Por Marc Doménech Cases
Hay quienes creen que hablar del toreo es hablar solo de un arte antiguo, de una tradición que se enciende en la arena y vacila con la ovación. Que solo entienden unos pocos, que no tiene sentido, ni comprensión fuera del ruedo. Pero el toreo no es un ritual fosilizado: es una pulsación viva, actual, brutal. La que duele, la que late, la que engaña, la que sigue, la que acaba, la que sangra.
José Fernando Molina se presenta con una calma que desconcierta, con la serenidad paradójica de quien ha visto rondar a la muerte. Por un momento, lo envuelve un aire nostálgico, melancólico, un poso que no es tristeza, pero se le parece. Como si algo se le hubiera quedado atrás, hace tres años. Algo que aún no ha soltado del todo, y que nunca debe soltar. Protagonizó una estampa curiosa el pasado veintidós de junio en el coso madrileño. Herido al entrar a matar a su primero, y después de ser intervenido quirúrgicamente en la enfermería de la plaza, salió a torear el quinto con unos vaqueros pirata y la camisa por dentro y arremangada, sin chaquetilla. Aquella tarde se invocó a la épica, que respondió con trapío la llamada. Este punto cobra cierto protagonismo en la charla.
La conversación tuvo lugar en el estudio de Juan Bengoa, en Madrid. Un espacio pensado, como su arquitectura, para respirar. Allí, entre líneas limpias, maderas cálidas y una luz natural que parece hablar en voz baja, Molina se sintió cómodo. No era una plaza, pero había algo de templo. Juan Bengoa dirige un estudio que se ha consolidado como uno de los más personales y reconocibles de la ciudad. Sus proyectos tienen algo en común: una búsqueda honesta de belleza, orden y emoción. Quizá por eso, sentarse a hablar allí de la vida, del miedo, del amor o de la muerte no pareció algo tan extraordinario. Más bien, inevitable.

PREGUNTA. ¿Quién es José Fernando Molina?
RESPUESTA. No es fácil definirse a uno mismo, pero si tuviera que intentarlo, diría que soy una persona que, de entrada, marca cierta distancia con los desconocidos. Me cuesta abrirme al principio. Sin embargo, cuando alguien consigue cruzar esa barrera, se encuentra con todo lo contrario a lo que parezco en un primer contacto.
Me definiría como alguien de gran corazón, por todo lo que la vida me ha enseñado. Un luchador, sin duda. Y también creo que soy humilde. Lo deberían decir los demás, pero nunca he presumido de lo poco o mucho que he conseguido, y así quiero seguir siendo. Me han enseñado que uno nunca debe olvidarse de dónde viene, y que lo que se consigue en la vida es solo un añadido. Lo verdaderamente importante es seguir siendo siempre la misma persona.
P. ¿Siempre has tenido claro que eres torero?
R. Desde que tengo uso de razón, sí. Siempre, desde que tenía diez u once años, supe que quería dedicarme a esto. Nunca imaginé que llegaría hasta donde estoy ahora. Ser matador de toros me parecía algo imposible, casi inalcanzable. Hoy no diría que estoy completamente satisfecho, porque en esta profesión siempre se quiere más, siempre se quiere seguir creciendo, pero sí estoy muy feliz. Lo cierto es que es mi vida.
P. Para tomar la decisión de ser torero, ¿solo se puede tomar con la inconsciencia juvenil o también con una madurez mental?
R. Creo que se debe empezar desde pequeño, sobre todo para conocer y aprender a formarse taurinamente. Conocer todo lo que implica el mundo del toro desde abajo, pasando por las tres etapas: novillero sin caballos, novillero con caballos y matador de toros, es muy importante. Creo que hay una edad para cada etapa, aunque también hay casos extraordinarios que pueden romper esa barrera y que no deben sentirse inferiores a quienes comenzaron mucho antes. Esto no entiende de edades, sino de tus capacidades y conocimientos. Al final, el toro sale para todos, y es él que pone a cada uno en su sitio.

