De una de las mayores disruptivas y transformadoras del mercado a nivel mundial, Tesla, a un pequeño pueblo de 179 habitantes, en la provincia de Burgos, Olmedillo de Roa – Ribera del Duero.

Tras 20 años entre salas de reuniones, aeropuertos y multinacionales, Alba vuelve a casa para entregarse a la paz y el sosiego del campo y emprender su proyecto más personal: ALBA EN RIBERA, un proyecto que supone un regreso a sus orígenes para reunirse con su padre, Enrique Abiega.

Alba en Ribera es el resultado de un cruce de caminos entre dos generaciones y la fuerza de sueños compartidos. Un compromiso de máximo respeto al campo y su materia prima. Una apuesta familiar por ofrecer vinos auténticos, sin artificios, sin modas; elaborados con lo que importa y nada más.

Todo arrancó a finales de los años 90, cuando Enrique Abiega vio el potencial de esta tierra y compró parcela a parcela hasta reunir las 18 hectáreas que conforman hoy este viñedo en una de las zonas más exclusivas de la denominación. Hoy, casi 30 años después y fruto de la ilusión y la experiencia, Alba decide crear su propia bodega.

Durante ese tiempo, “la calidad de nuestra uva y el exquisito cuidado y mimo de nuestro hacer no pasó desapercibida para las bodegas de la zona siendo proveedores preferentes de las más prestigiosas bodegas de Ribera durante todas las cosechas de nuestro viñedo” explica Alba Abiega. Estas bodegas confiaron año tras año en sus uvas por su concentración, equilibrio y capacidad para expresar el terruño.

Al frente de este sueño, está Alba Abiega, riojana de nacimiento, productora en Ribera por vocación, que con apenas 40 años y, tras haber vivido en cuatro países, decide cambiar las frías oficinas y el ritmo frenético de las ciudades por el calor de la tierra y la necesidad de vivir sin prisa. Una decisión que le lleva a dejar su puesto de directiva en Tesla para emprender entre viñedos apostando por la inteligencia natural vs inteligencia artificial. “He decidido parar el tiempo. Cerrar la puerta al ruido. Volver al latido. Cuidar de nuestro viñedo en Olmedillo de Roa y experimentar la evolución de nuestros vinos me devuelve a ese estado de paz y sosiego, donde el reloj se detiene y los sentidos despiertan”, señala Alba.

“Vista larga y paso corto” es parte de la filosofía de Alba en Ribera, la nueva bodega lanzará el primero de sus tres vinos el próximo mes de septiembre. ‘Alba Abiega,desde Zero’, ese será el primer producto que Alba en Ribera sacará al mercado. Los otros dos caldos, estarán disponibles en otoño de 2026 y 2027 respectivamente.

Con una producción limitada, Alba en Ribera antepone calidad a cantidad para obtener una uva excelente, cuidando todos los detalles para asumir el protagonismo del vino. “El secreto está ahí, preguntarse en cada momento qué es lo mejor para el viñedo. Al final cada cepa y sus uvas son tremendamente agradecidas a los cuidados que reciben de las manos de nuestros trabajadores, que las cuidan y supervisan con el mayor mimo” concluye Alba. Hablamos con ella para ESSENCEmag:

Alba, pasaste de trabajar en Tesla y grandes multinacionales a Olmedillo de Roa, un pueblo de 179 habitantes. ¿Qué impulso interior te llevó a tomar esa decisión tan radical?

Fue una necesidad vital de desconectar y volver a conectar. De salir de un remolino constante de adrenalina y recuperar la capacidad de sentir con los cinco sentidos. Pasar de la luz artificial de la oficina a la luz del sol, de las videollamadas a las conversaciones en la viña, de trabajar con productos que nunca llegaba a tocar a crear un producto real, tangible, nacido desde cero.

En definitiva, fue escuchar una voz interior que pedía volver a lo esencial y darle un nuevo sentido a mi vida.

Y además, tuve el lujo de hacerlo junto a mi padre, una persona a la que admiro y respeto profundamente. Ese fue el empuje definitivo que necesitaba para dar el paso.

¿Qué sientes cada mañana al despertar entre viñedos en lugar de entre aeropuertos y salas de reuniones?

