Por Marc Doménech
Cristian Galeano Cid es el nombre completo de un joven de 21 años que nació en el toreo como “Cid de María”. Se presenta como Cid, vive como Cid y responde como Cid. No sabemos en qué momento Cid se suma a Cristian, Cristian se suma a Cid o si Cristian siempre ha sido Cid de María. El nombre no surgió en un despacho, ni en la ocurrencia de una agencia creativa, sino en el gesto íntimo de una madre, Ana María, y un hijo que le profesa devoción y quiere llevarla consigo allí donde fuera, hasta la misma plaza de Las Ventas.
Cuando iba decidido en su camino de futbolista (me permitirán: algo poco épico), el toro, como sinécdoque, se cruzó en su camino. Un joven inquieto, alegre y respetuoso, quizás porque sea un torero verdadero, marcado por la transgresión y el buen gusto.
Entre una generación ultraconectada, rodeada de planes y atajos, pero llena de vacíos y psicólogos, Cid no se siente del todo comprendido. No porque sea torero, sino porque ve en ella una falta de valores. No va a contracorriente: los valores que valieron, ahora siguen valiendo y seguirán valiendo; y aunque a veces parezcan escasos, eso no significa que hayan pasado de “moda”. En este mundo el toreo sigue teniendo la misma vigencia intacta de siempre, nunca ha ido a contracorriente, al contrario, nos recuerda lo que nunca puede estar sujeto a “modas”.

PREGUNTA: ¿En qué momento Cristian cede el paso a Cid de María y cómo convives con esa dualidad?
RESPUESTA: Fue un proceso complicado. De niño jugaba al fútbol y se me daba bastante bien, pero a los 12 años, en una clase práctica, la tauromaquia me llamó la atención. Le pedí a mi madre que me apuntara a la escuela taurina, y allí los maestros me dijeron que necesitaba un nombre artístico. Así que, entre mi madre y yo, dimos con el nombre de “Cid de María: ella se llama Ana María y para mí era, y es, una forma bonita de llevarla siempre conmigo, en su honor.
En esa dualidad, al final uno aprende a separar el torero de la persona, aunque a veces es inevitable que vayan de la mano
P: Si tuvieras que describirte en tres palabras como hombre y en tres como torero, ¿cuáles escogerías?
R: Como hombre me considero una persona alegre, inquieta y respetuosa.
Como torero la verdad, la novedad y el gusto me definen bastante bien.
P: ¿Qué temes mostrar de ti fuera de la plaza?
R: La debilidad. Ahí fuera hay gente muy mala…
P: Al pintor le llega la inspiración, toma los pinceles y crea su obra. En el toreo el orden es distinto, ¿cuál es el orden de creación de la obra artística?
R: En el toreo no existe un orden; si lo hubiera, sería un oficio y no un arte. La inspiración nace de la imaginación: soñar que eres muchos toreros, imaginar la faena de tu vida, tocar el cielo de Madrid… Cuando sueñas estas cosas y luego coges el capote y la muleta, todo fluye solo.

“He visto cómo la vida se te puede escapar poco a poco por un muslo abierto en una plaza”.
P: En el toreo se habla mucho de la “verdad”, pero ¿qué significa para ti esa verdad?
R: La verdad es sinceridad, autenticidad, lo real sin adornos. Para mí eso es la verdad, tanto en la vida como en el toreo.
P: ¿Cuándo eres más torero?
R: No sé si más o si menos, pero cuando me pongo la taleguilla y la castañeta en la intimidad, es un momento que disfruto muchísimo. Igual que cuando me lío mi capote de paseo en el patio de cuadrillas.
P: ¿En qué momento dejas de serlo?
R: Creo que uno nunca puede dejar de serlo. Incluso para ir a comprar el pan, hay que hacerlo en torero.
P: ¿Prefieres ser recordado como un torero de valor o como un torero de arte?
R: Me gustaría ser recordado por una mezcla de ambos. Sería maravilloso.
P: ¿Cuál es la cara dura de la vida que has descubierto con 21 años?
R: Creo que aún no he vivido lo suficiente para saberlo del todo, pero sí he visto cómo la vida se te puede escapar poco a poco por un muslo abierto en una plaza de toros. Gracias a Dios a mí no me ha pasado, pero he visto percances de mis compañeros que han asustado de verdad.

P: ¿Cómo vives la juventud sabiendo que tu profesión exige madurar antes que otros chicos de tu edad?
R: Lo vivo con normalidad. Cuando uno tiene las cosas claras, no le importa perderse un «cachondeo» o una fiesta.
P: ¿Te sientes comprendido por tu generación o vives a contracorriente?
R: Me duele decir que en muchas cosas no me siento comprendido. No sé si los tiempos de antes fueron mejores o peores, pero los de ahora carecen mucho de valores y educación.
“Muchas veces con que creas, aunque sea en ti, vale.”
P: ¿Qué valores dirías que te definen?
R: La disciplina y el amor por mi profesión
P: ¿Qué lugar ocupa la amistad en tu vida cuando sabes que tu tiempo está absorbido por los entrenamientos y los viajes?
R: Gracias a Dios estoy rodeado de personas que lo entienden y que están a mi lado siempre que las necesito. Estoy muy agradecido.
P: ¿Qué música escuchas cuando quieres evadirte de todo?
R: Me gusta todo tipo de música siempre que esté hecha con sentimiento y consiga transmitir.
P: ¿En qué creen los toreros?
R: En todo lo que pueda ayudarnos a que, cuando nos ponemos delante de un toro, las cosas salgan bien… y en Dios, por supuesto.
P: ¿Es necesario que creáis en algo?
R: Por supuesto que no es obligatorio, pero ayuda. Muchas veces con que creas, aunque sea en ti, vale.
P: ¿Qué es para ti la valentía?
R: La valentía es decidir actuar a pesar del miedo. No significa no sentir temor, sino reconocerlo y seguir adelante igualmente.

Existe la leyenda popular de que los toreros son muy suyos, con sus cosas. Y, en cierto modo, lo popular lo es por algo. A sus 21 años, Cid de María ha comprendido que la vida del torero exige cuentas distintas, porque no todos los jóvenes tienen el valor de perseguir la épica. No le pesan las renuncias; al contrario, busca que los “síes” valgan la pena.
Supongo que la valentía siempre tiene su dosis de “hacer”, como él mismo la define: “actuar a pesar del miedo”. ¿Torera esa definición? Creo que todos tenemos nuestros toros que lidiar en la vida. Y aunque Cid se enfrente a los que tienen dos astas y espantan al miedo, también lidia con los de cualquier mortal.
Cree en Dios, sí, pero también en él mismo. Otra forma muy bonita de creer en Dios y su creación. Cid, con ese nombre, lleva en sí la promesa de la huella y la gesta. No será por falta de ganas, ni de fe.
Fotos: cedidas por Cid de María





