En esta entrevista, Triana Ramos revela el alma del flamenco a través de una danza que trasciende el escenario. Cada paso y cada gesto se convierten en un puente entre lo divino y lo humano, expresando la pasión y la crudeza de sus vivencias. Con una sinceridad conmovedora, Triana nos invita a descubrir cómo el cuerpo puede hablar, contar historias de amor, dolor y resiliencia, y transformarlas en un arte que nos conecta con lo más profundo de la existencia.

Triana… Su nombre ya es un poema. ¿Se nace con el duende o se conquista con el tiempo? 

Ambas son correctas. Naces con ello y con los años lo desarrollas.

El flamenco no solo se baila, se vive, se siente… ¿Qué siente usted cuando pisa el escenario y suenan los primeros acordes? 

Me siento como un puente entre ‘lo divino y lo humano’, siento que los bailaores somos lo que conecta la energía que absorbemos de la música (lo divino), con la energía que expresamos a nuestro público (lo humano). 

¿Bailar es una forma de hablar con el cuerpo? ¿Qué dice usted cuando baila? 

El lenguaje no verbal es una de las tantas cosas que da la danza, sí. A mi forma, depende del show, expreso mis sentimientos más profundos, desamor, tristeza, enamoramiento, alegría… No hay verdad más absoluta, en escena uno no puede mentir. 

El flamenco es sudor, es piel, es alma… ¿Ha llorado alguna vez bailando? 

Sí, cuando murió mi padre de forma inesperada el 28 de julio de 2020, una semana después tenía una fecha ya anunciada en Madrid, aunque me aconsejaron no hacer la gala, quise separar mi vida personal de la profesional cumpliendo con mi compromiso, pero como he dicho antes, en escena uno no puede mentir, estaba destrozada. Al final del show, me senté en el suelo del escenario e incluí como parte del show mi dolor, compartiéndolo con todos los allí presentes. 

Hay gente que camina por la vida y gente que la pisa con arte. ¿Cómo se aprende a pisar con temple y con verdad? 

Observando, analizando y escuchando. 

Sevilla, Madrid, el mundo… El flamenco es raíz, pero también alas. ¿Dónde siente usted que su baile es más libre? 

Allá donde yo esté. 

La bata de cola, el mantón, los tacones… Son casi como una armadura. ¿Quién es Triana Ramos cuando se queda descalza? 

Triana es una chica risueña y sencilla. Alguien lleno de sensibilidad que disfruta de los pequeños detalles y experiencias que el mundo le ofrece. Le gusta pasar desapercibida y exprimir al máximo cada gota que la vida le da a beber.

En el escenario, usted se expone, se entrega… ¿Le da miedo desnudarse tanto ante la mirada del público? 

No. Cuando bailo nada existe, ni siquiera yo. 

La soledad del artista… ¿Cómo se sobrelleva?

La soledad escogida es maravillosa, me ayuda a inspirarme y llevar la mente a lugares recónditos de mi yo. Ahora bien, la impuesta es dura, a veces siento que nadie me comprende, me siento perdida o que lo que hago no me lleva a ningún puerto. Intento apartar esos pensamientos que mi subconsciente me envía y me digo a mi misma que nunca estoy sola, tengo la suerte de tener la luz infinita de mi padre guiándome desde su cielo. 

Dicen que el flamenco es cante, guitarra y baile… Pero hay algo más, algo que no se puede explicar. ¿Qué es para usted ese ‘algo’? 

Lo que pone a todo el mundo de acuerdo: La verdad.

Hay quien baila para gustar, quien baila para demostrar… ¿Para qué baila usted? 

Para silenciar todo este ruido y, por un efímero momento, sentirme libre. 

El flamenco se hereda, se aprende, se roba… ¿De quién ha robado usted el arte? 

De mi madre lo heredé. Después, cada persona que ha pasado por mi vida, los que se fueron y los que permanecieron, cada experiencia, cada viaje, cada momentos de soledad… Todo eso me ha hecho evolucionar como artista y, poco a poco, convertirme en quien soy ahora, que no será la misma, seguramente, dentro de un tiempo.

¿Qué le queda por decir con su baile que aún no haya dicho? 

El amor. 

Y para terminar… Si pudiera bailar un último baile, solo uno… ¿Cómo sería y para quién?

Para mi padre, en el salón de mi casa, yo con un moño en la cabeza y un pijama, él con su bata de boatiné y un cigarro en la mano. Sonaría ‘Fly me to the Moon’ de Frank Sinatra, él cogería mi mano y bailaríamos muy mal entre risas y bromas. Después, despertaría. 

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