Por Bertie Espinosa
Fotos: José Burgos (con Leica D-lux)
La Feria de Abril de Sevilla no es solo una celebración, es una forma de estar en el mundo. Una mezcla compleja de tradición, estética, identidad y apertura. Para muchos, es un espectáculo folclórico. Para otros, un reencuentro con las raíces. Pero para el joven fotógrafo José Burgos, la Feria es todo eso y más: un escenario compartido donde la belleza cobra forma en el gesto cotidiano, donde lo auténtico puede convivir con lo forastero. Y ahí es donde él ha puesto su ojo. En lo puro. En lo humano. En lo bello.
José Burgos nació en Málaga, pero su historia personal está anclada en varios puntos del mapa andaluz. Criado entre Extremadura y la Sierra Norte de Sevilla, ha vivido de cerca esa Andalucía de campo, de caminos y costumbres, que parece latir en cada rincón de la Feria. Ahora reside en Madrid, desde donde empieza a consolidar una prometedora carrera como fotógrafo profesional. Aunque lleva poco más de unos meses trabajando en serio —desde enero, según nos cuenta— su mirada ha madurado en silencio desde los dieciséis años, cuando ya experimentaba con la cámara, quizás sin sospechar el valor documental y emocional que algún día alcanzarían sus imágenes.
En su reciente trabajo sobre la Feria de Abril, José ha querido capturar algo muy concreto y muy esquivo: la esencia. Esa palabra tan grande como abstracta. Su proyecto rehúye la instantaneidad vacía, las imágenes inundadas de teléfonos móviles y poses forzadas. Al contrario: busca lo puro, lo íntimo, lo que brota naturalmente del ambiente. “La belleza que conlleva todo eso que reúne Sevilla en torno a sus fiestas de primavera”, nos dice.
Y esa belleza no está solo en los trajes de flamenca ni en los caballos ni en el color de las casetas, aunque esos elementos, claro, están ahí. Para Burgos, la estética no es disfraz ni postal; es símbolo vivo de una comunidad que se expresa a través del rito. Él lo entiende como un escenario compartido con unas reglas implícitas que todos, locales o forasteros, acaban interpretando. Lo explica con naturalidad: “Estamos actuando como en un sitio que conlleva unas normas, hacer cosas que están establecidas… y no necesariamente tú eres de allí, pero te acogen”. Y eso es lo que muestran sus fotos: un desfile de gente diversa, muchos no sevillanos, que sin embargo forman parte de ese cuerpo colectivo que hace posible la Feria.
Las imágenes que nos presenta José —aún en proceso de selección final— tienen la fuerza de lo espontáneo y el respeto de quien conoce desde dentro. Las mantillas, los palcos que se llenan desde 80 kilómetros a la redonda, la luz de la tarde filtrada entre volantes, los rostros iluminados por la alegría. No hay pretensión, solo presencia. No hay pose, solo pertenencia.
Hay en su trabajo una decisión clara: escapar de lo superficial. Por eso evita en lo posible los móviles a la vista, los gestos distraídos. Quiere centrar la atención en los detalles que delatan la emoción real, la pertenencia sentida. “Me molesta un poco cuando hay móviles por todos lados”, confiesa. Es un gesto estético, sí, pero también ideológico: una apuesta por la atención plena, por la inmersión cultural que no solo observa, sino que participa.
Una de las claves de esta mirada está, sin duda, en su propia biografía. Alguien que no ha nacido en Sevilla, pero ha crecido cerca, que ha caminado sus rutas, conocido su gente, que ha vivido la feria “desde fuera y desde dentro”. Esa dualidad le da un enfoque especial: no es un turista ni un cronista ajeno, pero tampoco un tradicionalista cerrado. Es un invitado que ha sido acogido y que ahora mira con afecto, con curiosidad, con respeto. Como él mismo dice, “ni tú ni yo somos de allí, y nos acogen”. Esa idea atraviesa todo el proyecto: la Feria como un ritual abierto, donde el arraigo no excluye, sino que se comparte.
Aunque aún se encuentra en los inicios de su carrera profesional, Burgos tiene una sensibilidad que augura una trayectoria seria. “Me están saliendo muchos trabajos”, nos cuenta con humildad, “y bastante bien”. Lo suyo ha sido un crecimiento orgánico, que comenzó con colaboraciones esporádicas —“empecé con Bere Lobatón”, dice refiriéndose a un viejo proyecto artístico—, luego pausado, y ahora con renovado impulso. Y es que José no solo ha afinado su técnica, sino también su intuición: sabe cuándo disparar, pero sobre todo, sabe a quién mirar.
Esa mirada es la que convierte su serie sobre la Feria en algo más que un reportaje: es un ensayo visual sobre cómo la tradición puede ser inclusiva, cómo una ciudad puede abrir sus fiestas a los que vienen de fuera sin perder un gramo de autenticidad. De hecho, muchas de las personas retratadas por José no son sevillanas. Algunos vienen de lejos, otros simplemente son amigos de amigos, pero todos —en el instante capturado— forman parte del alma de la Feria.
El trabajo de Burgos también encuentra momentos de profundidad emocional inesperada. Nos habla, por ejemplo, de la madre de Pedro —una mujer que conoció hace años en una comida y que considera “auténtica”— y que posiblemente protagonice una de las próximas sesiones. Esa atención por lo genuino, por lo que no se fabrica ni se ensaya, es su mayor virtud como fotógrafo. No le interesan los grandes nombres ni los escenarios evidentes, sino lo que queda en los márgenes, lo que se reconoce sin tener que explicarse.
Como muchos jóvenes de su generación, José combina varios frentes a la vez: sesiones de fotos, conciertos, estudios —“estoy de exámenes esta semana y la que viene”, comenta entre risas— y una vida cultural activa que se mueve entre Madrid y Andalucía. Pero en medio de ese caos, hay un hilo claro: su pasión por capturar la belleza real, la que no grita pero se queda.
Su Feria de Abril no es solo una colección de imágenes bonitas. Es un documento emocional, una celebración del arraigo sin fronteras, del folklore como lenguaje común, del sur como lugar compartido. No importa si vienes de Málaga, de Madrid, o de la otra punta del mundo. En las fotos de José, lo importante es estar, sentir, formar parte —aunque solo sea por unos días— de esa Sevilla que en primavera, se convierte en una fiesta abierta al mundo.
Y eso, más que una foto, es una forma de mirar.
