Al pasear entre viñedos siento justo lo contrario de lo que vivía en aeropuertos y salas de reuniones. Allí todo eran luces fuertes, ordenadores, ruido, prisas, llamadas constantes… un ritmo de urgencia permanente. Curiosamente, sin gustarme mucho volar, lo que más disfrutaba era el rato en el avión: ese silencio relativo en el que nadie podía localizarme.

En la viña es todo paz. La sensación empieza ya en el coche, de madrugada, al acercarme y ver los campos amarillos y verdes de Castilla: el cereal recién cortado, los girasoles siguiendo al sol, los corzos saltando bajo la luz limpia del verano.

Al entrar, siempre me sorprende el suelo de caliza y arcilla, árido e irregular. Escuchar mis propios pasos en medio del silencio es casi un regalo. Y después, las viñas: plantadas en líneas perfectas, pero cada cepa con su propia historia. Todas luchando por sobrevivir en un terreno duro, con un clima extremo y contrastes bruscos. Ese orden y esa lucha a la vez me transmiten una serenidad que nunca encontré en un aeropuerto.

Has vivido en cuatro países distintos, ¿qué aprendizajes de ese recorrido internacional has traído ahora a tu bodega?

Haber vivido en cuatro países me ha dado aprendizajes que ahora aplico cada día en la bodega. Lo primero es la capacidad de empezar desde cero: llegar a un lugar nuevo implica reinventarte, y esa misma mentalidad está en nuestro vino Desde Zero. También la adaptabilidad, porque cada país tiene su ritmo y su forma de entender la vida, y eso me ha enseñado a escuchar y a fluir con el entorno, igual que hacemos con la viña y sus ciclos.

La versatilidad ha sido clave: pasar de corporaciones multinacionales a un proyecto familiar exige moverte con soltura en contextos muy distintos. Y, por último, la diversidad: convivir con culturas y personas diferentes te abre la mirada, y creo que eso se nota en el carácter contemporáneo y abierto de nuestra bodega.

De todas las enseñanzas de Enrique Abiega, ¿cuál dirías que ha sido la más valiosa para emprender tu propio camino en el vino?

De mi padre, Enrique Abiega, la enseñanza más valiosa ha sido la paciencia y respeto absoluto por la materia prima. Siempre nos ha transmitido que la viña se cuida como un jardín botánico: planta a planta, con dedicación y mimo. También me inculcó que en el vino no se puede escatimar; si quieres hacer algo realmente bueno, tienes que darle lo mejor de lo mejor en cada paso. Esa filosofía es la que guía todo nuestro proyecto.

En un mundo dominado por la inteligencia artificial, tú hablas de apostar por la “inteligencia natural”. ¿Qué encierra para ti esa filosofía?

Para mí la “inteligencia natural” significa volver a confiar en lo esencial: la tierra, la vid, los ciclos de la naturaleza y también nuestra propia intuición. Vivimos en un mundo cada vez más dominado por la inmediatez y la tecnología, y a veces olvidamos que lo más valioso está en lo simple y en lo cercano.

En el viñedo no hay atajos: hay que respetar el tiempo, cuidar la materia prima y dejar que la naturaleza haga su parte. Esa es la inteligencia natural que guía nuestro proyecto: observar, escuchar, mimar y trabajar con paciencia.

Creo que hoy más que nunca necesitamos equilibrar la innovación con esa sabiduría básica que viene de la tierra y de las personas. Y en nuestro vino intentamos que se note: que en cada copa se refleje lo auténtico, lo natural y lo humano.

La primera referencia de la bodega será Alba Abiega, desde Zero. ¿Por qué “desde Zero”?

“Desde Zero” porque nuestro proyecto empieza realmente de cero. No hemos invertido en una bodega ya existente, sino que hemos decidido construir la nuestra propia, uniendo mi experiencia de 20 años en multinacionales de alto nivel con la vida entre viñas en La Rioja y la visión de mi padre, que hace 30 años ya veía el potencial de estas cepas.

En septiembre de 2024 dimos el paso y constituimos nuestra bodega. Desde entonces, hemos creado todo desde cero: la etiqueta, el packaging, los procesos, la distribución, la logística, la comunicación. Todo personalmente, con dedicación y con ilusión.

