Por Marc Doménech Cases

Carlos Olsina es uno de los ejemplos por los que rehúyo del término “fiesta nacional”, porque ni es exactamente una “fiesta”, ni es exclusivamente “nacional”. Es, más bien, rito, liturgia, temas sobre los que hablaba hace más de tres mil años la mitología griega. Tampoco es solo española: ¿no existe acaso en Perú, México, Ecuador, Venezuela, Portugal… o Francia?

Charles Pasquier nació en Beziérs, Francia, y lleva toreando, como si tal cosa, desde los nueve años. Para él, torear no es una profesión, es un lenguaje que utiliza para conocerse, para transmitirse, para compartirse. No se le puede presentar solo como torero, hacerlo sería reducirlo. Es la fusión absoluta entre el humano y el artista.

Olsina induce a hablar de conceptos que pocos saben definir, que nos llevan a un viaje intelectual. Habla de la muerte sin dramatismo, como parte inseparable de la vida. Del dolor como precio del triunfo. Se explica con serenidad, con hondura, con una conciencia de sí mismo poco habitual. Es un torero que se piensa, que se observa, que sabe cuándo se pierde y, por eso mismo, sabe cómo reencontrarse.

En esta entrevista, Carlos no solo habla de tauromaquia. Habla de quién es, de cómo se construye por dentro, de cómo entiende la fragilidad, la gloria, el dolor y el éxito. Me atrevería a decir que no torea para gustar, sino para mostrar algo esencial de sí mismo que solo se puede contar (ingenuo de mí) delante de la muerte.

PREGUNTA: ¿Cómo es Carlos Olsina?
RESPUESTA:
Carlos Olsina es un hombre de veintinueve años que lleva toreando desde los nueve. Estudió hasta los veinte en Francia y luego decidió dedicarse por completo a los toros.
Antes, en el ruedo era Carlos Olsina y fuera de la plaza era Charles Pasquier. Pero ahora ambos están completamente unidos. Mi vida entera gira en torno al ritmo del toro y del artista. Uno influye en el otro, y se ayudan mutuamente a crecer. Carlos ayuda a Charles a seguir creciendo cada día más.

P. ¿Hay un Carlos dentro del ruedo y otro fuera?
R.
Intento, y yo creo que lo consigo, ser el mismo dentro y fuera de la plaza. Todos conocemos la frase “se torea como se es”, y así es. En la plaza no podemos mentir ni engañar al público. El público ve nuestras virtudes y nuestros defectos. Siempre digo que el toro es el espejo del alma, porque ante él no se puede mentir. Mostramos nuestra esencia, tanto al toro como al público.

P. ¿Eres torero por amor, orgullo… o por herencia?
R.
Soy torero por amor. Por amor a la vida, por amor a la muerte, por amor al toro, por amor propio y también por el arte. Nuestro camino es el mismo que el de cualquier otro artista. Es un camino muy complicado, en el que tratamos de conocernos a nosotros mismos, y creo que nunca lo conseguimos del todo. La vida del artista es muy inestable, pero muy bella a la vez. Está hecha de triunfos, de fracasos… Es una vida muy intensa.

P. Esta vida que has elegido, ¿es una lucha con la muerte o con la vida?
R. Diría que no es una lucha con la muerte ni con la vida, sino conmigo mismo. Porque este camino es un proceso de conocimiento personal. El toro no ayuda a conocernos si no lo intentamos nosotros mismos.
Toreo para intentar llegar a un estado de felicidad y de tranquilidad. Al fin y al cabo, a mí lo que me llena es torear, lo que me tranquiliza es torear, y lo que me hace feliz es torear. Sabiendo que podemos perder la vida, por eso mismo le damos valor a la que tenemos. Damos la importancia que se le debe dar a la vida y a la muerte; una no tiene sentido sin la otra.

P. ¿Son más complicados los toros o lo somos más las personas?
R.
Siempre me ha resultado más complicado entender a las personas que a los toros. Los animales actúan por instinto, no tienen “filtros”. Los seres humanos, en cambio, somos bastante más complejos, más difíciles de descifrar. El toro es más “puro”.

