Pedro Almodóvar y Rossy de Palma se han sentado a diseñar. Literalmente. Cada uno por separado, y cada uno con sus cosas. Pero no en cualquier sofá, sino en uno de Roche Bobois, esa casa francesa donde hasta los cojines parecen haber ido al Lycée. La cosa es así: la firma de mobiliario se ha aliado con el universo almodovariano —más que una estética, una religión— para lanzar una edición especial que es todo lo que esperarías de un director que ha hecho del rojo un estado de ánimo y de Rossy, una Venus pop.

La colección es tan excesiva, teatral y estupenda como una escena de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” con Carmen Maura lanzando el gazpacho. Sofás de terciopelo que parecen haber salido del piso de Pepa, mesas que podrían estar en la casa de Becky del Páramo y una paleta cromática que haría llorar de emoción a Agatha Ruiz de la Prada. Lo mejor: no es solo un homenaje, es un statement. Porque si uno va a tirarse en el sofá a ver cine español, que sea sobre una pieza de coleccionista firmada por la nostalgia, el humor camp y el lujo europeo.

Rossy, que ya es casi un mueble de culto por sí misma (con perdón), posa como si el chaise longue fuera su escenario. Pedro dirige, por supuesto, pero esta vez la escenografía no es de producción, es de Roche Bobois. Y todo tiene esa mezcla deliciosa entre lo sofisticado y lo kitsch, como si Luis Buñuel hubiera redecorado el Ritz con ayuda de Alaska.

¿Conclusión? Que si Almodóvar ya había conquistado el cine, la moda y la ópera, solo le quedaba el salón. Y ahora también lo ha empapelado.

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