Carlos, ¿Cómo se empieza una colección de arte?
Lo primero que uno debe preguntarse es: ¿para qué quiero coleccionar arte? Esta es la gran cuestión inicial, porque de ella se desprende todo lo demás. En general, existen dos grandes motivaciones: una más íntima y representativa —aquella que busca reflejar nuestros gustos, inquietudes o sensibilidades— y otra más estratégica o patrimonial, vinculada a la inversión y la gestión de valor a largo plazo.
Si el objetivo es construir una colección que nos represente, entonces el primer paso es hacer un ejercicio de introspección. Se trata de entender con qué lenguajes visuales conectamos, qué valores estéticos apreciamos y qué tipo de obras nos conmueven. Hay quien se siente especialmente atraído por los trabajos que exploran la textura, ya sea a través del empaste o mediante una pericia pictórica capaz de simularla. Esa sensibilidad particular puede ser el hilo conductor de toda una colección, ya sea figurativa, abstracta o inclasificable.
Otra vía para articular una colección personal es a través de una corriente estética o conceptual. Por ejemplo, alguien que sienta afinidad con la neofiguración y busque obras con una carga expresiva muy marcada, puede construir una colección coherente alrededor de esa sensibilidad específica. En todos los casos, es clave contar con un hilo curatorial, una narrativa editorial que estructure y dé sentido a las obras reunidas. En definitiva, algo que nos defina.
En cambio, si el enfoque es patrimonial —más orientado a la inversión— el criterio cambia. Aquí lo relevante es identificar artistas con proyección, cuya obra tenga buenos indicadores de revalorización, liquidez potencial y una trayectoria consolidada o en expansión. No hablamos tanto de un relato curatorial, sino de analizar riesgos, canales de distribución y calidad técnica como garantes de solidez.
En cualquiera de los dos casos, mi recomendación siempre es la misma: empezar con cabeza. Dedicar tiempo a entender qué buscamos, qué nos define o qué valor queremos preservar o multiplicar. Porque una colección bien pensada no solo se disfruta más, también evita arrepentimientos y reinicios innecesarios. Y eso, en el arte como en la vida, es un lujo.
2. ¿Como se educa el ojo y el gusto ante el arte?
Es una de esas preguntas que parecen simples, pero encierran una enorme profundidad: ¿cómo se educa el ojo? ¿Cómo se forma eso que muchos llaman, medio en broma medio en serio, el “ojímetro artístico”? Lo cierto es que no se trata de una habilidad misteriosa o innata, sino de un proceso que puede cultivarse con intención y método.
La clave está en dos grandes pilares. El primero, entender qué es la calidad artística y dónde se manifiesta. En el arte, la calidad suele encontrarse en la dificultad de los
problemas que un artista plantea —y, sobre todo, en la brillantez con la que los resuelve. Esa dificultad puede darse tanto en el plano formal (técnica, estética) como en el conceptual (la profundidad de la idea, el discurso que la sostiene). Por eso es importante entrenar la mirada para distinguir entre lo fácil y lo complejo, entre lo resuelto con virtuosismo y lo que se queda en soluciones torpes o superficiales.
Una vez comprendido esto, lo siguiente es construir una especie de “estantería mental”. Un andamiaje donde ir colocando referencias, artistas, obras… y ubicarlas en diferentes niveles de complejidad y calidad. Cada exposición que vemos, cada catálogo que hojeamos, cada obra que analizamos, es como un nuevo libro en esa estantería. Poco a poco, nuestro ojo empieza a hilar con más precisión, y lo hace tanto de manera consciente como subconsciente.
Pero el ojo no solo se educa hacia la calidad objetiva, también afina el gusto personal. Uno aprende a identificar qué le emociona, qué estilos le provocan, qué discursos le inquietan o conmueven. Y ese equilibrio entre criterio objetivo y afinidad subjetiva es lo que acaba dando lugar a un ojo bien formado: crítico, sensible y, sobre todo, coherente.
Lo mejor de todo es que no hacen falta años de estudios ni una tesis doctoral. Basta con unos meses de dedicación genuina: ver mucho arte, leer, conversar, exponerse a lo diverso. Y cuando esto ocurre, cuando el “ojímetro” se activa, empiezas a acertar con tus elecciones. Ya sea al adquirir una obra, elegir una exposición o seguir la trayectoria de un artista. Tu mirada se convierte en brújula, y tu relación con el arte se transforma en una experiencia mucho más rica, más afinada y profundamente personal.
3. Tu trayectoria comienza en un entorno aparentemente muy alejado del arte: la banca de inversión. ¿Qué ocurrió para que el arte tomara protagonismo en tu vida profesional?
