Por Marc Doménech

Julio tiene un espíritu que desborda, una humilde honestidad, tan risueña sencillez que le debe resultar imposible ocultar nada en los ruedos. Si lo intentara, no lo conseguiría. Nació en Osuna hace 22 años, jugando al toro y con el sueño de ser torero, como casi todos los niños andaluces, que decía Quintero. Sabina también jugaba al toro de pequeño porque el fútbol le parecía “una cosa impropia de caballeros” – joyas audiovisuales que nos dejó el maestro-. El canallismo, aquí, ya es harina de otro costal.

Debutó con caballos el pasado mes de junio. Julio Romero es torero y el torero es Julio Romero: indisolubles, inseparables. Forjado en Andalucía, sigue buscando su estética y personalidad, aunque el compás y la figura andaluza ya le marcan el paso. Comparte apellido con quien el toreo moderno le debe su existencia y, aunque en su familia haya sido el que ha introducido la tauromaquia en casa, algo tendrá que ver.

Fiel admirador de su tierra y de su plaza predilecta, la Maestranza de Sevilla, le brillan los ojos al hablar de ella. En la conversación surge el contraste inevitable entre Sevilla y Madrid, dos universos distintos, con sus propias liturgias. En Feria, la gente acude radiante a la plaza, el Arenal es pura algarabía. Porque uno ya disfruta en casa vistiéndose de chaqueta, frente al espejo, poniéndose la corbata, peinándose… Madrid es otra cosa: el metro, la medida que mide, la gente, la hora punta, el tiempo que uno emplea en llegar… Ni mejor ni peor, distintas. Por suerte.

Hablando con Julio retumba el amor: un amor desmesurado al toreo, que lo mueve, lo despierta y lo sostiene. La búsqueda de la felicidad que, en su caso, pasa por torear. Esa pasión, casi obsesiva, es la que recorre cada respuesta de la entrevista.

P. Si tuvieras que presentarte sin mencionar el capote ni la muleta… ¿quién es Julio Romero?
R. Soy una persona muy normal, nada fuera de lo común. Un chico humilde, que viene de una familia también humilde, donde todo lo que hemos tenido ha sido fruto de la lucha y del esfuerzo. Y así sigo: trabajando, peleando y dándolo todo para poder estar aquí y mantenerme en este camino.

P. ¿Dónde termina Julio el torero y empieza Julio el joven de Osuna?
R. Julio, el chaval de Osuna, siempre está asociado con el toreo. He trabajado mucho para que mi nombre esté vinculado a este mundo. Mi entorno también forma parte de esto, lucho para que todo lo que salga de mí refleje esa relación. Que siempre que me vean digan: lo veo entrenando, corriendo, con los trastos hacia la plaza de toros… La verdad es que me he esforzado mucho para que mi nombre esté ligado al toro.

P. ¿Cómo es tu día a día?
R. Ahora trabajo por las mañanas para ayudar en casa, porque esta es una profesión muy cara. Me levanto a las cinco de la mañana para trabajar y llego a casa sobre las once. De once a una suelo entrenar, salgo a correr… Después como y descanso un rato. Y por la tarde voy a la escuela hasta las diez de la noche: estoy con mis compañeros, entreno con mi profesor…
Además, los martes y los jueves tengo la suerte de entrenar en “La Malagueta”, una auténtica pedazo de plaza. 

P. ¿El querer ser torero fue una decisión o una revelación?
R. No es algo que uno piense desde que nace o desde los primeros juegos con el toro. Es un proceso gradual: vas jugando al toro, entrenando, relacionándote con gente del mundo del taurino, haciendo amigos en este ambiente, entrenar, entrenar y entrenar… Y llega el momento en que estás tan metido que ya no te imaginas haciendo otra cosa que no sea torear.

