Por Marc Doménech Cases
Hay decisiones que se toman con la cabeza y otras que arden directamente en el pecho. Diego García, torero madrileño de San Sebastián de los Reyes, jamás se sentó un día a decidir si quería ser torero: lo fue desde que sintió por primera vez la embestida de una becerra con tan solo siete años. Desde entonces, no ha podido vivir de otra forma. Para él, el toreo no fue una elección, más bien un descubrimiento, un llamado.
Tiene 24 años, los mismos que un servidor. Pero mientras unos escribimos sobre el vértigo, él lo habita. Mientras otros le ponemos palabras al miedo, él lo mira a los ojos (tiene dos astas y el hierro en la paletilla). Diego ha llegado allí donde se difumina la frontera entre lo humano y lo mitológico. En su voz hay temple, en su manera de contar las cosas, profundidad. Entregado, firme, humano. Un joven que se viste de luces para desnudarse por dentro. Que se juega la vida buscando una belleza indefinible, la más bella, por ser la más efímera.

En esta entrevista habla sin muletas. Repasa su vocación, la de su hermano, el miedo, la importancia de la familia, la dureza de una profesión casi heroica y ese triunfo personal que no solo busca en los ruedos.
PREGUNTA: ¿Eres más Diego en el ruedo o fuera de él?
RESPUESTA: Recordando la famosa frase de Juan Belmonte, “se torea como se es”, creo que se cumple al pie de la letra. Una persona no puede cambiar su forma de ser estando delante del toro. Con lo cual, diría que soy el mismo tanto dentro como fuera de la plaza. Dentro del ruedo se viven situaciones de presión, de alegría… muchos sentimientos que también se experimentan fuera. Me comporto igual y respondo en ambos lugares. Aunque sí es verdad que, en la plaza, cuando puedes expresarte con un toro, te liberas y sale tu yo más “espiritual”, artístico.
P. Si tuvieras otra profesión menos arriesgada la pregunta no sería oportuna, pero ¿torero? ¿Por qué?
R. Porque nace de dentro, porque es una vocación. Nunca decidí “voy a ser torero”. Desde que me puse delante de mi primera becerra, con siete años, la sensación que sentí no se podía comparar con nada de lo que había vivido hasta entonces. Era tan grande, aunaba tantas cosas, que siempre he estado en búsqueda de esa emoción. Por eso somos capaces de superar el miedo, la presión, todo lo que hay que superar para llegar a ser algo. Se supera por esa alegría tan grande que te da el estar delante de un animal y poder expresarte. Por eso se es torero.
P. Nuestros abuelos han jugado un papel esencial para educarnos como aficionados a los toros. En tu caso, ¿qué supuso para ti tu abuelo Blas?
R. Fue fundamental, porque era muy aficionado a los toros y siempre que estaba con él o veíamos toros o hablábamos de ello. Después de cada novillada o corrida, si no la podía ver, le llamaba para contarle: “Oye, ha pasado esto”.
Aprendes mucho de ellos, y tener ese vínculo con tu abuelo a través de los toros une mucho. Me dio mucha educación taurina y mucho de lo que sé, se lo debo a él.
P. ¿Por qué hay que ir a verte torear? ¿Qué ofrece el nombre de Diego García en un cartel?
R. Lo que ofrezco ahora es entrega. Ver a un torero que da lo máximo de sí mismo y que busca la pureza y la verdad en su camino. Creo que eso puede llamar la atención del público: ver a alguien entregado, que quiere hacer las cosas bien, que no se guarda nada y que lucha por seguir subiendo escalones.
P. ¿Con qué te pones más nervioso? ¿En qué momento eres consciente de que esto va en serio?
R. Cuando más nervioso me pongo es justo antes de que salga el toro que me ha tocado. Ya sabes cómo es el toro, cuáles te han tocado, pero hay muchas incertidumbres. Te juegas mucho y no sabes cómo va a responder. Ese es el momento más tenso. Aunque, una vez ya sale el toro y te pones delante, vas viendo cómo es y te tranquilizas o, por lo menos, esas incertidumbres se disipan.

