Por Marc Doménech

Hay personas que aprenden a mirar de frente al miedo, al futuro, al toro. Alejandro Chicharro todavía no ha cumplido los veintidós años, confirmó su alternativa como matador de toros la pasada feria de San Isidro y habla con una inteligencia que descoloca. No responde desde la inercia ni desde el tópico, sino desde una lucidez serena, casi analítica. En él conviven el chico de Miraflores de la Sierra que monta a caballo por su sierra y el torero que ya ha sentido el peso de Las Ventas sobre la espalda.

En la vida, tristemente, hay muchos miedos que nos bloquean y nos paralizan. Lo llevamos en nuestros genes: venimos de una especie que, antaño, luchaba por sobrevivir frente al riesgo. Hoy, nuestro cerebro reacciona ante situaciones “de supervivencia” mandando las mismas señales de alarma al organismo, aunque ya no corra peligro nuestra vida.

Los toreros, cuando quizá sus piernas les piden correr, se quedan ahí. Permanecen frente al miedo, esperando que embista por donde se mande. Tal vez por eso son tan respetados por los demás mortales: porque ante un miedo -en este caso real- no retroceden; se quedan y torean. 

De jóvenes como Chicharro deberíamos aprender eso: “en la vida real también hay toros que no embisten, pero pesan, como las decisiones, las pérdidas o las responsabilidades, y enfrentarlos con verdad y sin máscaras es para mí la auténtica valentía”. Atreverse a dar esos pasos que dan vértigo es síntoma de que lo que está en juego nos importa.

En la pregunta “¿por qué eres torero?”, nace la inspiración:
“Soy torero porque, desde pequeño, sentí que era lo que quería hacer. Torear me permite expresarme, enfrentarme a mis límites y sentirme vivo. No es solo un oficio; es la manera en la que puedo ser yo mismo y disfrutar de lo que hago”.

PREGUNTA: ¿Fue tu abuelo quién sembró en ti la afición? 
RESPUESTA: Mi abuelo y mi padre abrieron una puerta, pero fui yo quien quiso entrar. Al final, si uno no lo siente, por mucho que te lo pongan delante, no dura ni un día.

P. Lo dijo Juan Ramón Jiménez, ¿alas que arraiguen? o ¿raíces que vuelen? 
R. Prefiero que mis alas siempre tengan raíces: poder volar y explorar, pero sin perder de vista de dónde vengo y quién soy.

P. ¿En qué te inspiras cuando toreas?
R. En lo que siento en ese momento. Me inspiro en la música, en recuerdos… en las personas que me marcan.

P. ¿Qué ciudad te inspira más: Madrid, Sevilla, Pamplona… o quizá una que nada tenga que ver con los toros?
R. Madrid es mi casa y mi plaza, pero Sevilla tiene un duende distinto y Pamplona, una energía imposible de explicar. También me inspira mi sierra: montar a caballo por ella me centra más que cualquier plaza.

P. ¿Qué parte de ti es más perfeccionista y qué parte más caótica?
R. En el toreo soy perfeccionista; me obsesiono con el detalle y con la pureza de cada muletazo. En mi vida, fuera del toro, soy caótico, desordenado, me dejo llevar.

P. ¿Cómo convive el Alejandro torero con el Alejandro joven que también quiere disfrutar de la vida?
R. Es complicado en ciertos momentos. El Alejandro torero exige disciplina, silencio, mucho sacrificio; el joven quiere salir, viajar, enamorarse… Intento encontrar un equilibrio, aunque muchas veces gana el torero. Mi vida ahora mismo gira en torno al toro y no pienso en otra cosa que no sea en él.

P. ¿Qué música escuchas justo antes de un paseíllo y al volver a casa?
R. Escucho todo tipo de música, todo depende de cómo me encuentre anímicamente.

P. ¿Qué peso le das a la estética en el toreo? ¿Crees que el estilo personal se entrena tanto como la técnica?
R. La estética es fundamental. El toreo no solo es lidiar; es emocionar, y ahí entra el arte. El estilo personal no se entrena como la técnica: se descubre poco a poco. Es la forma en que uno es capaz de expresarse en la plaza.

P. Saliste por la Puerta Grande de Las Ventas… ¿qué supone?
R. Fue un sueño cumplido, pero también una responsabilidad enorme. La Puerta Grande no es un punto final; es el inicio de un camino aún más duro.