¿Cómo imaginas a la persona que descorcha una botella de tu vino por primera vez?

Posiblemente porque me encanta cocinar y soy madre de tres niños, me imagino nuestra botella abriéndose en una cocina o comedor, en el corazón de una casa. Una mesa compartida, una comida casera hecha con cariño y un vino que acompaña ese momento de unión y disfrute en familia. Para mí, ahí está la verdadera esencia de lo que queremos transmitir.

En vuestro viñedo, la uva se cultiva en vaso elevado y con producción limitada. ¿Qué importancia tiene para ti cuidar esos pequeños detalles?

El tipo de plantación en vaso elevado permite una mejor ventilación y maduración de la uva, además de favorecer la circulación de la savia. Son detalles que marcan la diferencia.

En cuanto a la producción limitada, apostamos por cepas de muy baja producción y grano pequeño porque concentran al máximo aromas y sabores. Al final, cuanto menos racimos, mayor calidad tiene cada uva. Y esa calidad es la que buscamos reflejar en cada botella.

Dices que cada cepa es agradecida al mimo que recibe. ¿Crees que en el vino se refleja también la sensibilidad humana?

Estoy convencida de que el vino refleja la sensibilidad humana. En el nuestro se nota en la apuesta por la calidad absoluta, en su carácter afrutado, su equilibrio y su elegancia.

Es cierto que los ciclos de la naturaleza son incontrolables y que siempre estamos expuestos a fenómenos como un pedrisco o una lluvia intensa. Pero cuando mimas a la viña y le das los mejores cuidados, ella responde con el mejor de los frutos. Y esa relación de respeto y cariño creo que también se percibe en cada copa.

Has trabajado en el mundo tecnológico y ahora en el agrícola. ¿Ves algún paralelismo entre ambos universos aparentemente opuestos?

Aunque puedan parecer mundos opuestos, veo muchos paralelismos. La tecnología me enseñó a moverme en entornos muy exigentes, donde la innovación, la rapidez y la excelencia son clave. En el viñedo el ritmo es distinto, pero también necesitas innovación, precisión y una enorme atención al detalle.

En ambos casos trabajas con procesos complejos que dependen de muchas variables: en la tecnología son datos y mercados; en el campo son el clima, las cepas y suelo. Y en ambos, si no cuidas cada paso, el resultado final se resiente.

Diría que la gran diferencia es el tiempo: en la tecnología todo es inmediato, mientras que en la viña el tiempo y la paciencia lo son todo. Pero justamente ahí está la belleza: unir lo aprendido en un mundo tan acelerado con la calma y la autenticidad del vino.

¿Qué papel juega la sostenibilidad y la viticultura ecológica en tu proyecto?

Fuimos pioneros en la viticultura ecológica en la Ribera del Duero, apostando por ella ya a finales de los años noventa. Los comienzos no fueron fáciles: la falta de cuidados en parcelas vecinas contaminaba nuestras viñas y nos obligó a asumir pérdidas importantes e incluso a suspender temporalmente el cultivo ecológico.

Lejos de rendirnos, perseveramos. Años más tarde recuperamos el viñedo y hoy toda nuestra finca está íntegramente certificada en ecológico. Para nosotros la sostenibilidad no es una moda reciente, sino una convicción: creemos que a nuestras cepas hay que darles lo mejor y lo más natural para que nos devuelvan la autenticidad de la tierra en cada botella.

La Ribera del Duero es un territorio de prestigio mundial. ¿Qué aporta Alba en Ribera que la hace diferente?

Curiosamente, la Denominación de Origen Ribera del Duero y yo tenemos casi la misma edad: yo nací en 1984 y ella en 1985. Eso hace que me sienta especialmente unida a este territorio y muy orgullosa de formar parte de una denominación que hoy tiene prestigio mundial, compartiendo camino con bodegas de enorme tradición y reconocimiento.

Lo que hace diferente a Alba en Ribera es que encapsula la historia y el saber hacer de mi familia. Mi padre, Enrique, lleva toda su vida trabajando en el vino y cuidando estas viñas con el máximo respeto. Yo, después de 20 años en el mundo corporativo y tecnológico, he regresado para unir esa tradición con una visión más contemporánea y cercana al consumidor actual.

