La primera vez que vi a Eugenio fue no hace mucho tiempo cruzando uno de los (muy) peligrosos pasos de peatones de Juan Bravo. Una vez en el bulevard y con Milford a la derecha le avasallé a preguntas. Llevaba una Leica colgada y desprendía estilo vistiendo. Aura, que le llaman ahora los tuiteros más papistas (que por supuesto, León XIV tiene aura). El caso es que Eugenio me enseñó alguno de sus trabajos, pura fotografía documental, y yo quedé fascinado. Le pedí todo y me lo dió. Hasta que me volvió a escribir pasados unos meses. Inauguraba exposición en Madrid Fragmentos de lo cotidiano y lo extraordinario) y me animaba a ir. No fui porque coincidió con mis días de furia, pero me leí el dossier de prensa entero. ¡Quedé fascinado! Y aquí estoy, ante un hombre con una sensibilidad especial. Ante un hombre que camina con una cámara en el hombro, y que desprende aura en todas y cada una de sus respuestas.

¿Recuerdas la primera vez que miraste de verdad a través de una cámara?

Mi primera cámara me la regaló mi padre cuando tenía 13 años. Era una Fujifilm DL-7 Plus, de esas point and shoot con carrete de 35 mm. Fue mi compañera inseparable durante toda la adolescencia, viajando conmigo a cada destino. Pero si pienso en el momento en que realmente miré a través de una cámara —no solo para registrar, sino para buscar algo—, fue años después, durante la carrera de Diseño Industrial en la Universidad de Buenos Aires. Ahí cursé una materia optativa de fotografía que me abrió los ojos. Empecé a entender los fundamentos técnicos, la composición, el lenguaje visual… y por primera vez, sentí que una cámara podía ser mucho más que una herramienta para guardar recuerdos: podía ser una forma de expresarme.

¿Qué busca tu ojo cuando nadie te ve?

Es difícil de explicar, pero imagino que a muchos fotógrafos les pasa algo similar. Mi ojo está siempre en alerta, buscando imágenes, incluso cuando no tengo la cámara conmigo. Ya sea caminando por la calle, en el gimnasio, trabajando o de vacaciones, hay una parte de mí que no deja de observar. Hay escenas que, de pronto, parecen gritarte, pedirte que las mires. Y no cualquier escena: son aquellas que me generan una emoción concreta, una sensación fuerte, casi instintiva. Es algo interno que me dice: esto tiene que ser retratado.

¿Fotografías lo que ves o lo que sientes?

Soy una persona muy visual, profundamente conectada con la imagen, así que podría decir que fotografío lo que veo. Pero es cierto que lo que sentimos influye inevitablemente en cómo vemos. No es lo mismo salir a fotografiar con la mente en calma que hacerlo atravesado por la tristeza, la preocupación o la rabia. El estado emocional condiciona la forma en que percibimos el mundo, y eso —sin quererlo— se filtra en nuestras imágenes. En mi caso, puedo reconocer claramente fotografías que llevan impreso el estado de ánimo con el que fueron tomadas.

¿Te ha salvado alguna vez la fotografía?

No sé si la palabra es salvar, pero sí puedo decir que la fotografía le dio un sentido profundo a mi vida. Soy de esas pocas personas que pueden afirmar, con certeza, que encontraron su verdadera vocación. Fotografiar me conecta, me enfoca, me emociona. Y si tengo suerte, me gustaría seguir haciéndolo hasta el último día de mi vida. No se trata solo de una profesión, sino de una manera de estar en el mundo.

¿La belleza se encuentra o se espera?

En mi fotografía, diría que ambas cosas. Hay imágenes que me han llevado días: volver una y otra vez al mismo lugar, esperando pacientemente que suceda lo que imaginaba. A veces no pasa el primer día, ni el segundo… y recién al tercero aparece esa escena que intuía desde antes. Pero también están esos momentos que aparecen sin avisar, en los que la belleza irrumpe de forma inesperada. Y ahí, lo importante es estar preparado, con la cámara a mano y la mirada despierta. Porque la belleza, a veces, se espera… y otras, simplemente se encuentra.

¿Qué te inquieta cuando disparas?

