Hay autores que escriben como quien abre una herida y la observa brillar. Guillermo Alonso pertenece a esa especie rara. Sus libros huelen a casa cerrada, a deseo, a pasillo de hotel con moqueta gastada, y también a luz, a ironía y a carcajada. En su nueva novela, El efecto deseado (Planeta, 2025), ese equilibrio entre lo lúgubre y lo luminoso se vuelve perfecto: un muchacho huérfano, Gaspar, camina entre la servidumbre y la supervivencia, entre el amor y el espanto, en una especie de picaresca contemporánea que parece escrita desde el filo mismo de la conciencia.

Guillermo, que ya había demostrado su instinto para los personajes rotos en La lengua entre los dientes, despliega aquí una prosa que se mueve entre el relámpago y la ternura. No busca redenciones, ni moralinas: busca el temblor. “Alonso es un género en sí mismo”, dijo Blanca Lacasa, y quizás ahí esté la clave de su magnetismo. No se parece a nadie porque no lo intenta. Escribe con la naturalidad de quien lleva dentro un bisturí y una risa.

En El efecto deseado conviven la nostalgia y el deseo, la frivolidad y la culpa, como si Capote hubiera nacido en Pontevedra y se hubiera criado entre realities, fantasmas y recuerdos de familia. Hay algo profundamente español y universal en su mirada: la elegancia de lo triste, la ironía de lo humano.

Guillermo Alonso vive en Madrid con su novio y sus gatos, Paquita y Gastón. Entre la literatura, el pódcast Arsénico Caviar (Premio Ondas 2023) y su capacidad para diseccionar lo contemporáneo con bisturí y humor, se ha convertido en una voz imprescindible. De esas que uno lee y piensa: por fin alguien que escribe desde la verdad, pero con estilo.

Guillermo, ¿cómo describirías El efecto deseado en una frase para quien todavía no lo ha abierto?

Es difícil describir en una frase algo en lo que has trabajado tanto tiempo y de forma tan kamikaze. Cuando digo kamikaze me refiero a dedicar a algo tanto esfuerzo y tantas horas de tu tiempo libre sin saber siquiera si alguna editorial iba a querer publicarlo. A poner todo tu esfuerzo en algo que nadie te ha pedido que hagas, y mucho menos ofrecido dinero por hacerlo. Sí, claro, hay escritores que reciben jugosos adelantos, pero no era mi caso aquí y no es, juraría, el de la mayoría de gente que está escribiendo mientras yo escribo esto. Si uno lo piensa es estúpido y absurdo hacer eso, pero en lo estúpido y absurdo está la belleza y lo emocionante, como cuando dedicas una mañana entera a cocinar a fuego lento un estofado delicioso para tus invitados y luego los cabrones lo devoran en cinco minutos y se largan. Lo que te queda es lo que has aprendido de ti mismo mientras controlabas el guiso, esa satisfacción de haber dedicado tanta atención, tiempo y cariño a algo mientras nadie te estaba mirando. De ese proceso de escritura solo se me ocurren descripciones trascendentales y profundas que no venderían mucho, así que solo se me ocurre decir: El efecto deseado es una novela escrita con muchísimo cariño para que usted se divierta, se conmueva y se entretenga. 

¿Qué detonante personal o vital te llevó a escribirlo ahora y no antes?

Pues básicamente antes no era capaz. No es que haya escrito Guerra y paz, pero creo que es una novela con cierta complejidad, saltos en el tiempo y juegos de máscaras y aunque llevo con ella en la cabeza mucho tiempo, no había sido capaz de ponerme manos a la obra hasta hace dos años, aproximadamente. Es divertido, en el fondo, cuando te asaltan ideas que son más grandes que tú y debes ponerlas en reserva porque aún no estabas preparado para desarrollarlas. Lo malo de esto es que rápidamente detectas cuando le ha pasado a otros. Leo muchas novelas y pienso: la idea es buena, pero tenías que haberla dejado macerando. Me dan ganas de escribirles y decirles: esto te hubiese quedado perfecto en cinco años. ¿Pero qué les importará a ellos mi opinión? A mí tampoco me importa demasiado la de los demás. Pero sí, leo muchísimos libros que son buenas idea ejecutadas antes de tiempo. Es paradójico que, para ejercer un oficio tan lento y solitario, los escritores tengamos en el fondo tan poca paciencia. 

El título es potente: ¿cuál era realmente tu “efecto deseado” al publicar este libro?

Pues como he dicho antes, que el lector se divierta, se conmueva y se entretenga. Hay actualmente tantos libros que prometen contarte todo de ti mismo, del mundo que nos rodea, de tu pasado, de tu futuro o de la traumática vida del autor. ¡Ah, qué hartazgo! Me dan ganas de coger a los editores y gritarles: ¡Déjese de milongas y en-tre-tén-ga-me! Ese era el pacto, yo le regalo mi dinero y usted rellena mi tiempo. No quiero leer otra tragedia personal que me explique los demonios del siglo XXI, para eso me voy a los periódicos. Dicho esto, mi efecto deseado también sería hacerme millonario, para qué engañarnos, aunque casi nadie se hace rico con un libro. Por eso decía antes que escribir es lo más estúpido que se puede hacer. Tanto tiempo invertido, tan poco dinero ganado. Pero ahí radica su encanto, imagino, en su absoluta estupidez. Hacer estupideces es lo más liberador del mundo.  