P. ¿Se siente miedo en la plaza? Porque pareciera que no…
R. Sí, en la plaza se siente mucho miedo. Hay veces que disfrutas mucho porque el toro te permite expresarte al cien por cien, pero también hay detalles que solo percibe quien está delante del toro, que te hacen pasar miedo. Hay toros que te miden mucho, con comportamientos tan serios que te exponen. Pero ahí está el valor del torero: dar ese paso adelante sin que se note el miedo.
P. ¿Hay otras situaciones de la vida en las que también sientas miedo?
R. Sí, fuera de la plaza también se siente miedo. Aunque no es el mismo. Puedes temer que no te salgan bien las cosas, no triunfar, no poder evolucionar… Ese tipo de miedo puede asemejarse, pero el miedo al toro es algo muy diferente.
P. El torero, ¿humano o divino?
R. El torero es humano, soy humano. Tenemos pensamientos y sentimientos como cualquiera. Lo que pasa que un torero diría que no es un humano corriente. Cuando se pone el traje de luces, deja de ser esa persona “normal” y se convierte un poco en un “héroe”. Jugarte la vida por decisión propia delante de un toro es algo ilógico, que no está al alcance de la mayoría. Por eso creo que el torero se transforma.
“No creo que deje de sufrir como padre de torero, pero se mete en su papel de apoderado y es capaz de exigirme que me juegue la vida”.
P. Tu hermano también es torero. ¿Cómo se convive con eso? ¿Qué supone que se dedique a lo mismo que tú?
R. Sí, mi hermano también es matador de toros y lo vivo con mucho agradecimiento. Cuento con la voz de la experiencia, él también ha vivido muchas de las cosas que me pasan a mí, y me siento muy comprendido por él.
La mayoría de las veces que pido consejo se lo pido a él, y me ayuda mucho. Es muy positivo tener a tu hermano mayor en esto, convivir con él, debatir… todo eso te hace crecer como persona y como torero.
P. ¿Cómo viven esta situación tus padres?
R. Creo que lo viven como cualquier padre de toreros. Imagino que se sufre mucho, pero también hay momentos muy alegres. Por ejemplo, mi madre nunca nos ha mostrado ese sufrimiento, porque ella es muy fuerte, pero siempre he creído que tiene que pasar mucho miedo y tiene que sufrir. Aunque luego también se lleva muchas alegrías, cuando se triunfa y acaba la corrida.
Mi padre tiene dos formas de vivirlo. Por un lado, como padre, pero por otro lado como mi apoderado. Cuando salimos de casa, deja de ser padre y pasa a ser apoderado. No creo que deje de sufrir como padre de torero, pero se mete en su papel y es capaz de exigirme que me juegue la vida. Es muy complicado vivirlo así, pero lo consigue tarde tras tarde.
P. ¿Es duro el mundo del toro? ¿Vale la pena?
R. Es muy duro, porque las facilidades son pocas y las oportunidades escasas. Pero merece totalmente la pena. Solo por poder pegarle veinte muletazos, poder cuajar un toro, llenarte el alma y expresarte como eres, merece la pena todo: los entrenamientos, las noches en vela… Hay que pasar muchas cosas hasta ese momento, pero sí, merece la pena.
P. Álvaro, tu hermano, sufrió una cornada muy grave. ¿Cómo lo viviste? ¿Empatizas con el miedo de quienes te ven torear?
R. Lo viví con mucho sufrimiento, porque yo ya era consciente de lo que podían hacer los toros. Ver que era mi hermano el que se estaba jugando la vida y sufría una cornada así… sentí impotencia porque no podía hacer nada. Aunque intenté estar sereno para tranquilizar a la familia, lo pasé muy mal.
Por eso empatizo completamente con el miedo que sienten los familiares, los amigos, los que te quieren. Ese miedo es el que sentí yo con mi hermano. Quizás de forma diferente, porque ya quería ser torero, y me exponía a esas cosas.
P. ¿Dónde quieres llegar? ¿Cuál es tu triunfo en la vida?
R. Quiero llegar a ser figura del toreo. Siempre he dicho que de mayor quiero ser feliz y no tener preocupaciones. Mi felicidad es ser figura y poder vivir siendo torero toda la vida.
También sería un gran triunfo que mi familia no tuviera preocupaciones y viviera bien. Me gusta compartir todo lo que tengo y, mientras más feliz esté mi entorno, más feliz seré yo. Por un lado, busco mi felicidad a través del toreo, y por otro, la de los míos.

Escuchar a Diego García es descubrir a un torero que no necesita elevar la voz para sostener su lugar. Que no vende una imagen, sino que muestra lo que hay: dudas, miedos, entrega y una manera muy clara de estar en el mundo. La entrega no solo se mide en los ruedos, si no en los silencios que vienen después, cuando te quedas con tu alma rumiando. Tiene miedo, claro, pero también tiene un compromiso inquebrantable: con su vocación, con su familia, con la búsqueda de esa pureza que parece ser su norte.
Dice que quiere ser figura del toreo, pero no para presumirlo, sino porque es la forma que ha encontrado de ser feliz. Y lo dice sin grandilocuencia, con una honestidad que desarma. Diego parece tener claro que lo importante sigue estando dentro y en no olvidarse nunca de quién es ni de por qué empezó.
Fotos: cedidas por Diego García