A veces me invade cierta ansiedad o una sensación de desafío: el miedo de no lograr traducir en una imagen lo que estoy viendo con mis propios ojos. Me sucede especialmente en la fotografía de paisajes o naturaleza, donde el escenario es tan vasto, tan rico, que uno tiene que elegir una pequeña porción de ese todo. Y ahí aparece la duda: ¿estaré haciendo justicia a lo que tengo enfrente? Esa tensión entre lo que veo y lo que logro captar con la cámara es, sin dudas, una de las inquietudes más presentes cuando disparo.

¿Te dejas llevar o lo controlas todo?

Soy un fotógrafo técnico. Cuando la situación lo permite, me tomo el tiempo necesario para medir la luz con precisión. Trabajo con fotómetro puntual y aplico el sistema de zonas de Ansel Adams. Me gusta tener el control: en la exposición, en la composición y especialmente en la edición.

Pero justamente por eso, últimamente me estoy desafiando a mí mismo. Salgo con una Leica Minilux, una cámara point and shoot de 35mm, y disparo carretes de color que a veces me traen de Japón o que elijo para experimentar. Con esa cámara hago lo opuesto a lo que suelo hacer: no mido, no compongo, simplemente veo algo que me llama la atención… y disparo. Es un ejercicio de soltura. Una forma de recordarme que también hay belleza en el descontrol.

¿Cómo es el silencio en una foto?

Soy una persona que valora el silencio, la calma y el hacer las cosas paso a paso. Creo que eso se refleja claramente en mi fotografía. Incluso en mis escenas de fotografía callejera, donde podría esperarse caos o ruido visual, suelo buscar escenarios cuidados, con una sola figura —una persona o un animal—, una luz delicada, fondos limpios y una composición precisa. Mis imágenes hablan de mí: de que prefiero los espacios con poca gente, los lugares tranquilos, los momentos silenciosos. Y de alguna forma, creo que esa quietud se cuela en cada toma.

¿Qué es para ti el instante justo?

El instante justo —o el “instante decisivo”, como lo definía Henri Cartier-Bresson— es ese momento irrepetible en el que todos los elementos de la escena se alinean: el sujeto, el fondo, la luz, el gesto. Es un equilibrio fugaz y perfecto, donde la imagen cobra un sentido único y queda grabada en la memoria. Capturarlo no es cuestión de suerte, sino de estar presente, atento, y preparado para reconocerlo cuando aparece.

¿Hay una imagen que aún no has podido hacer?

Creo que era Henri Cartier-Bresson quien decía que la mejor fotografía es la que está por hacerse, y me identifico profundamente con esa idea. Para mí, lo mejor siempre está por venir. Esa imagen que aún no hice, que me está esperando en algún lugar del mundo, es la que me impulsa a seguir fotografiando. Mi mejor imagen, sin dudas, todavía no la hice.

¿Quién eres cuando no estás fotografiando?

Soy un apasionado de la fotografía, y cuando no estoy con la cámara en la mano, probablemente esté viendo, hablando o pensando en fotografía. Pero en esos ratos donde me desconecto por completo, soy simplemente Eugenio Levis.

Estoy casado con Laura Laprida, actriz argentina también radicada en Madrid, y juntos esperamos con muchísima ilusión la llegada de nuestro primer hijo este 7 de agosto.

Me apasionan los deportes de montaña: disfruto del senderismo, la pesca con mosca, el esquí, la acampada y la escalada. Soy lector empedernido, muy amigo de mis amigos y un enamorado incondicional de mi familia, a quienes echo de menos cada día desde que me mudé a Madrid.

¿Qué te revela un rostro?

Bueno, la fotografía de retratos es, sin duda, la que más me apasiona. Es una forma muy poderosa de conectar con otras personas y con sus historias. Lo que más me atraviesa, generalmente, no es tanto el rostro en sí, sino la mirada.

Hay miradas que atraviesan el lente y te llegan al alma. Algunas hablan de dolor, otras de esperanza, otras simplemente de presencia. Esas miradas, cuando aparecen, son imposibles de ignorar. Y cuando tengo la suerte de encontrarlas y retratarlas, siento que algo valioso ha sucedido.