P. ¿Qué significa para ti el dolor? ¿Cómo convives con él: el físico, el emocional…?
R.
El dolor es parte de la pasión. Cuando tienes una pasión y afición como la del toro, una vida entera dedicada a ello, el dolor forma parte de ese camino, de esa entrega. El dolor es el precio que uno tiene que pagar para alcanzar las recompensas: los triunfos, la gloria… El dolor es parte de la vida, hay que admitirlo y aceptarlo para poder vivir con cierta serenidad en esta vida de sacrificios y belleza.
A nivel personal, siempre me ha dolido muchísimo más el dolor emocional que el físico. El dolor emocional es el que más cuesta curar.

P. ¿Cuál ha sido tu cornada más profunda: la física, la del alma o la de la prensa?
R.
Mi cornada más grave ha sido emocional, más que física o mediática. La herida de no encontrarme en la plaza, de perderme… Vuelvo a insistir, pero es el camino del artista: perderse para rencontrarse y seguir creciendo. A todos los niveles, es la dinámica de la vida del artista. Cuando uno se pierde es, de momento, lo que más me ha dolido.

“Es paradójico, pero delante del toro es donde más libre te sientes. Porque es donde más vivo te sientes, estás más cerca de la muerte y le das más valor a la vida”.

P. ¿Qué es para ti el éxito? ¿Y el fracaso?
R.
El éxito, para mí, es poder transmitir y compartir mis emociones con el público. Eso sí es un éxito: poder sentir cosas delante del toro y poder compartirlas. Llevar a la gente contigo, en tu camino, en tu viaje emocional, en lo que estás sintiendo. Poder transmitir a la gente tu forma de sentir el toreo y también la vida. Te puedes identificar o no, pero mientras reacciones a lo que estoy haciendo, lo podrás disfrutar. Después vienen los éxitos de reconocimiento y demás, pero para mí el éxito verdadero es eso.
El fracaso, en cambio, es no lograr entenderte con un toro, que el público no te entienda y que tú, al final, no te sientas bien. Irse vacío emocionalmente de una tarde de toreo, eso es un verdadero fracaso.

P. ¿Dónde te sientes más libre?
R.
Me siento más libre delante de la cara del toro. Es un poco paradójico, porque puedes sentirte agotado delante del animal, expuesto… pero, con el paso de los años, te das cuenta de que es donde te sientes más libre. Porque es donde más vivo te sientes, estás más cerca de la muerte y le das más valor a la vida. Las emociones se duplican, son diferentes. Por eso, mi lugar de libertad es toreando.

P. Si un hijo tuyo quisiera ser torero, ¿le animarías o le esconderías la muleta?
R.
Creo que no le podría decir que no, pero tampoco podría animarlo a que lo haga. Creo que eso es un camino profundamente personal. Yo tengo la suerte de contar con el apoyo y la ayuda de mis padres, pero, como todo en el arte, esto es una decisión individual. Debería estar ahí para ayudarlo, pero sin empujarlo ni detenerlo.

P. ¿Cuál es tu defensa actual de la tauromaquia?
R.
La tauromaquia no hay que defenderla, no es algo malo. Hay que enseñarla, esto me parece un punto importante para empezar.
En las corridas de toros, hay un profundo respeto por la naturaleza, por lo que es un hombre y por lo que es un animal. Le damos valor a la vida y no humanizamos al animal, como tampoco animalizamos a un ser humano. Respetamos ese orden natural. Es un himno a la muerte, pero también a la vida, a la del ser humano y a la del animal.

P. ¿Qué esperas de ti dentro de 10 años?
R.
Seguir disfrutando de la vida de torero, de artista. Seguir en este camino de buscarme, encontrarme y conocerme.

Carlos no se altera al hablar ni del hambre ni de las cornadas. Tiene muy claro no solo lo que es, sino también lo que crea, como resultado de perseguir el máximo nivel de autoconocimiento.

Hace más de diez siglos, el sufí Said Ahmad ibn Isa al-Harraz, en su Libro de las realidades, se preguntaba por cuál es la esencia de la sinceridad. Él mismo respondía: “Que la sinceridad de la lengua esté ligada a la sinceridad del interior. Es decir: Quien, gracias a la luz del conocimiento y de la fe, es sincero con la lengua, con el concurso de la sinceridad del interior, ese es honrado”. Carlos Olsina parece responder a esa definición con la sinceridad cumplida de vivir el toreo y la vida.

Para él, el toreo no es tanto un desafío, como un acto de respeto: hacia el toro, hacia el hombre, hacia la naturaleza, hacia la vida y la muerte. Y quizá ahí, en ese orden natural que se niega a fingir, reside también su forma más honda de honradez.

Fotos: Quentin Revilla

Tendencias