Josep Plana no organiza bodas. Las dirige como quien arma una ópera de Puccini en una azotea de Tokio con fuegos artificiales y Ferraris en cámara lenta. No tiene una empresa de eventos. Tiene una religión: La Puta Suegra, que empezó con una broma y terminó con Kimbal Musk dándose el «sí, quiero» frente a las ruinas de Empúries, mientras Elon, el otro, miraba sin pestañear, tal vez preguntándose si aquello no era más real que un cohete.
Plana no es wedding planner. Es un director creativo con traje de black tie y alma de cabaret. Tiene nombre de funcionario catalán pero verbo de cronista del corazón y mirada de francotirador emocional. Lo suyo no es el ramo: es la narrativa. «Que la boda sea inolvidable», dicen todos. Él prefiere que sea inverosímil. Y lo logra.
Tiene algo de Paco Umbral en su manierismo verbal, en esa forma de mirar la estética como si doliera. Y algo de Rosa Belmonte en la ironía que dispara sobre el sector con puntería de bisturí: “Si alguien quiere casarse con una playlist de Coldplay, que vaya a una franquicia. Esto es otra cosa”. En La Puta Suegra, el amor no es cursi: es un salto al vacío con coreografía de drag queens, 2.000 velas y un saxofonista subido a un dron. Todo medido. Todo salvaje.
Dice que antes de contratar a alguien, le advierte que se le va a romper la pareja en seis meses. No por mal karma, sino porque el nivel de entrega a su trabajo es incompatible con la vida blanda. Y es que Josep no vive del evento: vive dentro del evento. Respira humo de bengala, duerme con libretas abiertas, cena con directores de orquesta para bodas que parecen distopías elegantes.
Lo entrevisto y no sé si quiero casarme, fundar una empresa o pedirle que me organice el entierro. Me dice que una vez trajeron a Europe, sí, los de The Final Countdown, para tocar en directo en una boda. Y que otra vez hicieron un evento con un circuito de Fórmula 1 en mitad del cóctel. “Hacemos arte efímero”, dice. Y yo pienso en Dalí, en Liza Minnelli, en la abuela que no entiende nada pero aplaude igual.
Esto no va de flores. Esto va de show, de épica, de emociones coreografiadas con precisión quirúrgica. Josep Plana no organiza bodas: compone momentos que se imprimen en la retina y en la resaca. Y La Puta Suegra, con nombre provocador y cartera millonaria, ya no es solo una marca. Es un género.
Si tu vida fuera una boda, ¿qué canción sonaría cuando entras por la puerta?
Si mi vida fuera una boda, la escena estaría en cámara lenta y en movimiento constante. Me apasiona el cine, así que lo imagino todo en múltiples dimensiones, con paletas cromáticas infinitas y una mezcla de bandas sonoras y estilos musicales que se entrelazan sin reglas.
Estoy convencido de que tendría no una, sino tres entradas, conectadas en tiempo real como una secuencia perfectamente editada. Comenzaría con Requiem K.626: III, en Re menor, Lacrimosa, que marcaría el tono solemne del inicio. A los 20 segundos, se fundiría con If You Could Read My Mind de Gordon Lightfoot, para finalmente estallar con Stay the Night de Sigala & Talia Mar, en una explosión de ritmo y celebración.
Claro que, si ese día amaneciera con niebla o frío, entonces sonaría Miss You de Trentemøller. Y si tuviera que entrar solo, sería con Free de Ultra Naté. Libertad, fuerza y elegancia.
Ahora bien, si le preguntas a mis amigos, seguro dirían Cold Heart de Elton John con Dua Lipa…la canto en loop hasta el aburrimiento.
¿Qué es más difícil de gestionar: una suegra real o una celebrity con caprichos?
Tengo la suerte de tener una suegra maravillosa. Me cuida, es súper atenta y tiene muy claro que La Puta Suegra es una marca.
En cuanto a las celebrities, para nosotros son como cualquier otro cliente. La clave está en entender que, al final, todos compartimos las mismas necesidades vitales, los mismos miedos y preocupaciones. Pero, es cierto que algunas personas tienen requerimientos diferentes, simplemente porque su día a día también lo es.
Con el tiempo te das cuenta de que los grandes artistas y celebrities suelen ser personas muy cercanas, humildes y profundamente comprometidas con su trabajo. Y, lo que desde fuera pueden parecer caprichos, muchas veces son necesidades ligadas a una agenda frenética, a la presión mediática o a una estrategia de posicionamiento muy calculada. Forma parte del juego.
Y lo mejor: son precisamente estos clientes los que te obligan a ir más allá, a romper esquemas y a crear vivencias únicas. Nos retan, nos sacan de la zona de confort, y eso es justo lo que alimenta el alma de nuestra marca. Si no nos desafían, no crecemos.
Si fueras un centro de mesa, ¿qué flores llevarías y qué mensaje oculto tendrías?
