Madrid tiene esas calles que son un susurro de elegancia y un secreto de club privado. Columela tres es una de ellas, escondida entre los árboles con ese aire de Londres venido a menos, pero que en manos del detalle, en manos de lo sartorial, cobra la misma fuerza que un dandi que se sabe único y por ello se ríe de todos. Allí, en The Sartorial Gallery, convocamos desde ESSENCEmag un cóctel con toda la impronta de lo que significa vestirse, beberse y mostrarse en la vida moderna.
Se trata de una casa donde los trajes se hacen como antes: a mano, con tiempo, con el metro como rosario y con el cliente como único dios al que adorar. Allí, donde cada puntada es una confesión y cada atrevido encargo es un poema de libertad, la revista quiso poner su firma líquida y su acento. Y lo hicimos rodeados de amigos, de cómplices, de esa fauna madrileña que no se resigna a comprar prêt-à-porter porque saben que el hombre y la mujer, bien mirados, son piezas únicas, nunca en serie.

El primer aroma lo puso Ravia, que con su manera de entender Italia nos regaló un acento mediterráneo. Hubo mesas con sabores que parecían llegar de la Toscana y del Piamonte, embutidos que hablaban con más gracia que un ministro y aceites que eran poesía líquida. Era como poner Roma dentro de una copa de cristal en Madrid. Esa fue la primera provocación, el punto italiano que todo cóctel necesita para no convertirse en un páramo de hielo y limón.

En la otra mano, el vino de Cría Cuervos, tan madrileño como castizo, vino joven, desenfadado, con la insolencia de los veinte años y la sabiduría de los viejos enólogos que ya se lo saben todo pero siguen jugando. Las copas se llenaban y se vaciaban con la misma rapidez con la que alguien decide un forro color fucsia para su traje gris. Porque de eso iba la noche: de atreverse.
Hubo también zapatos. Y no unos cualquiera, sino los de Diplomatic, que son como esas frases que uno pronuncia y todo el mundo recuerda. Zapatos para entrar en la historia sin que duelan los pies. Nadie lo dice, pero en Madrid se sabe: estrenar un par de Diplomatic no implica guardar reposo ni callos penitentes. Son la elegancia inmediata, la diplomacia entre el cuero y la piel, entre el andar y el mostrar. En un cóctel sartorial no podían faltar, porque ¿qué es un traje a medida sin el zapato que le canta al oído?

Y de pronto, como si la noche necesitase su vértice dorado, apareció Andrea Senna, embajador de Tequila Dobel, con ese carisma que no se improvisa. El es el que sabe llevar la copa con la sonrisa justa, el que convierte un destilado en un manifiesto. El tequila no fue la nota final sino la clave de sol: cada sorbo era un acto de libertad mexicana cruzado con la solemnidad del tailoring inglés. La alquimia funcionaba. Había quien dejaba el vino por probar ese ámbar brioso y quien, ya perdido, mezclaba todo y aún así mantenía el estilo.

Los asistentes: amantes de lo sartorial
El público fue otro espectáculo. Gente que cree en el arte de vestirse como quien cree en un credo secreto. Había empresarios que miraban más el corte de las solapas que las cuentas de resultados. Había periodistas que apuntaban mentalmente los tonos de las corbatas antes que las frases. Había, sobre todo, ese aire de complicidad sartorial, como si todos compartiésemos la certeza de que un traje bien hecho es un pasaporte y un cóctel bien servido, un estado civil.
Allí se habló de telas como se habla de amantes: con pasión, con ternura, con algún reproche. Allí se brindó por el tweed y por el lino, por la sastrería que sobrevive a las prisas de Zara y al vértigo de Amazon. Allí, entre copa y copa, la moda se convirtió en conversación y la conversación en brindis.
Al salir de Columela 3, ya de noche, Madrid era otra vez esa ciudad que nunca sabe si es París, Roma o Nueva York, pero que al final siempre resulta ser Madrid, con su insolencia y su melancolía. La calle parecía un pasillo alfombrado y cada invitado salía con el andar erguido, como si llevara puesto un traje invisible, cosido por la experiencia compartida.
La crónica de un cóctel sartorial no es la de un evento social: es la confirmación de que hay todavía lugares donde la elegancia no es nostalgia, sino un presente absoluto. Allí estuvo ESSENCEmag para narrarlo, con la copa en la mano, los zapatos de Diplomatic en los pies, el tequila de Andrea Senna en la voz, el vino de Cría Cuervos en la sonrisa y los sabores de Ravia en la memoria. Y todo, bajo la mirada severa y cómplice de The Sartorial Gallery, que es hoy el templo de los que creen que un traje a medida es también una filosofía de vida.
Fotos: @juanmartinvela
Podrán ver más del evento en la edición en papel de ESSENCEMAG en octubre de 2025






