¿Cómo fue el proceso de escritura: un trabajo de constancia o un impulso repentino?

Escribir es una suma de impulsos repentinos que conforman un trabajo de constancia. Con esto quiero decir que cuando escribes tienes que aprovechar la aparición del impulso y sacar tajada de esas noches afortunadas en las que de repente te salen quince o veinte páginas. Otras no sale ni media y uno se va a la cama entristecido, pensando que es un fracaso en todo. Porque como en esto de escribir pones todo de ti mismo, desde el cerebro a las puntas de los dedos de los pies, si sientes que fracasas escribiendo estás fracasando todo tú entero. Claro que cuando sientes que has escrito diez páginas buenas te sientes el rey del mundo. Esa emoción íntima es indescriptible y justifica todas las noches de tristeza porque consideras que lo que escribes es basura. Seguro que hay alguna droga que se parece a esa emoción que siente uno tras escribir diez páginas buenas, pero yo no la he probado. Y mejor, que seguro que me encantaría. 

¿Qué descubriste de ti mismo mientras lo escribías?

Escribir un libro es, sobre todo, descubrir que puedes hacer algo que nadie te ha pedido que hagas y eso, en un mundo tan cortoplacista, de «tengo que entregar esto para ya mismo» o «voy a poner una foto en Instagram para que me den muchos likes y me suba el ego», es casi revolucionario. Volcarte con algo que, si es que el mundo llega a ver, verá en dos o tres años, es tan anacrónico y sinsentido que da cierto gustito hacerlo. Creo que por eso hay tantos escritores que no pueden evitar decir que lo están haciendo. O sea, esos que ponen una foto de ellos mismos frente al ordenador y debajo un texto tipo «aquí, escribiendo mi nueva novela». Deja el móvil, estúpido, y ponte a escribir. Esto es como ir al gimnasio: no me digas que estás yendo al gimnasio, desnúdate y demuéstralo. Pues igual: enséñame tu libro cuando esté hecho. Además, ¡a absolutamente nadie le importa que estés escribiendo! Escribir es una emoción íntima y preciosa, pero de puertas afuera, algo aburridísimo y estático. Claro si tienes que poner una fotito escribiendo es que ni conoces la emoción ni la intimidad. 

¿Qué esperas que encuentre el lector en estas páginas que no encuentre en otros libros?

Hay, en un momento dado, un mono vestido de Hugo Boss. Yo creo que no hay ningún otro libro donde aparezca un personaje con estas características. También han dicho de mí, gente que me ha leído con cariño y cuya opinión valoro y agradezco, que logro cierto equilibrio entre tragedia y humor, entre ternura y tristeza y cosas muy graciosas que suele gustar a la gente y que, por lo que parece, no es muy común en la literatura contemporánea. Y mira que yo intento ser dramático, pero por lo que sea me salen unas cosas más bien divertidas y risueñas. Y yo agradezco mucho esas críticas y observaciones si es que es así, pero como elemento diferencial apostaría por el mono vestido de Hugo Boss. 

¿Hay algún personaje, situación o emoción que sea tu favorita dentro de la obra?

Me gusta la mascarada, así en general, que hay desde el principio hasta el final del libro. Que es una cosa de que solo te das cuenta cuando lo terminas y lo piensas un poco. Y mirando atrás, a mis anteriores novelas, veo que debe de ser algo que me obsesiona. Los personajes que no son quienes dicen ser, o que solo lo son a medias, o que se disfrazan de otro personaje, o que necesitan de ciertas sustancias para ponerse una máscara o, más exactamente, para quitarse la que llevan puesta. Supongo que el asunto de la máscara es algo que veo a menudo en la vida real, empezando por las que me pongo yo todos los días para para parecer un adulto funcional. 

El libro acaba de salir: ¿cómo estás viviendo estos primeros encuentros con los lectores?

Pues, como no podía ser de otra manera, metiéndome de forma febril y obsesiva cada mañana en plataformas de críticas como Goodreads para ver si alguien ha escrito algo nuevo y gritándole a la pantalla cuando veo que alguien me ha puesto cuatro estrellas en vez de cinco. Hay uno que me ha puesto tres, que estoy deseando hablar con él. Otra me ha puesto que en el libro hay demasiada droga y alcohol. ¿Pero se puede saber cuánta es demasiada droga y cuánto demasiado alcohol? Claro, me pasará esto por haber crecido en Pontevedra. Allí tenemos los estándares muy altos.  

Si tuvieras que recomendar El efecto deseado con una sola imagen, ¿cuál sería?

No voy a volver a repetir lo del mono vestido de Hugo Boss porque es una curiosidad representativa, a ver si la gente se va a pensar que se desarrolla en un zoo de Dubai. Hay un momento en el libro en que un hombre muy feo, pero feísimo, pide a uno guapo, pero guapísimo, que le deje mirarlo, que le permita vampirizar su belleza y llevársela con él. Y el guapísimo se lo concede porque odia al feo y sabe que ser bellísimo es su mejor venganza. Tal vez por eso escribo yo, por si puedo alcanzar con las palabras algo de esa belleza y, habiéndola creado, vengarme de mis enemigos cuando estos se enfrenten a ella. Que ser bueno y majo está muy bien la vida, pero derrotar a tus enemigos es un propósito fantástico para levantarse cada mañana. 

Fotogtrafía: ©Matías Uris.

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