¿Qué es para ti extraordinario?

Extraordinario, como bien lo indica la palabra, es aquello que está fuera de lo común. Pero lo que más me atrae es cuando lo extraordinario aparece en los lugares donde menos se espera: en lo cotidiano, en lo simple, en lo aparentemente insignificante.

Creo que ahí también entra en juego la mirada del fotógrafo: en saber observar lo ordinario con atención y sensibilidad, y descubrir en él ese destello de belleza o significado que lo transforma en algo memorable. Para mí, eso es lo verdaderamente extraordinario.

¿Qué has querido mostrar en esta exposición?

Fragmentos de lo cotidiano y lo extraordinario nace de una necesidad profunda de integrar mis tres identidades: el Eugenio diseñador industrial, el Eugenio carpintero y el Eugenio fotógrafo.

El diseñador aportó su visión al desarrollo expositivo: la curaduría, el diseño de señalética, las invitaciones, las postales, cada detalle gráfico que compone la experiencia de la muestra. El carpintero, con 15 años de oficio en una fábrica en Argentina, eligió cuidadosamente la madera y fabricó a mano cada uno de los marcos y el sistema de montaje. Y el fotógrafo fue quien puso el ojo, quien salió a la calle, al bosque, al Camino, a buscar esos fragmentos —a veces cotidianos, a veces extraordinarios— que componen esta exposición.

Esta muestra es, en definitiva, una síntesis de mis oficios, un homenaje a todo lo que soy y a todo lo que me trajo hasta aquí.

¿Qué queda de ti en cada imagen?

Muchísimo. Cada imagen que tomo está atravesada por mi forma de ver el mundo, y esa forma no es casual: se fue moldeando a lo largo de toda una vida. Mi manera de mirar está filtrada por la educación que recibí, por el lugar donde nací, por mis creencias, por los valores que me transmitieron mis padres, mis maestros, y por cada experiencia que me tocó vivir.

Por eso creo que cuando uno fotografía desde el corazón, esa mirada es única e irrepetible. Puede haber fotógrafos con estilos parecidos, pero si la imagen nace de un lugar sincero, cada obra lleva inevitablemente una huella personal. Así que sí, en cada imagen queda una parte de mí.

¿Y si mañana no pudieras volver a fotografiar?

Si estuviésemos en una de esas series post-apocalípticas donde desaparecen todas las cámaras del mundo, creo que volvería a dibujar, como hacía de chico. Porque más allá de la técnica o del medio, lo que me mueve es la necesidad de crear imágenes. Seguiría buscando formas de expresar lo que veo y siento. La mirada seguiría estando ahí, solo habría que encontrarle un nuevo canal.

¿Cuál es tu próximo reto?

Desde finales de 2022 vengo trabajando en Primitivos, un proyecto fotográfico sobre el Camino Primitivo a Santiago de Compostela. Reúne casi 200 imágenes, junto con testimonios de peregrinos, hospitaleros y personas que habitan el Camino.

Mi gran desafío es convertir este trabajo en un fotolibro, pero no de cualquier forma: quiero hacerlo tal como lo imagino, con el nivel de detalle y cuidado que merece. También quiero llevar Primitivos a exposiciones en distintos lugares, y para eso estoy en plena búsqueda de patrocinadores que quieran sumarse a esta propuesta que invita a reflexionar sobre los procesos, a volver a lo esencial, a lo humano, a tomarse un tiempo para pensar, para crecer, para caminar con otro ritmo. En un mundo que todo lo quiere para ayer, Primitivos propone otra forma de mirar.

¿A qué le tienes miedo?

Tengo miedo a dejar de despertarme cada mañana con ilusión.

Una pincelada de la muestra:


“FRAGMENTOS (de lo Cotidiano y lo Extraordinario)” es un recorrido por distintos hallazgos atrapados entre la incertidumbre y la incomodidad de mi actualidad. Son ecos de momentos que, aunque dispersos, convergen en mi proceso de transformación. Algunas imágenes narran experiencias únicas; otras, escenas comunes que, al detenerlas en el tiempo, revelan su extraordinaria esencia.

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