Sería un centro de mesa con varios jarrones de cristal transparente, de distintos tamaños y líneas limpias. Nada recargado, pero con mucha intención. Dentro, peonías a punto de estallar. Son flores exuberantes, elegantes, con una fragancia delicada… pero también carnosas, intensas y sensuales.
El mensaje oculto sería: tócame, apriétame, huéleme… y si te atreves, muérdeme.
¿Porqué? Porque la mayoría de la gente no toca las flores. Las admira desde lejos, como si fueran demasiado frágiles o sagradas para interactuar con ellas. Me gusta esa tensión entre lo bello y lo salvaje, entre lo que se muestra y lo que se contiene.
Ese centro de mesa sería, en el fondo, una metáfora de La Puta Suegra: algo que parece decorativo, pero está diseñado para provocar. Para que no te quedes mirando desde fuera, sino que te atrevas a entrar, a sentir y a vivirlo todo.
¿Qué palabra repites más cuando organizas un evento?
“Pensar, antes de hacer cualquier cosa pensar.”
Soy muy pesado con eso, lo sé, pero en La Puta Suegra no creemos en hacer por hacer. Valoro profundamente a las personas que no solo ejecutan, sino que se detienen a cuestionar, que buscan el “por qué” detrás de cada decisión. Para mí, una idea solo está lista cuando la has pensado cuatro veces… y le has dado una vuelta más, incluso cuando ya parece perfecta.
Porque llegar al excelente no es casualidad. Es una forma de estar en el mundo. Y si algo nos define como marca, es ese compromiso con ir siempre un paso más allá.
¿Qué fue lo más surrealista que te pidieron para un evento?
Con total sinceridad, solemos ser nosotros quienes lanzamos las ideas más surrealistas y audaces para nuestros eventos. De hecho, el 80% de nuestros clientes nos eligen precisamente por nuestra capacidad creativa y nuestras propuestas únicas.
Estas locuras siempre surgen bajo una condición fundamental: que estén alineadas con la pareja, la marca o los objetivos de la empresa, manteniendo como prioridad absoluta el respeto por su ADN. La coherencia con el cliente es lo que da sentido a cada idea.
Desde organizar bodas en un karting, hasta recrear un barrio entero dentro del evento; construir aparadores de tiendas de lujo con venta real de productos; bajar la luna a la zona de la cena, o hacer que la novia llegue en barco al altar… estas acciones transgresoras son un lujo para nosotros, porque nos permiten romper moldes y llevar la narrativa del evento a un nivel totalmente distinto.
¿hay más colados de los que imaginamos en las bodas? ¿Qué se hace?
En nuestras bodas es prácticamente imposible que alguien se cuele. Tenemos sistemas de control muy rigurosos y un equipo de seguridad que lo detecta todo. Pero sí, hubo una anécdota de hace muchos años que aún recordamos.
Una pareja intentó colarse. Los detectamos enseguida y no llegaron ni al cóctel. Cuando los acompañamos a la salida, nos confesaron, muy tranquilos, que lo hacían cada fin de semana en verano: boda por la mañana, boda por la tarde. Un plan de sábado completo.
Destacaban muchísimo entre los invitados, así que fue fácil interceptarlos. Al principio nos quedamos en shock, pero acabamos echándonos unas risas.
Eso sí, si algo nos tomamos en serio, es que esté quien realmente tiene que estar.
¿Cuál es tu guilty pleasure a la hora de relajarte?
Estar en casa. Ese es mi refugio. Mi plan perfecto: sofá, una buena película y mi pareja al lado. Soy un devorador de cine y series, hasta niveles poco sanos. He llegado a ver nueve películas en un solo día, y en los festivales soy feliz encadenando una tras otra sin mirar el reloj, el idioma, el director ni el argumento. Me da igual. Mientras me cuente algo, ya estoy dentro.
Y si a eso le sumas un croissant de chocolate o un buen plato de pasta, ya no necesito nada más. Placer puro y sin culpa.
¿Qué personaje ficticio te contrataría sí o sí?
Miranda Priestly, Christian Grey o Tony Stark. Cualquiera de los tres me ficharía sin pensarlo… y yo encantado de organizarles alguna locura.
Miranda exigiría excelencia, sin margen de error. Christian querría discreción, intensidad y un nivel de detalle absoluto. Y Tony… Tony solo pediría que todo fuera imposible.
Con los tres me lo pasaría en grande, porque justo ahí, donde todo parece un reto, es donde nos sentimos como en casa.
¿Un “santo grial” del evento perfecto?
El santo grial empieza con una idea que nadie se atreve a ejecutar…pero La Puta Suegra sí.
Para nosotros, la cima de un evento perfecto es lograr que se sienta irrepetible. Que cada persona, al salir, tenga la sensación de haber vivido algo hecho solo para ella.
Eso ocurre cuando se alinean tres cosas: una idea valiente, una ejecución impecable y, sobre todo, una conexión emocional real. La clave está en que el evento tenga alma. Todo lo que hacemos nace desde la emoción, porque es ahí donde ocurre la verdadera magia.