P. ¿Es un veneno?
R. Si, un veneno. Recuerdo mi primer día en la escuela, cuando empezábamos a ir al campo, de tapia. Toreé mi primera vaca y me dio tal voltereta tremenda… Pero, en lugar de asustarme, volví a casa lleno de adrenalina y emoción. Le decía a mi madre: “Mamá, hoy me ha pillado una vaca”. Y mi madre me decía que cómo podía estar yo tan contento por eso, que estaba loco. Pero aquella voltereta me produjo felicidad, me dio adrenalina. Fue un golpe de realidad, pero esa voltereta me dio vida.

“Ahora la juventud se agobia por el futuro, tiene que ser todo “ya”. El toro me ha enseñado a saber esperar la recompensa, que con constancia y fe llega”.

P. ¿En qué se nota que eres torero?  
R. Lo intento parecer físicamente, pero también mentalmente. Creo que el toro te da una forma de pensar difícil de encontrar hoy en día. Valores como la constancia, el respeto, el saber estar delante de las personas y las situaciones… Todas las gracias que he recibido de esta profesión me han dado mucho poder para estar en la vida como torero.

P. ¿En qué se nota que eres andaluz?
R. Creo que en mi acento se puede notar -ríe- y en que me encanta Andalucía. Es una pasión. Cuando uno sale de Andalucía y conoce otros lugares, se da cuenta de la diferencia en cuanto al clima, la gente… Andalucía me gusta mucho.

P. ¿Y en qué que eres un torero andaluz?
R. En mi toreo se puede ver que tengo ese carisma, esa facilidad para conectar con la gente que dicen que los andaluces tenemos con más naturalidad. También tengo muchas cosas de torero andaluz, de toreo vertical. Aunque aún me queda mucho por conocerme, por encontrar mi estética. He debutado con caballos hace menos de un mes y sigo puliendo mi personalidad.

P. ¿Qué te ha dado Andalucía que no te ha dado ningún otro lugar del mundo?
R. Mis raíces. La calidez del público, que se nota que es más acogedor. Cuando toreé mi primera novillada fuera de Andalucía, en Navarra, noté mucho ese ambiente más frío, tanto en el público como incluso en el toro.

P. Compartías en redes la frase: “los toreros son un ejemplo de los valores que tienes que utilizar para afrontar la vida”. ¿Qué valores representas mejor?
R. Cada persona tiene los suyos, aunque en el toreo haya unos comunes. Para mí, lo fundamental es la constancia, la fe, tener mucha fe en mi mismo, y la capacidad de la espera. Ahora la juventud se agobia por el futuro, tiene que ser todo “ya”. El toro me ha enseñado a saber esperar la recompensa, que con constancia y fe llega.

P. ¿Sabe mejor si no es inmediata la recompensa?
R. Al final uno se puede malacostumbrar a tenerlo todo inmediato, como sea. Te da igual si no es tan bueno, más malo o poco bueno, pero quieres tenerlo ya. Yo prefiero menos cosas inmediatas, pero de calidad. Si todo lo que haces lo consigues inmediatamente, te acostumbras a tenerlo fácil, rápido y creo que se disfruta más cuando se ganan las cosas de verdad, cuando llegan en el momento y son luchadas.

P. Y después del triunfo y los aplausos, cuando te quedas solo, ¿qué queda?
R. El triunfo, para mí, no está en cortar las orejas, que también. El verdadero triunfo está en levantarme cada día con más ilusión que el anterior, que es lo más complicado. Entrenar incluso sin ganas, cuando no tienes la próxima fecha asegurada, y llegar a casa y pensar “me he entregado”. Poder descansar en paz. Ese es mi triunfo.

“Pago con mi vida cada vez que salgo a una plaza. Creo que no hay precio mayor”.

P. ¿Hay tristeza en la intensidad de la pasión?
R. A veces las cosas no salen como uno piensa o quiere y aparece la tristeza. Pero si te centras en eso, todo se va al garete. Cuando uno hace lo que ama, no puede estar triste mucho tiempo.

P. ¿Hay algo para ti que no tenga precio?
R. Mi familia, mis amigos, mi profesión, la suerte de dedicarme a lo que me apasiona. Eso no tiene precio.

