“Bon Vivant no es una fiesta. Es una declaración de principios«, así define Ignacio de Medina el concepto que está revolucionando la forma en la que entendemos el lujo experiencial. Empresario, diplomático privado y productor de TV, Ignacio ha convertido sus celebraciones personales en eventos de culto para una élite internacional que busca más que un simple brindis: busca pertenecer.
Ignacio de Medina lo tiene claro: el lujo no es una cuestión de gasto, sino de gusto. Y eso es precisamente lo que ha convertido a su concepto Bon Vivant en una de las propuestas más codiciadas y reservadas del panorama social internacional. No es una fiesta, Bon Vivant es una vivencia: íntima, estética, radicalmente única. Y su última edición, celebrada en Doha con motivo del cumpleaños de su creador, ha elevado esta filosofía a la categoría de manifiesto.
La última edición de Bon Vivant tuvo lugar en Doha. Un evento privado, exclusivo, black tie. La cita tuvo lugar en la Royal Suite del Marsa Malaz Kempinski, el palacio de inspiración veneciana ubicado en The Pearl Qatar. Esta suite —reservada habitualmente para reyes, primeros ministros y jefes de Estado, entre los que figuran nombres como el presidente de Turquía o miembros de familias reales del Golfo— se transformó por una noche en el escenario privado de una celebración legendaria.

Con más de 700 metros cuadrados, techos de 6 metros de altura, lámparas de cristal de Murano y vistas panorámicas al mar Arábigo, la Royal Suite se convirtió en el hogar temporal de una comunidad internacional de bon vivants llegados desde Madrid, Londres, París, Arabia Saudí, Nueva York o Dubái llegados para rendir homenaje no solo a su anfitrión, sino a una filosofía de vida: la del hedonismo elegante, la estética cuidada, el arte de vivir.
Cada rincón estaba perfectamente decorado, con una iluminación cálida, flores blancas, música en vivo y un ambiente de refinada sofisticación. El menú fue otra obra de arte: una cena privada diseñada especialmente para la ocasión con platos exclusivos firmados por el chef estrella Michelin Dani García, ejecutados con precisión bajo la dirección del chef Abdelsalam Qasem, figura clave en la escena gastronómica de Qatar.

Y como símbolo irreverente y ya icónico de las fiestas Bon Vivant, en el baño principal de la suite —una estancia palaciega que podría confundirse con un hammam real— se encontraba la majestuosa bañera jacuzzi, rebosante de hielo y botellas de champán, lista para ser compartida entre risas, confidencias y brindis que quedarán en la memoria de todos los asistentes.
Pero cuando parecía que la velada había llegado a su clímax, llegó el giro de guion. De repente, los invitados fueron discretamente avisados de que la noche aún no había terminado. Se les pidió abandonar la suite y seguir un recorrido privado dentro del hotel hasta llegar a The Stage, un lugar semiescondido que pocos conocían.
The Stage es una joya del Marsa Malaz: un bar estilo jazz neoyorquino con telones rojos, sofás de capitoné, una barra majestuosa y una atmósfera decadente y elegante. Allí, como en las mejores películas, la fiesta volvió a empezar: primero con una sesión de bachata en vivo, y luego con un DJ que transformó el lugar en un club privado hasta bien entrada la madrugada.

Pero como él mismo insiste, Bon Vivant no son solo fiestas. Es un club invisible donde lo efímero se transforma en memorable. Una experiencia Bon Vivant puede ser un fin de semana en una villa en Capri con cata privada de quesos y vinos locales, dirigida por un maestro afinador italiano; un retiro silencioso en el desierto saudí con sesiones de meditación guiada y cenas bajo las estrellas; o incluso una cena clandestina en París con un chef con estrella Michelin cocinando solo para seis personas. Lo importante no es el lugar, sino la atmósfera: ese delicado equilibrio entre exclusividad y familiaridad, entre alta cultura y placer sensorial.
“La idea de hacer las fiestas en las mejores suites del mundo —explica Ignacio— tiene que ver con el deseo de transformar lo impersonal en íntimo. Quiero que mis invitados sientan que han sido recibidos en mi casa. Que el lujo sea cálido, no frío. Cercano, no distante.”
Detrás del aparente hedonismo hay una sofisticada red de curadores, expertos, diseñadores y chefs que trabajan en la sombra para que cada edición de Bon Vivant — ya sea en forma de fiesta, escapada o experiencia sensorial— sea perfecta. Aunque es el propio Ignacio de forma personal quien se encarga de crear, coordinar y supervisar hasta el último detalle, sin event planners ni delegaciones. Y todo esto, sin que exista una web, una membresía o un dress code oficial. Solo se accede por invitación. Solo si alguien cree que compartes el je ne sais quoi de los auténticos bon vivants.
“Me interesa la experiencia, no el exceso”, dice Ignacio. “Quiero que mis invitados salgan de cada encuentro con la sensación de haber vivido algo único, irrepetible, y profundamente estético.”
En un mundo saturado de estímulos y likes, de eventos masivos y experiencias genéricas, Ignacio de Medina ha creado un nuevo lujo: el de lo invisible, lo íntimo, lo exquisitamente orquestado. Y con ello, ha dado vida a una marca personal que no se anuncia, pero de la que todo el mundo quiere formar parte, que solo se comparte entre quienes saben mirar con los ojos del alma.
Bon Vivant no es un evento. Es un estado del alma. Y su anfitrión, el nuevo referente del lujo emocional.
Por Javier Viana
Fotos: Ignacio de Medina