Nuestro proyecto nace con un pie en la experiencia y otro en la innovación. Con viñedos en altura, cultivo ecológico certificado y un cuidado extremo por cada detalle, buscamos elaborar vinos que no solo representen a la Ribera, sino también nuestra propia manera de entenderla: auténtica, elegante y hecha sin prisas.

¿Eres más de vino para celebraciones grandes o de vino para momentos íntimos y tranquilos?

Ambas. Creo que una buena copa de vino se puede disfrutar en muchas circunstancias distintas. En una gran celebración, el vino se convierte en parte de la alegría compartida y del brindis colectivo. Pero también en los momentos íntimos y tranquilos cobra un sentido especial: cuando te sientas a cenar en familia, cuando compartes una conversación pausada o simplemente cuando te apetece desconectar al final del día.

Para mí, el vino tiene esa magia: sabe adaptarse al momento y hacerlo más significativo.

¿Cuál fue la primera sensación cuando probaste el vino de vuestra bodega y supiste: “este es el nuestro”?

La primera sensación fue de pura satisfacción. Después de tantos meses de trabajo duro y de haber hecho una apuesta tan fuerte por este proyecto, teníamos nuestro primer vino. Fue un momento muy emocionante: comprobar que aquella idea, que empezó como un sueño en los viñedos, ahora tenía forma, aroma y sabor. Ese primer sorbo nos confirmó que todo el esfuerzo había merecido la pena.

Tu lema es “vista larga y paso corto”. ¿Cómo lo aplicas en tu vida más allá del viñedo?

Nosotros en casa somos muy del Atlético de Madrid, así que el “paso corto” es nuestro particular “partido a partido”. Creo que la vida funciona igual: hay que tener muy claro a dónde se quiere llegar y, a partir de ahí, trabajar con constancia día a día, sin perder el rumbo.

Es una filosofía que aplico en todo, desde el viñedo hasta la educación de mis tres hijos. Vista larga para imaginar su futuro, y paso corto para acompañarlos en cada pequeño avance.

¿Te reconoces más como una mujer aventurera que se lanza al vacío o como una guardiana de raíces familiares?

Soy una aventurera prudente y optimista. El haber vivido tanto tiempo en el extranjero y haber estado expuesta a tantas culturas diferentes hace que no me de miedo lo desconocido, sino que me atraiga y me interese. Aprendo y valoro tremendamente la diversidad de raíces y opiniones. 

Respecto a la familia, tanto la biológica como los amigos que se convierten en familia a lo largo de los años, son mi centro, el roble en el que me agarro cuando vienen curvas, los que me recuerdan quien soy cuando el mundo se tambalea y a los que estoy tremendamente agradecida. 

Soy una persona muy cariñosa y cercana a la que le gusta recibir y celebrar lo cotidiano. Es mi manera de honrar nuestras raíces y de transmitir a mis hijos que lo importante está realmente en estar juntos.

En un tiempo de prisas y ruido, ¿qué significa para ti la serenidad?

Para mí, la serenidad es paz mental: poder andar en lugar de correr. Es respirar despacio y profundo, y volver a apreciar lo pequeño y cotidiano del día a día. Jugar un trivial con mis hijos sin preocuparme de dónde está el móvil. Reír a carcajadas, algo que con el tiempo a veces olvidamos. Dar un paseo tranquilo con mis padres o tomarme una copa de vino con mi marido. 

En definitiva, la serenidad significa reconectar con lo esencial y dejar que lo simple vuelva a tener valor.

¿Qué te gustaría que quedara grabado en la memoria de quienes prueben un vino de Alba en Ribera?

Me gustaría que quedara grabada una sensación de disfrute auténtico, de serenidad y de conexión. Que nuestro vino se recuerde por su elegancia natural, su sedosidad y por la seguridad que transmite saber que nace de una materia prima y una crianza cuidadas al detalle.

Nuestros vinos son un fondo de armario, una apuesta segura por el disfrute. 

Y por último, si brindaras hoy por algo, ¿qué deseo levantarías en tu copa?

Brindaría por la salud, sin duda. Puede sonar a estereotipo, pero cuando falta es cuando te das cuenta de que en realidad es lo único verdaderamente importante.

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