Mi gran sueño es crear algo tan grande e inesperado que cambie las reglas del juego. Pienso en una inauguración de unos Juegos Olímpicos o un Mundial de fútbol… pero con un enfoque que nadie haya visto antes, que de verdad transforme cómo se entiende un evento.
Si te invitaran a tu propia fiesta sorpresa, ¿qué no puede faltar?
Para sorpresa de muchos, que conocen mis eventos como auténticas locuras creativas, con mil variables y alto riesgo, lo que no puede faltar en mi fiesta es justo lo que me da calma: la tranquilidad, la compañía de mis mejores amigos y, sobre todo, mi familia.
Eso sí, no puede faltar tampoco una buena comida.
Con muy poco soy feliz. No necesito nada más.
¿Qué superstición tienes al montar un evento?
La verdad es que no soy de supersticiones, soy más de ciencia y lógica. Pero sí tengo un “pequeño gran problema”: la meteorología. Es lo único que no puedo controlar y lo que más me quita el sueño durante el montaje, el evento y el desmontaje. La lluvia es ese invitado incómodo que nunca sabes si aparecerá.
Hemos tenido clientes que sí creen en rituales y supersticiones, y hemos llegado a hacer auténticos rituales para alejar la lluvia. Ha sido una locura, pero lo entiendo: para ellos es fundamental, y aquí estamos para que estén tranquilos. Si nos piden tirar sal en cinco esquinas o hacer cualquier otro ritual, lo hacemos sin dudarlo.
Porque sabemos que, más allá de la planificación y la logística, hay pequeños detalles invisibles que marcan la diferencia.
¿Has llorado en alguna boda que organizaste?
Sí, he llorado. Somos un equipo muy emocional y auténtico, y la relación que construimos con nuestros clientes es genuina y profunda. Cuando ese vínculo nace de la honestidad, las emociones afloran inevitablemente.
Ver cómo, después de tanto trabajo y dedicación, todo sucede y el amor se siente real, es una experiencia que toca el corazón. En muchas bodas y eventos, tanto yo como el equipo nos emocionamos de verdad. Porque detrás de cada detalle está una historia que merece ser sentida.
Si no hicieras esto, ¿de qué vivirías?
Creo que sería realizador de televisión, especialmente de programas en directo. Y si no, probablemente médico. Me encanta la parte del diagnóstico: enfrentarte a muchas variables, ir descartando opciones hasta encontrar la causa exacta. Es un proceso fascinante y un gran reto.
¿Qué país tiene el mejor gusto en bodas? ¿Y el peor?
No creo que existan países con mejor o peor gusto, sino empresas y profesionales que, dentro de cada lugar, marcan la diferencia con su estilo. Para mí, lo fundamental es la elegancia, y en eso destacan sin duda las firmas francesas e italianas.
Por otro lado, las bodas americanas, con todo respeto, siguen estancadas en estilos que no han evolucionado al nivel de Europa o Asia. Les falta ese punto de sofisticación y audacia que convierte un evento en algo realmente inolvidable.
Nosotros, con presencia en México y Nueva York además de España, comprobamos día a día que el estilo y la calidad se pueden llevar a cualquier lugar si realmente se trabaja bien.
¿Cómo describirías tu trabajo en una sola frase?
Es una de las 5 profesiones más estresantes del mundo en los últimos 8 años, diseñada solo para los que aguantan la presión. Es un estilo de vida hecho para muy pocos.
Es una mezcla intensa de creatividad pura y producción ejecutiva, donde gestionas infinitas variables que cambian en tiempo real con efecto domino. Es un trabajo que te pone al límite emocional y físico constantemente.
¿Con qué parte de ti mismo hablas cuando las cosas se tuercen?
No soy mucho de hablarme a mí mismo, pero cuando las cosas se complican, conecto con mi lado más objetivo y analítico. El sentido común es mi base, y la intuición, mi faro para seguir adelante.
¿Qué verdad incómoda te acompaña en silencio cuando todos aplauden?
Nosotros estamos acostumbrados a vivir detrás del telón. Y, mi papel, como CEO y productor, siempre ha sido de perfil bajo: observar desde donde nadie mira, mover los hilos desde la sombra y asegurarme de que todo funcione sin que nadie note que estoy ahí. Soy reservado, incluso algo introvertido, y me encanta estar en esa parte del evento donde no llega la mirada del cliente.
La verdad incómoda, o hermosa, según se mire, es que cuando llegan los aplausos, yo ya estoy pensando en el siguiente movimiento. Pero también espero, en silencio, que el equipo lo esté escuchando, que se les erice la piel como a mí. Porque ahí es donde sucede la verdadera magia de lo que hacemos: dejar huella sin necesidad de aparecer en escena.
¿Cuál es su próximo reto?
El próximo reto es, probablemente, ese que aún no existe. Uno que no me puedo imaginar, pero que me muero de ganas por hacer. Cada semana trae una sorpresa, una locura nueva… pero sé que el reto de verdad, el que me quite el sueño de verdad, aún no ha llegado.
Volver a sentirme como un niño que juega sin límites es lo que me impulsa cada día.