Sí, mi recorrido profesional comenzó en un mundo que, a simple vista, parece muy alejado del arte: la banca de inversión. En 2010, tras completar un máster en renta variable y derivados, empecé a trabajar en ese entorno, rodeado de números, mercados y análisis de riesgo. Pero, aunque profesionalmente estaba inmerso en las finanzas, el arte siempre había formado parte de mi vida. En casa, lo vivíamos de una forma muy natural gracias a mi padre, que además de arquitecto, era pintor aficionado. Desde pequeño conviví con pinceles, texturas, lienzos y conversaciones sobre estética, aunque nunca imaginé que aquello podría convertirse en el centro de mi carrera.
El giro llegó casi por casualidad. Un día decidí ayudar a mi padre a vender algunas de sus obras, que hasta entonces nunca había mostrado al público. Probamos con plataformas online, sin demasiado éxito. Entonces se me ocurrió una idea curiosa: ofrecer algunas piezas entre mis conocidos del banco… sin decir que eran suyas. Para mi sorpresa, varias se vendieron enseguida. Fue un momento revelador. Comprendí que la demanda por el arte estaba ahí, pero el acceso era confuso, opaco y, en muchos casos, roto.
Ahí empezó todo. Empecé a imaginar cómo mis conocimientos en banca podían tener una aplicación concreta en el mundo del arte. Vi que no existía un sistema transparente de valoración, que el arte como inversión alternativa era algo casi inexplorado por el gran
público, y que los artistas tenían enormes dificultades para conectar con el mercado de forma estructurada y sostenible.
Antes de dar el salto definitivo, hicimos una validación muy seria del problema: 2.000 encuestas —la mitad presenciales, la otra mitad online— que nos dieron respuestas muy claras. La gente quiere consumir arte, pero no sabe cómo valorarlo, desconfía de los precios y no se siente cómoda comprándolo, especialmente online. Esa fue la chispa que encendió Saisho. En 2016 dimos forma a un proyecto que tenía una misión clara: eliminar esas barreras, abrir el mercado a nuevos públicos y construir una infraestructura cultural más sólida, accesible y transparente.
4. En el corazón de Saisho está la idea de que el arte debe poder valorarse con criterios objetivos, incluso cuantificables. ¿Cómo lograste traducir esta ambición en una metodología viable?
Esa fue, sin duda, una de las apuestas más disruptivas desde el inicio de Saisho. Mientras muchas plataformas en el mundo del arte se limitan a conectar artistas con coleccionistas, nosotros decidimos ir un paso más allá: atacar de raíz los verdaderos bloqueos que impiden que el público consuma arte. Porque el problema ya no es descubrir artistas —para eso está Instagram y otras redes—, sino saber qué valor tienen realmente sus obras. La falta de conocimiento sobre el precio y la calidad es lo que paraliza la compra, no la falta de acceso.
Desde el primer día entendimos que para que el arte contemporáneo pudiera expandirse como un mercado sólido y sostenible, necesitábamos traer transparencia, rigor y lenguaje compartido. Así que decidimos hacer lo impensable: aplicar al arte los mismos principios de análisis que se usan en la banca de inversión. Creamos una metodología híbrida, apoyada en algoritmos propios que combinan variables cuantitativas (trayectoria, proyección, canales de venta, liquidez estimada) con criterios cualitativos (complejidad plástica, consistencia formal, discurso conceptual, etc.). El resultado es una valoración objetiva, curada y comprensible, que da seguridad tanto al coleccionista primerizo como al inversor experimentado.
La gente llevaba mucho tiempo pidiendo claridad, entendimiento y rigor. Nosotros simplemente respondimos con herramientas que ya existían en otros sectores, pero adaptadas al contexto artístico. Y lo mejor es que esto no solo está transformando la forma de comprar arte, sino también la manera de mirarlo y valorarlo.

5. ¿Qué significa, para ti, acercar el arte a nuevos públicos sin trivializarlo ni convertirlo en una mera mercancía?
Significa, sobre todo, tratar al arte —y al coleccionista— con respeto. Vivimos un momento en el que el público está mucho más informado, más crítico y también más exigente. Ya no sirve repetir fórmulas antiguas. Durante décadas, el galerista tenía el control total del relato y la autoridad absoluta en la valoración de los artistas. Hoy, eso ha cambiado
radicalmente. Internet ha democratizado el acceso a la información, y el nuevo coleccionista no quiere que le vendan humo: quiere entender, sentir, decidir.
Y eso, para mí, no trivializa el arte, al contrario: lo dignifica. Porque implica asumir que el arte puede ser profundamente accesible sin dejar de ser profundo. En Saisho lo entendimos desde el principio. Nuestro enfoque no se basa en imponer gustos ni dictar tendencias, sino en acompañar a cada persona en su camino hacia el arte. Pasamos meses con cada nuevo comprador, no para cerrar una venta rápida, sino para formarle, asesorarle y ayudarle a construir su propio criterio. Solo así se genera una verdadera conexión con las obras, y no una simple transacción.
