Por Marc Doménech Cases

Su nombre tiene varios significados en hebreo: “portador”, “iluminado” o “león guerrero”. No parece casualidad. Sus padres eligieron con acierto su nombre, que sorprende entre los aficionados. Su ambición ha llegado a conmover incluso a su madre, antes antitaurina, que hoy lo sigue con orgullo desde el tendido. Es de Biota, un pequeño pueblo zaragozano del que siempre habla, y, con apenas 20 años, habla con una serenidad desarmante y una madurez impropia de su edad. Se expresa sin artificios. Ha elegido vivir con intensidad, pero con serenidad y cabeza. Apasionado, pero sensato. Rodeado, pero de quienes le dicen las cosas como son, no de quienes aplauden por compromiso.

En este caso, la diferencia entre novillero y torero es un trámite. Aarón no se siente tanto novillero, como sí torero. Nació torero, vive como torero y morirá siendo torero. No necesita jurarlo. Hoy por hoy, es uno de los jóvenes novilleros que más expectación generan en el escalafón. Tiene sus razones, en plazas como Madrid, Sevilla o Pamplona ha dejado constancia de su ambición en cada pase medido, dominado y firme.

Redescubriendo una entrevista a Rafael Ortega “Gallito”, decía: “si no se está loco, no se puede ser torero”. Tal vez Aarón sea uno de esos locos maravillosos, aunque solo sea por ponerse delante de un toro e intentar dominarlo. Porque, por lo demás, demuestra la honestidad, prudencia y sensatez más desmesurada de entre todos los jóvenes de 20 años.

PREGUNTA: ¿Quién es Aarón Palacio?
RESPUESTA:
Aarón Palacio es un chico de 20 años de Biota, un pueblo de Zaragoza, que se dedica en cuerpo y alma al toreo. Tiene mucha ilusión por lo que hace y, poco a poco, con mucho trabajo y dedicación, está cumpliendo sus sueños.

P: ¿El sitio del torero está reservado para unos pocos locos? ¿qué opinan los jóvenes que te rodean sobre que quieras ser torero? ¿Eres un incomprendido?
R:
No me siento un incomprendido. La mayoría de los jóvenes que me rodean lo entienden. Muchos, que antes ni siquiera seguían el mundo del toro, ahora se han hecho buenos aficionados gracias a conocerme. Lo que a veces no comprenden del todo es que yo pongo el toreo por delante de muchas otras cosas. A la gente joven suele gustarle salir de fiesta, viajar… y esas cosas, que son normales para la mayoría, las hago en mucha menor medida. Pero en lo que respecta al toreo, veo que la gente joven lo comprende, no solo no lo rechaza, sino que se interesa e incluso lo apoya.

P: ¿Por qué has escogido este camino?
R:
Desde niño siempre he sido un apasionado del toro como animal. Además, en la zona donde crecí, en Biota, hay mucha afición al festejo popular, y de ahí nació mi interés. Hasta los trece o catorce años no me interesé tanto por el festejo mayor, pero cuando lo descubrí, me di cuenta de que el toro me gustaba mucho y me hacía sentir cosas que no sentía con cualquier otro ámbito. Desde entonces, poco a poco fui dedicándome en cuerpo y alma a esto, hasta hoy.

P: ¿Vale la pena bailar con la muerte siendo tan joven?
R:
Creo que sí, al menos para mí. Nadie nos obliga a hacer esto; lo elegimos libremente, y no solo por gusto, sino por muchas razones más profundas. Cuando uno se viste de luces no está pensando todo el rato en la muerte. Lo bonito es que hay un toro y un torero que se juegan la vida, pero la gente no va a ver morir al torero, ni él sale a la plaza pensando que va a morir. Salimos a la plaza con la intención de dar, de sentir cosas tan intensas y verdaderas que podamos llegar a transmitirlas a quien nos ve. Y sí, es cierto que cada segundo delante del toro puede ser el último, pero hay segundos que valen tanto la pena que justifican el riesgo.

P: ¿Qué te hace ser novillero?
R:
Más que novillero me considero torero, porque desde que nací me siento así. Aunque decidí dedicarme a esto con catorce o quince años, toda mi vida he sido torero. Ser torero no es solo ponerse un traje de luces y salir a la plaza. Mucha gente lo hace y nunca será torero; otros ni siquiera llegan a tomar la alternativa, pero lo son. Ser torero te hace madurar antes de tiempo, porque estás jugando con la muerte día tras día. Esa cercanía con la vida y la muerte te obliga a ser serio y a crecer rápido.
Además, el toreo te enseña valores que en la sociedad actual se han perdido, pero que el torero sigue preservando. Eso es una de las cosas más bonitas de este arte, los valores que se mantienen en un espectáculo tan antiguo y arraigado en nuestra cultura.

