Por Marc Doménech
Podríamos decir que Duarte proviene de manera natural del rejoneo, sobrino del rejoneador portugués Rui Fernandes, en su casa lo ha vivido con total libertad: “Yo lo veía como un ídolo y siempre recuerdo el querer ser como él. Empecé a montar con ocho años y toreé mi primera vez con once”. Hablar con Duarte Fernandes es entrar en ese territorio donde el oficio se convierte en destino. En su caso, el rejoneo no es solo una herencia familiar ni una elección artística: es su forma de vida.
A sus pocos años, Duarte habita una paradoja hermosa: la de ser un joven del siglo XXI que vive entregado a un arte antiguo, ritual, lleno de silencio y de símbolos: “He querido ser rejoneador sin darme cuenta”. Hijo de una tradición portuguesa que torea sin matar, su mirada está en la armonía, en ese instante preciso en que el caballo y el hombre parecen confundirse hasta volverse uno solo.
A sangre fría, si ya es difícil comprender como uno es capaz de dominar a una bestia con una muleta, imaginen a través de otro animal. Torear un toro, usando como método otro animal que hay que domar, un caballo… ¿no es sublime? Su relación con los caballos no es de dominio, sino de complicidad. Habla de ellos con una ternura que desarma: son sus compañeros, su familia, sus espejos. En sus palabras hay respeto, humildad y una emoción contenida que lo aleja de toda pose heroica. Lo suyo no es la exhibición, sino la búsqueda.
Esta entrevista pretende escuchar a un joven, rubio como las candelas, que ha encontrado, en la plaza, un modo de explorarse a sí mismo. Aquí Duarte habla de la vida, del miedo, de la libertad y de la belleza con una serenidad loable.

PREGUNTA: Si tuvieras que describirte en una palabra, ¿cuál sería y por qué?
RESPUESTA: Sí tuviere que describirme en una palabra, creo que soñador, porque desde pequeño soñaba en ser torero, y todavía sueño con hacer cosas importantes y cumplir mis objetivos. Creo que eso es lo que hace que uno tenga ilusión y algo por qué luchar todos los días.
P. ¿Siendo rejoneador te sientes menos torero?
R. Siempre me sentí torero. Claro que el rejoneo y el toreo a pie son dos cosas diferentes, pero hoy en día el rejoneo está tan evolucionado que hay muchas cosas que ya se hacen con el caballo como si fuera un capote o una muleta. Entonces, el caballo acaba siendo el medio a través del cual toreamos, como si fuera un capote o una muleta.
P. ¿El torero de verdad es el caballo?
R. Creo que tiene que ser un conjunto, pero a mí me gusta poner al caballo por encima. El caballo es un torero y merece ese reconocimiento, pero también necesita a un torero para poder expresarse y llegar a torear. Creo que debe existir una unión entre jinete y caballo, aunque el protagonismo, a mí, me gusta atribuírselo al caballo.
“Veo la muerte como una consecuencia de la vida, algo que va a pasar naturalmente”.
P. El caballo y tu sois un equipo, ¿qué hay que tener claro en la plaza para ser rejoneador?
R. Sí, al final somos un conjunto. Creo que uno tiene que tener claro eso: que te tienes que acoplar al caballo que tienes y hacer su toreo, pero con tu sello. Al final, se debe respetar al caballo, al toro y al público.
P. Todo esto, ¿qué te enseña en la vida?
R. Creo que el toreo está lleno de valores y aprendizajes para la vida: la capacidad de sacrificio que tienes que tener, la constancia y el esfuerzo de cada día para alcanzar tus objetivos, como en todas las profesiones; la superación de las dificultades y el constante aprendizaje para intentar mejorarte cada día. Creo que son lecciones muy importantes que uno debe aplicar en la vida.
P. ¿Qué sentido le da alguien tan joven a la muerte y cómo la enfrenta personalmente?
R. Veo la muerte como una consecuencia de la vida, algo que va a pasar naturalmente. Creo que lo importante es vivir intensamente y hacer lo que nos gusta hasta que ese día llegue.

P. ¿La plaza te ha enseñado más sobre la vida o sobre la muerte?
R. Yo creo que sobre la vida. En la plaza se viven muchos sentimientos y todo es muy intenso, así que está llena de vida y de emociones que te hacen sentirla profundamente.
P. En el caso de Portugal, ¿en qué afecta que la muerte no se haga presente en la plaza de toros? ¿Cambia la esencia de lo que haces?
R. Portugal es diferente de España. Creo que no cambia la esencia, porque el riesgo y la entrega siguen ahí. ¿Mejor o peor? Es diferente. Cada tradición tiene su valor.
P. ¿Alguna vez has sentido miedo de ti mismo en la plaza?
R. No, nunca he sentido miedo de mí. Sí puede haber veces en que estás tan emocionado o quieres tanto que las cosas salgan bien, que reaccionas menos, pero uno tiene que intentar tener la mente fría y, al mismo tiempo, sentir mucho.
P. ¿Cómo definirías la relación o la complicidad con un caballo?
R. Es difícil de explicar, pero es muy personal. Pasas tantas horas con ellos que llegas a tener una conexión única y acabas comunicándote con ellos de una forma especial.
“Sueño con marcar una época en el rejoneo”.
P. ¿Qué son para ti tus caballos?
R. Los caballos son compañeros de vida, como familia. Pasas tantas horas con ellos, y con cada uno tienes una relación única, que acaban por ser el centro de tu mundo.
P. ¿Qué le dirías a un caballo que ha sido tu compañero durante años si pudieras hablar con él como humano?
R. Le daría las gracias. Por cuidarme, por esperarme, por enseñarme y por darlo todo sin pedir nada a cambio.
P. ¿Con qué sueñas?
R. Sueño con marcar una época en el rejoneo, salir por las puertas grandes de Madrid y Sevilla.
P. ¿Qué es lo que más temes perder: tu arte, tu libertad o tu conexión con los caballos?
R. Es una pregunta difícil, pero creo que la libertad, porque sin ella no podría tener ni la conexión con los caballos ni mi arte, que es el toreo.
P. ¿Cómo es el proceso creativo de un rejoneador, con su caballo, en la plaza?
R. Creo que es un proceso improvisado. Lo preparas en casa con disciplina, por así decirlo, pero en la plaza lo sientes, y al final lo que buscas es acoplarte al caballo, al toro y al público al mismo tiempo.
P. ¿Sientes que tu arte tiene un propósito espiritual o trascendente?
R. Sí, creo que la tauromaquia es algo muy especial. Cuando consigues emocionar a una plaza… tiene que ser algo completamente único.

Detrás del rejoneador hay un muchacho que no quiere ser más que eso, un hombre intentando entender su camino junto a un caballo.
En la plaza, dice, ha aprendido más sobre la vida que sobre la muerte. Allí todo es intensidad, emoción, entrega. Los caballos son su refugio, su centro, el puente. De ellos aprende la paciencia, la humildad y el valor de la escucha silenciosa. Y cuando se le pregunta qué teme perder, no duda: la libertad. Porque sin libertad no hay arte, ni alma, ni verdad posible.
Fotos: Alexandre Carvalho