P. ¿Cómo asumes que una legión de jóvenes te grite “Torero”? ¿Te hace sentir especial, en cierto modo elevado a héroe, o uno más de ellos?
R. Es muy especial, pero no me siento un héroe. Me siento uno más de ellos, que se ha atrevido a dar un paso al frente. Sí que me emociona ver que conectan conmigo.

“Para mí, la valentía es algo mucho más cotidiano, pero igual de difícil. Asumir lo que uno siente, no esconderse detrás de excusas y atreverse a dar pasos que dan vértigo”.

P. ¿Cómo gestionas el miedo en tu vida cotidiana, no solo frente al toro?
R. El miedo se abraza, no se niega. Intento verlo como una señal de que algo te importa de verdad.

P. ¿Qué es para ti la valentía cuando no llevas un traje de luces puesto?
R. Para mí, la valentía es algo mucho más cotidiano, pero igual de difícil. Asumir lo que uno siente, no esconderse detrás de excusas y atreverse a dar pasos que dan vértigo. ⁠A veces es pedir perdón; otras, decir “no” cuando todos esperan un “sí”; o simplemente reconocer que tienes miedo y, aun así, avanzar. En el ruedo, la gente te llama valiente por ponerte delante de un toro, pero en la vida real también hay toros que no embisten, pero pesan, como las decisiones, las pérdidas o las responsabilidades. Enfrentarlos con verdad y sin máscaras es, para mí, la auténtica valentía.

P. ¿Existe la duda en este mundo?
R. Claro que existe la duda, pero en cuanto entras a la plaza desaparece. La duda se convierte en decisión, porque delante del toro no hay espacio para titubear.

P. ¿Es vital o temeraria?
R. La duda y la valentía son vitales, nunca temerarias. En la plaza, cada movimiento, cada pase, requiere respeto por el toro y conciencia de lo que haces. Ser temerario sería lanzarse sin medida, sin pensar, y eso no tiene nada que ver con el toreo. La valentía verdadera surge del control, de la preparación y de asumir el riesgo. Saber que existe ese riesgo implica ser más valiente, porque aun sabiendo que, por ejemplo, un toro puede ser complicado, te pones en el sitio donde los pies queman. Por eso, para mí, ser valiente es vital: es lo que te permite enfrentarte al toro y a la vida con decisión, no con imprudencia.

P. ¿Qué es lo más bonito y lo más duro que te ha dicho un aficionado en persona?
R. Lo más bonito es que, al verme torear, habían sentido algo que no sentían desde hacía años o que se habían emocionado viéndome. Lo más duro… en frío no te sabría decir.

“Aprendes a aislarte cuando toca, a dejar que el toro marque el tiempo y a entender que la vida real, la que importa, se mide en segundos que pesan y no en “me gusta” que pasan”.

P. ¿Se reciben críticas duras siendo torero?
R. Sí.

P. ¿Cómo se reciben?
R. Con humildad cuando son de verdad, e indiferencia cuando vienen desde la envidia.

P. ¿Qué te dice tu madre antes de una corrida que nadie más se atrevería a decirte?
R. “Recoge tu habitación” (ríe). Me suele decir que disfrute y que lo haga como sé. Al principio, tanto mi madre como gente de mi familia tenían la manía de decirme “ten mucho cuidado”, y eso me molestaba. Si debo tener cuidado… para eso me quedo en casa.

P. Perteneces a una generación que ha crecido con las redes sociales y la inmediatez, pero con una profesión lenta, ritual y solemne. ¿Cómo conviven esas dos velocidades en tu vida?
R. Pensando como torero, vivir entre la rapidez de las redes y la lentitud de la plaza es un ejercicio de paciencia y control. Afuera todo va rápido y se comparte al instante; dentro, cada movimiento tiene su ritmo y cada pase su intención. Aprendes a aislarte cuando toca, a dejar que el toro marque el tiempo y a entender que la vida real, la que importa, se mide en segundos que pesan y no en “me gusta” que pasan.

P. Si esta entrevista la leyeras dentro de veinte años, ¿qué frase tuya te gustaría que siguiera teniendo sentido?
R. “Siempre valió la pena: cada esfuerzo, cada miedo, cada caída y cada triunfo.”

Alejandro Chicharro es algo más que una promesa: una voz nueva que entiende el toreo como una forma de verdad, la única forma en la que puede ser él.

No busca por ello ser un héroe ni excusar su oficio con romanticismos. En tiempos de inmediatez y artificios, su forma de entender la vida resulta casi subversiva: quedarse y seguir, cuando otros se van.

Fotos: cedidas por Alejandro Chicharro.

Tendencias