P: ¿Tienes algo que decirle al toreo, o vienes para escucharlo?
R:
Ambas cosas. Claro que vengo al toreo para decir algo, porque quien viene sin intención de decir nada, tendrá un camino muy corto. Todos tenemos algo que decir, y yo he decidido expresar lo mío. Tengo muchas cosas que decir en el toreo y en la vida en general. El toreo es una forma de vida que enseña muchas cosas. Escucharlo te hace valorar mucho la vida, cada cosa que tenemos y el esfuerzo que mucha gente hace por sus sueños.
Además, el toreo es algo fuera de lo normal: que un hombre con una tela sea capaz de manejar un toro tan grande y componer una faena con un nivel artístico impresionante me parece una barbaridad. Escuchar y sentir eso es un privilegio que no todo el mundo sabe apreciar, pero quien lo hace, disfruta muchísimo.

P: ¿Qué te ayuda a afrontar cada tarde? ¿Tienes presente a Dios?
R:
Me ayuda saber que tengo a Dios cerca de mí, eso me da paz y tranquilidad. Soy consciente de que Dios está para quienes luchan por sus sueños y en la vida en general, y que tiene un camino escrito para cada uno. Confío mucho en Él, también confío en el trabajo y la dedicación que pongo. En todos los sacrificios que hago día a día, que tampoco lo siento como tal, porque los hago con gusto y pasión. Aunque es normal que haya días en los que me apetezca más salir con mis amigos que quedarme en casa descansando para entrenar al día siguiente, aunque en ese momento puntual es un sacrificio, lo hago con gusto, no estamos aquí por obligación.
Estas dos cosas me ayudan a afrontar cada tarde: estar en paz con Dios y conmigo mismo. Esa paz no se consigue en un día, sino no rechazando ningún entrenamiento y viviendo esta profesión con ilusión y felicidad.

“En un mundo donde todo gira alrededor de la tecnología y lo inmediato, el toreo representa algo muy diferente. Es, quizás, el último espectáculo que nos conecta con lo que fuimos y somos”.

P: ¿Se puede llegar a sentir calma delante de un cornúpeta?
R:
Yo diría que sí. A veces he disfrutado tanto de lo que estaba viviendo que desaparecía la sensación de miedo. Muchos aficionados me han dicho que eso es imposible, que delante del toro se siente miedo, que no se puede disfrutar. Es algo que debato mucho, porque yo lo he sentido: disfrute, gozo, tranquilidad, calma… No ocurre en todas las faenas ni con todos los toros, pero incluso con toros complicados, peligrosos, si uno tiene las ideas claras, los deberes bien hechos y paz interior, puede alcanzar niveles considerables de “calma”. Además, creo que es precisamente esa calma lo que hace que algunas faenas se vuelvan inolvidables. Porque no solo son importantes, sino que llevan un sello personal, único, y por eso perduran en la memoria. Como esas faenas que seguimos recordando setenta años después.

P: Está claro que el mundo del toro se está fijando en ti: Sevilla, Madrid, y pronto Pamplona… ¿temes al éxito?
R:
Le temo mucho más al fracaso que al éxito. Me considero humilde y, aunque nunca me ha faltado de nada, sé valorar lo que tengo. En casa me enseñaron lo que cuesta conseguir las cosas y ganar un euro. Eso me hace responsable con lo que consigo. Me ayuda a llevar el triunfo con normalidad. Además, soy realista conmigo mismo y a veces hasta intransigente; me exijo mucho. Pero eso evita que el éxito se me suba a la cabeza, porque sé que ahí vienen las caídas fuertes. También tengo a mi lado gente muy realista, que no me baila el agua, que me dice la verdad. Si hago bien las cosas, me lo reconocen, pero siempre me recuerdan que hay que seguir remando porque lo que quiero alcanzar está lejos. Y si fallo, también me lo dicen, y eso está bien, porque estamos aquí para aprender. Lo normal es tener días malos y que las cosas no salgan como uno quiere, pero eso no pasa nada, seguimos remando.