Acercar el arte a nuevos públicos no es hacerlo fácil o superficial. Es hacerlo comprensible, transparente y honesto. Se trata de construir puentes, no escaparates. Y cuando hay conexión auténtica, cuando hay rigor y escucha, el arte deja de ser una mercancía y se convierte en algo mucho más poderoso: una experiencia transformadora.
6. Desde fuera, puede parecer que Saisho es una plataforma tecnológica. Pero tú hablas de ella como de una infraestructura cultural. ¿Qué implica exactamente ese término?
Es cierto que, desde fuera, Saisho puede parecer “solo” una plataforma tecnológica. Y lo es, en parte. Utilizamos tecnología avanzada, algoritmos de valoración, inteligencia de datos… Pero eso es solo la superficie. Lo que realmente construimos —y lo que más nos importa— es una infraestructura cultural. Y con esto me refiero a algo mucho más profundo que un marketplace.
Una infraestructura cultural es un ecosistema completo que da soporte al desarrollo, circulación y comprensión del arte. No se trata solo de facilitar transacciones, sino de generar las condiciones necesarias para que el arte contemporáneo pueda crecer, conectar y sostenerse en el tiempo. En nuestro caso, eso implica acompañamiento educativo, transparencia en los precios, criterios de valoración rigurosos, y una comunidad de artistas y coleccionistas que se enriquecen mutuamente.
El mercado del arte, durante mucho tiempo, ha funcionado con dinámicas excluyentes, opacas y a menudo inaccesibles. Lo que hemos querido hacer es darle la vuelta a eso: ofrecer un marco confiable, estructurado, en el que tanto artistas como compradores puedan operar con libertad, pero también con contexto. Porque no basta con digitalizar el arte: hay que dotarlo de sentido, de pedagogía, de confianza.
7. ¿Utiliza la IA para alguna de sus gestiones con el arte?
Sí, la inteligencia artificial es una herramienta que utilizamos en Saisho, pero siempre con una premisa muy clara: está al servicio del criterio humano, no en lugar de él. La IA nos ayuda a procesar grandes volúmenes de datos, identificar patrones en la trayectoria de los
artistas, estimar riesgos o proyectar escenarios de valorización. Todo eso es fundamental para aportar rigor, eficiencia y agilidad al mercado del arte.
Por ejemplo, nuestros algoritmos incorporan variables cuantitativas y cualitativas que permiten ofrecer valoraciones más objetivas y transparentes, algo que hasta ahora era muy difícil de lograr en este sector. También nos permite detectar dinámicas de consumo emergentes o entender cómo se mueven ciertos segmentos del mercado con mayor rapidez.
Ahora bien, nunca delegamos en la IA lo que corresponde al juicio experto. El arte tiene una dimensión simbólica, estética y emocional que no puede reducirse a datos. Por eso, en Saisho combinamos tecnología con curaduría, análisis con sensibilidad. La inteligencia artificial nos permite avanzar más rápido, pero el rumbo siempre lo marcan las personas.
8. La alianza con Eneaverso para fundar ENEAS parece un paso natural para dos proyectos con misiones complementarias. ¿Qué os une a ti y a Javier Camacho (Fundador de Eneaverso)? ¿Qué propósito común perseguís con ENEAS?
La alianza con Eneaverso y con Javier Camacho nace de una afinidad profunda, no solo en lo profesional, sino también en lo personal. Ambos compartimos una mirada muy similar sobre el arte y su papel en la sociedad: lo entendemos como una fuerza transformadora, que no debería quedar encerrada en circuitos herméticos, sino expandirse hacia nuevas audiencias, con nuevos códigos, sin perder profundidad ni exigencia ni rigor.
Con Javier conectamos enseguida porque ambos veníamos trabajando, desde ángulos distintos pero complementarios, en cómo devolverle al arte su capacidad de conectar emocionalmente con las personas, sin renunciar al rigor ni a la innovación. Eneaverso ha hecho un trabajo increíble abriendo el arte desde las experiencias exclusivas. En Saisho, por nuestra parte, llevamos años construyendo la infraestructura que dan solidez, rigor y criterio a la adquisición de arte contemporáneo hoy día.
Con ENEAS perseguimos un propósito común: crear un punto de encuentro entre artistas de excelencia y nuevos públicos con sensibilidad, pero también con curiosidad y desde experiencias únicas. Queremos demostrar que el arte contemporáneo no tiene por qué ser inaccesible ni abstracto; puede ser cercano, estimulante y comprensible si se construyen los canales adecuados. Y eso es lo que estamos haciendo juntos: construir ese canal, esa experiencia, ese espacio donde el arte vuelve a emocionar y a tener sentido para muchas más personas.