P. ¿Qué estarías dispuesto a pagar por el más grande de tus sueños?
R. Pago con mi vida cada vez que salgo a una plaza. Creo que no hay precio mayor y estamos dispuestos a pagarlo siempre que toreamos.

P. Touché. 
¿El traje de luces da más éxitos en el arte de ligar?
R. Diría que ayuda. No sé si es por el traje o por la personalidad que te da ponértelo. Mis amigos dicen que sí -ríe-, yo creo que no.

P. Ligar es una cosa, pero encontrar el amor es otra. ¿Es difícil dar con alguien que acepte esta vida?
R. Es muy difícil y los toreros somos complicados. Nuestra vida es el toro y si estás con alguien sabiendo que lo primordial no eres tú… no es fácil encontrarlo.

P. ¿Has hecho alguna locura por amor?
R. Sí -ríe-. Siempre hay alguna locura por amor. Luego lo pienso y digo: “ hay qué ver lo que hice, qué necesidad tenía yo de hacer eso, si había otra forma”. Pero siempre se hacen.

“Siempre se intenta torear para el amor, el amor siempre vence al miedo. A veces no, sale el de los rizos y se pierde el amor y se pierde todo -ríe-, pero es más noble y puro hacerlo por amor”.

P. Manuel Alejandro dice que compone las canciones con la ilusión de conquistar el amor, la alegría, la belleza. Porque una vez se conquista, vienen los desamores… ¿pasa lo mismo con el toreo?
R. Para mí es casi imposible dentro del toro hacer algo por alguien. Cuando estás allí dentro, se te olvida todo. Pero si está el amor a uno mismo, que es el mayor amor y por el que más lucha uno, puedes sentirte a gusto y expresar lo que eres. También estando enamorado de alguien o de algo se es más feliz y, por ende, se torea mejor. El traje de luces es transparente y se ve enseguida como está uno.

P. ¿Es posible torear desde el amor en vez desde el miedo?
R. Siempre hay miedo. Más al dolor que, a lo mejor, a la muerte. La tienes ahí pero no la piensas tanto. Siempre se intenta torear para el amor, el amor siempre vence al miedo. A veces no, sale el de los rizos y se pierde el amor y se pierde todo -ríe-, pero es más noble y puro hacerlo por amor.

P. Si no pudieras volver a torear nunca más… ¿dónde pondrías toda esta pasión?
R. Nunca me he hecho esta pregunta. No me imagino haciendo otra cosa, me quedaría perdido. No sabría donde poner todo este amor y todo lo que le dedico al toro, quedaría un hueco enorme en mí. No es un hobby, es una vocación muy grande, con la que te despiertas, te acuestas y te llenas el corazón.

P. ¿Qué te gustaría contarles a tus hijos de ti?
R. Me gustaría que vivieran este mundo conmigo, contarles lo que he logrado, lo que he luchado. Que vivieran en una finca donde podamos tener un futuro y contarles lo bueno que era su padre de joven -ríe-. Transmitirles los valores que me ha enseñado esta profesión, aunque ellos elijan su camino, que intentaré que no sea el toro.

Será verdad que el toreo hace madurar. Pocas conversaciones he oído que hablen de la lucha, la constancia, el sacrificio y los valores claros a tan temprana edad. 

¿Conocen el veneno que da la vida? Yo tampoco. Pregúntenle al joven Romero. Él lo probó en su primera voltereta, la que lejos de asustarlo le dio la certeza de que había encontrado su camino -muy a pesar de su madre-. Desde entonces vive con ese veneno que lo impulsa, que lo llena de adrenalina y que le recuerda cada día que su vocación no es un juego, sino un amor con el que conseguirá grandes cosas.

En este mundo todo es muy arbitrario, pero da igual como llegues o dónde acabes, el ser humano tiene ese maravilloso don de convertir su destino en su hogar.

Fotos cedidas por: Quentin de Ladelune

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