P: ¿La actitud de un novillero que tiene todo por ganar o de un torero millonario es distinta ante el toro?
R:
Esta pregunta es muy buena, porque lo normal sería pensar que sí, que la actitud de un novillero y la de una figura del toreo, que está en la cima y con dinero, serían distintas. El novillero se juega más y está en la cuerda floja, mientras que el torero consagrado está en lo más alto. Pero, siendo sincero y viendo a las figuras del toreo actuales, aunque seguro que siempre ha sido así, el toreo es algo muy del día a día. Ningún torero se puede relajar; si lo haces, te mandan a casa rápido. Hoy con figuras como Morante o Roca Rey, el nivel de compromiso, verdad y pureza cada día es impresionante. En ese sentido, parecen novilleros, porque es una barbaridad lo que le aguantan a los toros. Creo que cuando llegas a ese punto, lo que más te llena es hacer lo que realmente buscas y te gusta. Pienso que eso les hace sentir cosas que nada que se pueda comprar con dinero les da. Por eso mantienen ese nivel. Y en ese sentido, la actitud es la misma.

P: ¿Qué misterio encierra el toreo que sigue enamorando?
R:
Hace poco estaba en una plaza con un amigo y hablábamos precisamente de esto. Nos preguntábamos: “¿cómo puede ser que venga tanta gente a los toros?”. Porque, si lo piensas, es un espectáculo que no encaja nada con el mundo de hoy. Además, es verano, hace calor, te sientas en una piedra incómoda y caliente, muchas tardes no pasa nada memorable… Nos sorprendía como, pese a todo, la gente no solo sigue acudiendo, sino que cada vez va más. Hubo años en que parecía que la afición se dormía, pero ahora ves ferias con entradas impresionantes, con un ambiente increíble incluso en carteles medios, y eso te hace pensar.
Creo que el misterio del toreo está en que es un espectáculo que apenas ha cambiado. Se mantiene tal y como ha sido siempre. En un mundo donde todo gira alrededor de la tecnología y lo inmediato, el toreo representa algo muy diferente: algo auténtico, que viene de muy atrás. Es, quizás, el último espectáculo que nos conecta con lo que fuimos y somos, único en el mundo. Y ahí está su fuerza. Es un arte que no puedes dominar del todo, que juega con la vida misma, con la verdad. Someter a un toro bravo, crear belleza en medio del riesgo… eso, a quien tenga un mínimo de sensibilidad, le atrapa.

P: La juventud suele ser más reivindicativa, ¿a qué pancarta te engancharías hoy?
R:
No soy de meterme en temas polémicos o políticos. Estoy tan centrado en el toreo que, sinceramente, no presto mucha atención a otras cosas. Si tuviera que plantarme bajo una pancarta, sería una que dijera bien grande: “¡Viva Morante de la Puebla!”.

P: ¿Crees que la tauromaquia está de moda?
R:
Sí, realmente lo pienso y lo veo. La tauromaquia está de moda y la gente joven está más interesada que nunca por el toreo. Solo hay que ir a la plaza y mirar los tendidos para darse cuenta. Hace diez años, la mayoría de la gente tenía sesenta, setenta años y no veías niños. Ahora eso ha cambiado mucho. Hoy la franja de edad que más público lleva está entre los 18 y los 30 años, incluso menos.

P: ¿Cuál es tu “oda” a la tauromaquia dirigida a los jóvenes?
R:
Les diría a los que ya han estado y les gusta este mundo que se interesen aún más, porque la tauromaquia es un universo que cada día te sorprende con algo nuevo. Tiene muchísimas cosas para aprender y muchas cosas bonitas. Y a los que nunca han ido o ni siquiera están interesados, les invito a que lo conozcan y se acerquen. Yo tengo muchos amigos que nunca habían ido a los toros y, como te decía antes, muchos de ellos ahora son aficionados, taurinos que van a las plazas. Otros no van, pero respetan la labor del torero, valoran todo lo que hace delante del toro, y sobre todo se dan cuenta de que en el mundo del toro, al que más se ama y se respeta es al toro. Sí, se mata, está claro, muere como todo ser vivo, pero al que más se ama y se respeta en el ruedo es al rey de la fiesta.

Aarón Palacio no es solo una promesa del toreo: es una certeza en construcción. Conoce el valor del sacrificio, pero no se victimiza, aplica eso de que “cada uno toma sus propias decisiones” y eso, al fin y al cabo, si se hace por gusto, no es penitencia. Cree en Dios, pero no se abandona a la suerte. Es un joven exigente, comprometido con su gente, con el trabajo y con ese misterio inabarcable que es el toreo, al que vive entregado. No quiere simplemente estar, ha venido para decir, ¡y tanto qué dice!, con una voz propia, calmada y contundente que resonó ayer en el ruedo de Pamplona, como preludio a los Sanfermines.

Fotos: cedidas por Aarón Palacio

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