P. ¿Y cómo se vive desde dentro? ¿Cómo vive la familia ese límite tan difuminado entre la vida, la muerte… la tragedia, la alegría…
R. No lo sé con certeza, porque nunca se lo he preguntado. Creo que cada uno lo lleva por dentro, especialmente la familia. Imagino que debe de ser algo difícil para ellos, pero también pienso que, en cierto modo, prefieren no pensarlo. Porque cuando lo piensas es cuando llega lo malo.
P. ¿A qué temes?
R. No le temo a nada. Tras la pérdida de mi madre se me fueron todos los miedos. No le temo a nada, ni a la vida, ni a lo que venga.
P. ¿Crees que es malo, no temerle a nada?
R. Depende. Cuando uno da lo mejor de sí mismo, y todo aquello que puede controlar lo hace de la mejor manera posible, con la conciencia tranquila de saber que se ha entregado por completo, creo que merece la pena. Lo que no puedes controlar no depende de ti, y eso es parte de esta profesión. Al final, uno busca la felicidad plena, la sensación de haber dado todo lo que tenía. Y eso, creo yo, tiene su recompensa.
P. ¿Cómo vives el amor? Bueno, el amor y el miedo, la felicidad, la alegría, la frustración…
R. Soy una persona muy intensa en ese sentido. Siento un amor profundo por mi profesión, por mis seres queridos, por mi pareja… Me tomo las cosas con mucha intensidad, porque hoy estás aquí y mañana no sabes dónde puedes estar. Intento estar siempre en paz con todo el mundo, con las personas que me rodean y con todo aquello que está en mis manos. Pero, sobre todo, busco estar en paz conmigo mismo, con el de arriba, y saber que cada día que me levanto hago el bien para mí y para los demás. Así, el día que no esté, no tendré nada que reprocharme, ni cuentas pendientes conmigo mismo. No quiero decepcionarme a mí mismo.
P. ¿Crees en Dios?
R. Sí
P. ¿Qué don te ha dado Dios?
R. Me ha dado mucha facilidad para aprender rápido, en todos los aspectos de la vida.
P. ¿Le aguantas la mirada a los toros?
R. Yo solo los miro a los ojos.
P. Y tu última cita en Madrid, ¿qué tal fue? ¿Cómo te sentiste en esa tarde tan épica?
R. Era una cita muy importante, una fecha marcada en rojo en mi calendario. Y estoy muy contento, muy feliz. Fue una tarde que quedará grabada en mi historia por todo lo que sucedió y trascendió después. Me sentí muy satisfecho. Fue, como decimos en el toreo, mi bautismo de sangre. La primera cogida seria. Sí había tenido percances antes, alguna rotura de hueso y demás, pero nada como esto. Aun así, fue un día de mucha felicidad y satisfacción personal.

“Peor sería que no te pegara la cornada. Eso significaría que
estás sentado en tu casa, sin la oportunidad de demostrar nada
y sin poder ponerle remedio”.
P. En ese mismo instante de la cogida… ¿cómo te sentiste?
R. Son momentos para los que, mentalmente, uno se va preparando toda la vida desde que entra en este mundo. Ya cuando tomas la alternativa y te conviertes en matador de toros, sabes que entras en la parte más seria de esta profesión. Siempre te visualizas en ese tipo de situaciones, imaginando cómo reaccionar si un toro te coge y de qué manera debes actuar. Es algo que forma parte de llegar a figura del toreo. Muchos grandes han pasado por percances, y uno nunca quiere quedarse atrás. Son momentos que, desde fuera, para tu familia, tus amigos o incluso un aficionado, se viven con gran impacto. Pero desde dentro, como ya lo tienes más o menos interiorizado y estás mentalizado, lo vives con cierta tranquilidad. Ya sabes, más o menos, el camino que quieres seguir y cómo gestionar lo que está pasando.
P. Y esos segundos que, imagino, se hacen eternos… ¿cómo pasan?
R. No, son muy rápidos. En mi caso, estaba arrancando para entrar a matar y, en cuestión de un segundo, ya estaba en el aire. Son momentos que suceden con una velocidad tremenda. Lo que sí se hace más lento es cuando ya estás en la enfermería, cuando te están operando y aún no sabes con certeza qué es lo que tienes. Y aunque no fue una cornada muy aparatosa, la incertidumbre la hace eterna.
Para mí, esa tarde fue una vivencia que pasé prácticamente entera en la enfermería, salvo mis dos toros, claro. Y como te decía antes, es una de esas tardes que quedan grabadas en el alma para toda la vida.
P. Decía Esplá respecto al dolor que el hombre lo vive ubicado en el tiempo, por eso lo amplifica: piensa en lo que está sufriendo, en lo que ha sufrido y en lo que va a sufrir.
R. Sí, por eso te mentalizas. Pero peor sería que no te pegara la cornada. Eso significaría que estás sentado en tu casa, sin la oportunidad de demostrar nada y sin poder ponerle remedio. Por eso, estoy muy satisfecho de que en Madrid haya tenido esa recompensa: salir a entregarme y que un toro me pegara la cornada. Aun así, como no fue muy grave, pude salir y justificar lo que todo el tiempo he estado buscando. Lo que realmente quería era demostrar que no quiero ser uno más, que quiero quedarme en este mundo del toreo y luchar por ello.
P. ¿Se llega a ver la muerte de cerca?
R…

Temas que afloran, naturalmente, en las conversaciones con los toreros. Si bien, resulta curioso que después de siglos de filosofías, teorías y pensamientos varios sobre lo que significa la muerte para el ser humano, sobre su misterio, sus símbolos, sus ritos… llega el torero para enfrentarla como si nada. Se la carga a la espalda, la lleva consigo y luego, si quiere, la vuelve a dejar en el burladero. Qué rebeldía la suya. Molina da para otro rato.
Fotos: Fernando López de Ceballos
Localizaciones: Juan Bengoa Studio (special thanks).





