los que activan la capacidad natural del cerebro para repararse.
En definitiva, quería que este libro recordara que el cerebro no está roto, está inflamado, y eso significa que puede volver a equilibrarse. Es un mensaje de esperanza, pero también de responsabilidad: tenemos mucho más poder sobre nuestra salud cerebral del que nos han hecho creer.
Si tuvieras que resumir el libro en una sola frase para convencer a un lector indeciso, ¿cuál sería?
“No es estrés, no es cansancio: es tu cerebro pidiendo calma.”
¿Qué aprendiste tú misma al escribirlo que no esperabas descubrir?
Aprendí algo muy profundo: que entender no es solo estudiar biología, es mirarse con compasión. Yo misma, mientras escribía, me di cuenta de que muchos síntomas que en su día me frustraban eran, en realidad, mensajes de mi cuerpo pidiéndome pausa.
Y, sobre todo, entendí que la neuroinflamación no es el enemigo, sino una forma de adaptación. El cuerpo reacciona a un entorno que no está hecho para él, y escribir este libro me recordó que volver a lo simple —descansar, respirar, comer real, conectar— es mucho más transformador que cualquier protocolo complejo
Después de este libro, ¿qué otros proyectos o temas te gustaría explorar?
Me interesa mucho acercar este conocimiento al ámbito educativo y divulgativo, sobre todo a profesionales sanitarios, para que aprendamos a mirar al paciente desde un enfoque más global y humano.
Y a nivel personal, me gustaría seguir escribiendo, quizá algo más narrativo, donde pueda combinar la ciencia con historias reales de personas que han logrado transformar su salud. Creo que necesitamos más ejemplos que inspiren sin simplificar, que muestren que entender el cuerpo es el primer paso para volver a confiar en él.
Ya en mi cuenta de Instagram (@elenagarridonutricion) llevo años divulgando y contando mis trucos para hacer al cuerpo sentirse en un ambiente lo más cercano posible a la vida para la que estamos hechos, yo lo llamo “hackear la vida
moderna”.
Foto: Carlos Ruiz






